El evento ocurrió en Punta del Este (departamento de Maldonado), lugar
exclusivo de la costa atlántica. Donde la mayoría de los uruguayos que llegan
allí en los meses veraniegos lo hacen para ganarse el pan en algún trabajo
precario, limpiando mugres ajenas o prestando servicios a ricos y famosos.
Semanas atrás había comenzado la limpieza social. Para evitarle molestias al
negocio de los “operadores turísticos”. Más importante aún: para impedir que
se afectara la “imagen de seguridad” de un país que José Mujica pondría en
subasta pública ante un selecto auditorio de empresarios locales y
extranjeros. De allí la expulsión policial de decenas de “malvivientes” que se
habían instalado en “nuestro principal balneario”. Su delito: “mendicidad
abusiva”. Es decir, culpables, no sólo de ser pobres sino por “abusar” de su
penosa condición de vida.
Al mediodía del miércoles 10 de febrero se levantó el telón de un espectáculo
ampliamente publicitado por los poderes mediáticos. El Hotel Conrad (de la
cadena Hilton) actuó como anfitrión de lujo. Allí, en el Salón Montecarlo,
esperaban 1.480 empresarios argentinos, brasileros, venezolanos,
norteamericanos, europeos y uruguayos, embajadores de varios países, y un
centenar de periodistas. Como muestra del “consenso nacional”, la presencia de
los “líderes de la oposición”, entre ellos dos ilustres cadáveres políticos,
los ex presidentes Julio M. Sanguinetti y Luis A. Lacalle. Y, por supuesto,
los dirigentes del Secretariado del PIT-CNT (Castillo, Reed, Castellano), como
para reafirmar una vez más el compromiso del sindicalismo gubernamental con la
política de colaboración de clases del “progresismo”.
Todos ellos respondieron a la invitación de la Cámara de Comercio
Argentino-Uruguaya, de la Unión de Exportadores y de la Cámara de la
Construcción. Se deleitaron con jamón crudo, filet de lomo, salsa de
chocolate, vinos y champagne. El ticket valía apenas 100 dólares. Aunque para
que nadie piense mal no todo fue consumo lujurioso y frivolidad. Tuvieron un
gesto de encomiable filantropía: lo recaudado (descontando el “costo de
servicio” del Conrad) fue destinado a los hospitales públicos de Maldonado.
El poderoso Juan Carlos López Mena, propietario de Buquebus y principal
impulsor del evento, aseguró al programa radial En Perspectiva (Radio El
Espectador, 9-2-10), que el objetivo del almuerzo era “despejar dudas” y crear
un clima favorable para los negocios. “Yo creo que el nuevo gobierno electo va
a dar señales de mucha más confianza y vamos a tener grandes sorpresas, muy
buenas en cuanto a inversiones”. En parte no se equivocó. Porque si bien no
hubo sorpresas (en cuanto a la sincera adhesión de Mujica al capitalismo), la
conferencia denominada con el pomposo título de “Los empresarios en el
Proyecto Nacional: desarrollo y reducción de la pobreza”, resultó un éxito.
Para los patrones y sus ganancias, claro.
Ni expropiaciones, ni más impuestos al capital
El futuro presidente (asume el 1º de marzo) no defraudó a los comensales. Por
el contrario, con su oferta de estabilidad político-institucional,
previsibilidad económica, respeto a las “reglas de juego” del mercado y buen
clima de inversiones, “encandiló a los empresarios”. (La Nación, Buenos Aires,
11-2-10) Les dijo que se les garantizará la seguridad de sus capitales y no
existirán las expropiaciones ni los grandes impuestos a las inversiones; por
el contrario, se definirán más exoneraciones tributarias e incentivos para la
llegada de nuevos emprendimientos.
