LA MUERTE DE LA LACRA
La lacra Menem murió en libertad. Que semejante personaje haya gozado de impunidad hasta el último de sus suspiros fue responsabilidad sin dudas de la clase dirigente de este país al que ayudó a entregar como pocos. Como casi nadie. Pero también de un pueblo cuyos valores se fueron diluyendo en la medida que la consciencia se fue desmoronando, al compás de los deseos y artilugios de las clases dominantes.
Menem no sólo hizo volar una ciudad para encubrir las pruebas de uno de sus tantos crímenes, el contrabando de armas. No sólo tenía la calaña del miserable que es capaz de entregar a su hijo para cumplir con sus objetivos.
La escoria riojana fue de las peores tragedias de nuestro pueblo, un cipayo casi sin posibilidad de empardar.
Dirán que los milicos fueron peores que él: NO. Él supo estar a su altura.
Los milicos llevaron a cabo el trabajo sucio del genocidio para que él pudiera estructurar el país tremendamente injusto y desigual que hoy vivimos.
No torturó en las catacumbas de los campos de exterminio: constituyó a todo el territorio nacional en un gigantesco matadero por causas evitables, como el hambre o enfermedades curables.
Torturó a la clase trabajadora dejándola sin trabajo, sin pan, sin esperanzas y sin fuentes futuras: privatizó lo que era de todos; puso en pocas manos lo que era de las mayorías.
Cada día sin condena del padre de “ramal que para, ramal que cierra” o de la “cirugía mayor sin anestesia”, asesinaban de nuevo a Víctor Choque o a Teresa Rodríguez, reprimían en Mosconi o Cutral Có, estallaba Río Tercero. Así como la justicia se ejerce en un instante, la injusticia persiste omnipresente y cruelmente mientras no se la castigue.
Tomó un país que ya había heredado el problema de la Deuda de las manos sucias de los genocidas y de la imbecilidad alfonsinista. Pero no intentó solucionarlo: lo multiplicó por tres.
Destruyó la fraternidad al compás de la caída de las persianas de las fábricas.
Hambreó sin piedad a docentes, médicos y enfermeros.
Reprimió con salvajismo a quienes se le opusieron desde la clase trabajadora.
Instaló los cimientos del sálvese quien pueda y la meritocracia.
Hirió de muerte a la solidaridad trocándola en egoísmo.
Le abrió las puertas como ninguno a la cultura foránea imperialista que fue mancillando insensiblemente a la nuestra.
Nos sirvió en bandeja al arbitrio del imperialismo financiero.
Menem dejó sin trabajo a centenares de miles de trabajadores a los que condenó a competir en remises, maxi-kioskos, verdulerías o canchas de paddle. Tareas improductivas que los dejó en la miseria y condenó a sus hijos y a toda su simiente a un futuro marginado de las mieles del mercado. La desocupación y la pobreza estructural que hoy vivimos son su legado. Es el máximo responsable de la miseria de hoy.
Y de la riqueza, el poder, la soberbia y la impunidad de la minoría dominante en nuestro suelo.
Estructura que, con matices, ninguno de los gobiernos que lo sucedió intentó siquiera tocar.
Su muerte selló el verso de la grieta entre quienes se pelean por administrar el sistema capitalista de explotación que nos lacera, sean los derechosos explícitos pintados de amarillo, o los nacionales y populares que entregan todo y hambrean al pueblo tanto como aquéllos. Ambas corrientes que engloban el “sentido común” y representan la política tradicional, se han mancomunado para elogiar al despreciable muerto. Y no sólo eso, sino que fueron cómplices para que mantuviera los fueros y los honores (y las dietas y jubilaciones de privilegio) que lo blindaron de cualquier posibilidad de investigación y condena judicial.
Como bien enseña la sabiduría popular, “entre bueyes no hay cornadas”.
Los saludos sentidos del gobierno de los Fernández no pueden asombrar a nadie: son sus discípulos vergonzantes, críticos para la tribuna que mantuvieron lo esencial de las reformas que esquilmaron a las mayorías populares. No hay archivo que puedan resistir, compartiendo tribuna y declamando haber estado en presencia del “sin dudas mejor presidente del país después de Perón”.
No me cabe ninguna duda que un reo como el riojano debió haber sido colgado hace años de los pies en Plaza de Mayo, condenado por un Tribunal Popular y sus restos tirados a los cerdos (seguramente se escandalizará el lacayaje que cree y propaga que esta sociedad de pocos ricos y millones de pobres es lo natural e inmodificable. Me enorgullece su desprecio, es recíproco).
Por eso es vergonzoso que semejante mugre de nuestra historia haya muerto en libertad. Pero sin dudas gran parte de nuestro pueblo está festejando. Y el mundo es hoy claramente un lugar menos repugnante de lo que fue hasta ayer.
Gustavo Robles
14-2-21