MONARQUÍA DE NEPAL MANIOBRA AL BORDE DEL COLAPSO

Nepal tiene el Everest, un rey corrupto, gurkas y una guerrilla maoísta

 

Nepal, el estado tapón entre India y China, fue noticia en abril por las huelgas masivas contra el rey Gyanendra, duramente reprimidas, y la extensión de la guerrilla maoísta. Los medios debieron hablar de algo más que de las cordilleras de Himalaya y Anapurna.

EMILIO MARÍN

 

En Argentina hablar de Nepal –“la frente del cielo”- suena exótico y lejano. Algunos turistas afortunados conocen Katmandú, lugar de peregrinaje de budistas y muchos alpinistas sueñan con romper el récord de subir hasta el Everest, de 8.848 metros de altura, imitando a Reinhold Messner. También supimos de los gurkas o mercenarios nepalíes alistados con los británicos que reocuparon las Malvinas en 1982 y asesinaron a muchos de los caídos argentinos.

Pero por lo demás es poco lo que se sabe de esa nación asiática de 27 millones de habitantes. Allí rige una monarquía que nació absoluta a mediados del siglo XVIII, se “constitucionalizó” recién en 1990 y retornó al poder absoluto en 2005. Luego de grandes embates democráticos durante este mes de abril, el monarca ha prometido abrir el juego parlamentario otra vez, jaqueado por la oposición en las calles y la guerrilla maoísta en campos y ciudades.

La historia reciente nepalí tiene un jalón en febrero de 1996, cuando el Ejército Popular de Liberación (EPL), dirigido por el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) y su presidente “camarada Prachanda”, inició una guerra contra la monarquía acusándola de corrupta y de haber empobrecido al país. El 59 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y hay una tasa de 56 por ciento de analfabetismo, que en las féminas alcanza al 85 por ciento.

Para entender lo que sucede en esa comarca también hay que marcar el polémico ascenso al trono del actual rey, Gyanendra, en 2001. Lo logró luego que su hermano y rey hasta ese momento, Birendra, fuera asesinado por su hijo Biprenda, quien también falleció en el oscuro episodio.

Si toda monarquía es un atentado a la inteligencia y la historia contemporánea, cuánto más lo es la nepalí, hija putativa del imperio británico y la colonización de la India. Esa cresta podrida es el símbolo de una sociedad feudal y dependiente del Reino Unido y, más acá en el tiempo, de Estados Unidos y la India.

Gyanendra, como sus once antecesores en el trono, es la cabeza de un régimen social basado en castas, con las Bahun y Chhetris como dominantes. Los demás nacieron para obedecer y servir, bien en el Palacio, en el Ejército Real Nepalí (ERN), entre los 100.000 gurkas alquilados,  o en las labores agrícolas.

Como se comprende, tal estado de cosas era una olla hirviendo a presión y en algún momento iba a reventar.

 

La oposición

A fines de 2004 y principios de 2005 se encrespó la oposición política al monarca, con movilizaciones importantes incluso en Katmandú, la capital de un millón de habitantes. Gyanendra, en vez de atender esos reclamos que apuntaban a mejoras del bienestar de la población y la democratización del sistema político, fugó hacia delante. Disolvió el Congreso y asumió todos los poderes, convirtiéndose en un dictador. Ya había suspendido al Legislativo en 2002, siguiendo los vientos represivos que soplaban desde Washington tras los atentados terroristas de Bin Laden.

El 1 de febrero de 2005 se perpetró un verdadero golpe de Estado. En consecuencia, los siete partidos parlamentarios que admitían a regañadientes la monarquía, entre ellos el Partido del Congreso Nepalí –a imagen de su similar de la India-, el Congreso Nepalí Democrático, el Partido Comunista Marxista-Leninista Unificado y otros, debieron pasar a la oposición.

Esa Alianza de los Siete Partidos (ASP), algunas cámaras comerciales, agrícolas y de la industria, dieron “luz verde” a las protestas pacíficas contra el autogolpe de Estado. Los más activos en salir a la calle fueron los estudiantes y los trabajadores.