El antiguo guerrillero tupamaro vestido ahora con su traje de hombre de
Estado, fue convincente. Tanto que muchos lo comparan a Lula, otro convertido
a la religión del mercado. De entrada, Mujica destacó “la tranquilidad que
existe en el país”, donde hasta los ministros pueden andar por la calle sin
necesidad de custodia. Sostuvo que el país “tiene muchos problemas sociales” y
por eso necesita de la inversión.
“Necesitamos un clima que propicie la inversión. Históricamente hemos sido un
desastre, preferimos sacarla para afuera, colocarla en un banco, ni invertirla
acá. Hoy tenemos que convocar a todo lo nacional. Jugala acá que no te la van
a expropiar, ni te van a doblar el lomo de impuestos”. Enfatizó: “Necesitamos
empresas que prosperen, que puedan generar riqueza. Si no, nos quedamos sólo
con los sueños y la utopía”. Un cerrado aplauso de la platea.
Recordó para los que no lo sabían, que cuanto más inversión privada “más crece
la economía, más aumenta la recaudación que necesitamos para fenomenales
inversiones sociales, pero si queremos recaudar aumentando los impuestos sobre
la misma masa de riqueza estamos fritos porque matamos a la gallina de los
huevos de oro”. Señaló que “hay cosas que tiene que poner el Estado y hay
cosas que tiene que poner la actividad privada”, y puso como ejemplo que el
Estado tiene que poner las vías, cobrar peajes por su uso y “después
aparecerán los ferrocarriles”…con capitales privados. Es como estar escuchando
al presidente Tabaré Vázquez y su máxima política: “más mercado y mejor
Estado”. Una completa estafa.
Mujica no estuvo sólo. Para reforzarlo se encontraba a su lado el vice-presidente
electo, Danilo Astori, verdadero artífice de la política económica del
gobierno actual y del que viene. Repitió lo sabido. Que el segundo mandato del
Frente Amplio buscará un “equilibrio entre continuidad y cambio”; que la
economía estará “cada vez más abierta al mundo”, que se ampliarán los “niveles
de incentivos” (al capital privado), y que en materia de relaciones laborales,
“habremos de seguir fortaleciendo una estructura equilibrada desde el punto de
vista de las relaciones laborales, no partiendo de hipótesis de conflicto,
sino partiendo de hipótesis de justicia, de confianza, de acuerdo, de
estabilidad (…) nuevas relaciones equilibradas desde el punto de vista laboral
con visión positiva, sabiendo que no hay estabilidad económica y social en un
país si no logramos consolidar esa misma estabilidad en el plano laboral.” En
resumen, lograr la “paz social”, mediante el maridaje entre corporaciones
patronales y direcciones sindicales colaboracionistas. Como hasta ahora.
Lo que todo empresario quería oír
Al final de los discursos y ya con el café servido, unos y otros coincidieron
en los elogios: el Uruguay mantenía el rumbo de “confiabilidad”, “seguridad
jurídica”, y “transparencia”. La algarabía empresarial era exuberante.
