Todas las explicaciones que finalmente dio Felisa Miceli sobre la
misteriosa bolsa con dinero que apareció en sus oficinas son atendibles.
Que la plata era para comprarse una casa en Núñez y que sólo en parte le
pertenecía: el resto era un préstamo de su hermano (ver:
Miceli: "La mayor parte de la plata me la prestó mi hermano"). Pero
hay cosas que no cierran.
La primera es que haya tardado trece días en contar su versión, cuando
lo mismo que ahora dijo bien pudo haberlo dicho el primer día.
Otra es que no haya mostrado ningún documento en respaldo de sus
afirmaciones. Tenía la plata separada y en su despacho para comprar una
propiedad, dijo. Se sobreentiende que la operación era entonces
inminente y que, por la tanto, debió haber una negociación a través de
una inmobiliaria y eventualmente el pago de una seña o incluso un
boleto. Si hubiese dado alguna prueba de esto, su relato sería mucho
más convincente.
En cambio, prefirió atribuir todo a una torpeza y a la vez victimizarse:
acusó de la filtración informativa a gente poderosa que busca
perjudicarla. Claro que la cuestión no es quién filtró la información
sino la información misma. Otro cabo suelto es la diferencia entre
los 64 mil dólares que dijo tener para adquirir una casa en Núñez y
lo que vale una casa en ese barrio. Y es una rareza, en este tiempo
donde la plata se ha vuelto virtual, que justamente una ministro de
Economía acopie y se maneje con efectivo.
La plata está obligadamente asociada a la transparencia ¿De dónde viene?
¿Adónde va? No debería circular sin explicaciones. Y es función del
Estado transparentar los circuitos del dinero. Miceli anunció que
hará una presentación espontánea ante la Justicia. Se supone que será
más sólida de la que brindó ayer.
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