El “camarada Prachanda”, presidente de los maoístas, hizo una movida inteligente. Sin dejar las armas ni de organizarse para la guerra popular (Jana  yuddha), combinó ofensivas militares contra el Ejército Real con ceses del fuego unilateral.

Por ejemplo, a fines de 2005 mantuvo una tregua de cuatro meses, para facilitar una negociación con los partidos parlamentarios y el rey. Como no hubo resultados, en enero de 2006 reanudó las operaciones armadas pero con una importante salvedad: en el valle del Katmandú mantuvo la orden al EPL de no actuar. Fue para favorecer la actividad política callejera de los sectores sociales y la oposición de los partidos, sin dar pie a la represión de los 70.000 soldados reales.

Más aún, como parte de esa política de golpear y negociar, el PCN (M) y los siete integrantes de la ASP firmaron en noviembre de 2005 un compromiso de 12 puntos. Allí se plantearon las reivindicaciones económicas populares y el punto democrático clave de derrocar la monarquía y llamar a elecciones para una Asamblea Constituyente. 

En función de ese acuerdo, el 6 de abril último comenzó una huelga general de cuatro días contra Gyanendra, que a raíz de la represión policial se prolongó 19 días. Los estudiantes y empleados fueron los protagonistas y por eso mismo los destinatarios de las balas y los palazos de la policía. El saldo fue de 14 manifestantes muertos, 4 desaparecidos, 8 ciegos o tuertos, 24 mutilados y 5.000 heridos de diferente gravedad, según el recuento del sitio Rebelión.

 

Un paso al costado

En un aspecto, la huelga general por tiempo indefinido fue exitosa pues paralizó efectivamente el país, se articuló con acciones guerrilleras en ciudades y montañas y arrinconó a la monarquía. Las encuestas decían que el 72 por ciento de la población quería abolir ese sistema, en consonancia con lo que voceaban las multitudes de “Libertad, no a la monarquía”. Al calor de ese movimiento, subió la popularidad del EPL pues el 25 por ciento de los habitantes de Katmandú decían estar de acuerdo con la guerra popular (en el interior el porcentaje era mucho más elevado).

Puesto contra la pared, Gyanendra dio un giro táctico y el 24/4 anunció en mensaje oficial que desde este viernes 28 volverá a funcionar el parlamento que había disuelto. Asimismo pidió a la ASP que le arrimara el nombre de un candidato para nominarlo como primer ministro. Esa oposición le tomó inmediatamente la palabra y seleccionó a Girija Prasad Koirala, del Partido del Congreso Nepalí.

De esa manera los partidos parlamentarios pusieron distancias con la guerrilla maoísta, que en un comunicado firmado por Prachanda y Baburam Bhattarai caracterizó como “error histórico” aceptar la propuesta del rey, tildada de “farsa”. Los maoístas aseveraron que no se había logrado deponer la monarquía ni despejar la vía democrática hacia una constituyente, por lo que debía continuarse la lucha.

Los que presionaron duro sobre el monarca para que diera ese paso al costado, en contraste con su golpe de febrero de 2005, fueron EE.UU. e India. El embajador estadounidense James F. Moriarty manifestó que el rey debía hacer cambios o se vería una revolución en Nepal. Su colega hindú fue al palacio el 17 de abril y le dijo al atribulado morador: “si desea salvar lo que queda de monarquía, debe entregar el poder a la Alianza de los Siete Partidos”.

Con el agua al cuello, el rey les hizo caso y su oferta fue tentadora para los siete partidos. Pero en la medida que en el país siga imperando el atraso y miseria propio de la dominación de las castas y los terratenientes (zamindares), en cualquier momento la guerrilla aparece en la capital.

Prachanda, que se llama Pushpa Kamal Dahal, ha prometido que cuando la guerrilla entre a Katmandú va a colgar al rey. No se conforma con implantar gobiernos revolucionarios autónomos en el cuarenta por ciento del país, tomar capitales provinciales y cuarteles, derribar helicópteros, etc.También quiere llegar al techo del mundo.