Para el jefe de Petrobras en Uruguay, Irani Varela, el discurso del presidente
electo fue “lo que todo empresario quería escuchar”: “un discurso moderno,
sobrio y apostando a futuro”, reconociendo “que los empresarios son un motor
importante para el país”. (El País, Montevideo, 11-2-10). El empresario
argentino Carlos Ávila (propietario de medios y dueño de Torneos y
Competencias) fue más lejos: el discurso de Mujica “me pareció un poema”. (La
Nación, Buenos Aires, 11.2-10) Eduardo Eurnekian, propietario de Aeropuertos
Argentinos 2000 y “concesionario” por 30 años del nuevo Aeropuerto
Internacional de Carrasco en Montevideo, calificó a Mujica de “genial”: “La
verdad fue un discurso prometedor (…) queda claro que se van a respetar las
normas y que las puertas están abiertas a los inversores”. (El País,
Montevideo, 11-2-10). Mientras que el titular de la Unión Industrial
Argentina, Héctor Méndez, destacó el discurso de Mujica y dijo que “si en
Argentina perdiéramos las esperanzas deberíamos tener que venir a vivir a
Uruguay”. (Clarín, Buenos Aires, 11-2-10)
Por su parte, Alexander Vik, uno de los 150 empresarios más ricos del mundo
según las revistas Forbes y Fortune, consideró “muy bueno” el evento: “Los
discursos tanto de Astori como de Mujica me gustaron mucho porque se trata de
una filosofía que apunta a abrirse al mundo, basar todo en el trabajo, en
vivir, arriesgar y generar riquezas para todos (…) es la forma de salir
adelante y poder atender a los pobres gracias a un país libre y rico”. (El
País, Montevideo, 11-2-10)
Si el clima de alborozo alcanzaba a los dueños del dinero, no lo era menos
para los funcionarios del “progresismo” que veían recompensada su conversión
al orden capitalista. Para el ministro de Industria, Raúl Sendic (hijo de Raúl
“Bebe” Sendic, legendario e incorruptible luchador social y fundador del
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros): “No hay antecedentes en Uruguay
que un gobierno electo de una señal de convocatoria al empresariado y a la
inversión tan fuerte como esta”, ni hay tampoco “una respuesta tan masiva de
inversores y empresarios que demuestran confianza a un nuevo gobierno
parándose en la puerta para entrar como si fuera el estadio Centenario”. Por
su lado, el presidente del Banco de la República, Fernando Calloia (hombre de
confianza de Astori), destacó que se haya dicho a los empresarios que “no se
van a fijar impuestos expropiatorios sobre las utilidades y se va a mantener
el régimen de incentivos a la inversión”. (El País, Montevideo, 11-2-10)
Sin reacción a la izquierda
La hegemonía política y socio-cultural del “progresismo” es asfixiante. Si
bien el segundo mandato del Frente Amplio cuenta con menos expectativas de
cambio que cuando asumió Tabaré Vázquez en 2005, la atmósfera de resignación
es mayor. La aceptación del “mal menor” como única alternativa implanta un
escenario de desmovilización y apatía. Las luchas sociales son poco
significativas y apuntan a obtener ámbitos de negociación, sobre todo en torno
a mejoras salariales. En ningún caso se trata de demandas que pongan en
cuestión ni la dominación patronal, ni el programa económico del gobierno.
El “progresismo” ha conseguido neutralizar a los movimientos sociales a través
de escasas concesiones y un estricto disciplinamiento social que se garantiza
por la vía de las direcciones sindicales y los partidos del Frente Amplio.
Tanto militantes tupamaros y comunistas, socialistas y trotskistas, como
independientes y "economistas de izquierda", han sido integrados política y
materialmente. La mayoría de ellos pasaron a ser funcionarios del aparato de
Estado, del parlamento, de los gobiernos municipales, de las ONGs funcionales,
de las estructuras sindicales, de las "asesorías" bien pagadas. En definitiva,
actúan como pequeñas piezas de una arquitectura institucional que asegura la
reproducción del orden capitalista. Ya no hablan de "gobierno en disputa". Ni
siquiera en el plano de las tradiciones antiimperialistas hay una mínima
reacción. El próximo Ministro de Defensa, Luis Rosadilla (ex dirigente del MLN-Tupamaros)
puede proponer el envío de más tropas de ocupación a Haití o decir que Estados
Unidos cumple un “papel positivo” al tomar el control del aeropuerto de Puerto
Príncipe (porque restablece "el cordón umbilical de Haití con el mundo"), y
nadie en el partido de gobierno tiene la decencia de alzar la voz para
protestar. Vergonzoso. Esta capitulación de miles de cuadros y militantes de
la izquierda, tiene todo el significado de una derrota política. En el sentido
de una derrota estratégica del horizonte democrático radical, popular,
antiimperialista, revolucionario, surgido en las luchas sociales y políticas
de los años ’60.
Un derrota que impacta sobre las fuerzas de izquierda anticapitalista que
están por fuera del Frente Amplio y que no se asimilaron al régimen burgués de
dominación. Su debilidad y fragmentación no se debe solamente a “carencias
metodológicas”, “sectarismos” o “confusiones ideológicas”. Inciden otros
factores: generacionales, teóricos, programáticos. Y, finalmente, una relación
de fuerzas ampliamente desfavorable en el campo popular. La cual se fue
profundizando a partir de la crisis del 2002-2003, cuando el “progresismo”
consiguió imponer su política de “lealtad institucional” en la izquierda y en
los movimientos sociales, permitiendo que el Estado capitalista superara su
estado de agonía. En esos momentos donde las propias clases dominantes
reconocían que su gobierno (presidido por Jorge Batlle) estaba “con los días
contados”, la izquierda anticapitalista quedó en “orfandad estratégica”. El
régimen de dominación volvió a ponerse de pie -esta vez sin recurrir a la
represión masiva- gracias a la mano tendida por la dirección del Frente
Amplio. Un caso excepcional de salida pactada si miramos el paisaje regional
de aquellos días, marcado a fuego por las insurrecciones populares en
Argentina, Bolivia, Ecuador.
Las relaciones de fuerzas entre trabajo y capital seguirán en confrontación.
Como a lo largo de la historia. Los trabajadores -el proletariado en el
sentido amplio que le asignaba Marx– seguirán luchando y resistiendo. Son
constataciones casi banales. Tanto como decir que habrá victorias y derrotas,
avances y repliegues. No obstante, este curso “natural” de la lucha de clases
no garantiza ni la acumulación (continuidad de experiencias de lucha), ni el
avance hacia una perspectiva revolucionaria y socialista. Por tanto, como ya
se ha dicho hasta el cansancio, es imperioso trabajar por la construcción de
una propuesta unitaria. Que deje a un costado los pequeños núcleos de
“autoconstrucción” (dos más hoy, tres menos mañana) , y que responda
organizadamente -a partir de una implantación social real- a las demandas que,
aún de forma dispersa y contradictoria, provienen de las capas sociales más
explotadas. Incluso si esas capas sociales tienen todavía ilusiones respecto
al “progresismo”. Esto exige volver a (re) pensar críticamente nuestra
práctica militante.
La legitimidad del gobierno es inocultable. Nadie con sentido de la realidad
puede discutirlo. Sin embargo, es válido decir que esa legitimidad también le
viene por la ausencia de una alternativa a la izquierda. Mejor dicho, por la
falta de una reacción desde la izquierda anticapitalista. Que se nota hasta en
aquellas cuestiones que formaban parte de la acumulación y la conciencia
política. Alcanzaría con constatar la casi inexistente respuesta ante la
tragedia de Haití. No sólo en términos de ayuda material, sino en cuanto a la
solidaridad política y a la denuncia antiimperialista.
(Re) encauzar los esfuerzos hoy dispersos que obstruyen la acumulación
política y organizativa, es un desafío. En apariencia, el desafío es asumido
por muchas de las fuerzas militantes de la izquierda anticapitalista. El
dilema vuelve a ser si el “espíritu de círculo” (que tanto criticaba Lenin)
continuará imponiéndose por sobre la necesidad de “hacer la revolución”. O si,
por ejemplo, la necesidad de organizar un 1º de Mayo clasista y combativo de
todas las corrientes radicales, consigue romper la fragmentación y establecer
un espacio de unidad, que privilegie la lucha social y la construcción de una
alternativa de clase, por encima de la farándula electoral (esta vez
municipal) que se viene. De la resolución de este dilema viejo, depende lo
nuevo que pueden aportar las fuerzas socialistas revolucionarias en el próximo
período. Otro fracaso será más tiempo perdido.
Ernesto Herrera
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