Se me dirá que el verano es mala fecha para conmemoraciones, que desde luego
ya no es como antes, cuando la clase trabajadora se revolucionaba lo hacía
en los meses más calurosos, y sobre esto un libro como Barcelona rebelde,
que publicó Octaedro, ofrece numerosos ejemplos. Y es cierto, ahora no se te
ocurre montar un acto por las fechas. Pero aún y así se pueden hacer muchas
otras cosas, desde exposiciones como las que ha preparado la CGT, hasta
ediciones de libros y revistas…Además, la conmemoración no tiene porque
coincidir con la canícula, y bien se pueden hacer antes o después…
La cuestión es que se trata de un acontecimiento determinante en nuestra
historia social –la de los abajo pero también de os de arriba, de las
víctimas y de los verdugos, porque las cosas no eran mucho más complicada-,
y sí bien se ha andado mucho desde entonces –todo el siglo XX-, no es menos
cierto que de aceptar las directrices del actual capitalismo, se regresaría
al jornal y a condiciones no muy diferentes a las de 1909. Por otro lado, la
revolución de julio planteó muchas cosas, de entrada una denuncia radical
del horror colonialista, luego una ira incontenible por la situación en que
quedaban los soldados –los pobres que no podían pagar la exención del
servicio-, y que acababan lisiados y pidiendo limosnas por las esquinas como
ya lo venían haciendo los de la guerra de Cuba, esto sin olvidar la reacción
contra los santones como el marques de Comillas que sacaban su beneficio y
que venían a despedir las tropas con sus estampitas y sus avemarías…
Tenemos otros muchos datos básicos más: el impulso del movimiento obrero
(dos años después se rea la CNT), el desbordamiento del sindicalismo or
parte de las masas trabajadoras, la sempiterna cobardía de la burguesía
liberal y republicana, comenzando por la catalana, que mostró más miedo al
pueblo que a los detritus militaristas y eclesiales en los que se sostenía
la monarquía, llegados aquí hay que alumbrar las extremas miseria moral de
los Borbones, luego se llega a otro capítulo, el de la detención, proceso y
asesinato legal de Ferrer i Guardia…Hay materia para que los trabajadores y
el personal con inquietudes críticas tome buena nota, contamos con varias
películas (La ciutat cremada es la más conocida; una película que tiene su
propia historia y sobre la que habría tanto que hablar porque sin ser una
buena película da cuerda para un diálogo con la historia), numerosos
documentales, así como una serie de libros importantes…
El más cercano quizás sea el de la inagotable Dolors Marín, Barcelona en
llamas, la revuelta popular y la Escuela Moderna que ha publicado La Esfera
de los Libros, y que comienza con la huelga general convocada para impedir
el embarque de los reservistas con destino a la guerra de Marruecos, en
julio de 1909, hace cien años, en Barcelona y otras poblaciones catalanas
estalla una revuelta popular en la que se quemaron iglesias, centros
escolares y conventos. Describe una ciudad literalmente en llamas, se
enfrentaron en las calles dos formas de entender la vida, el trabajo, la
ciencia, la guerra y las relaciones entre las personas, muestra de la
tensión acumulada durante largo tiempo y de la lucha del pueblo por
disfrutar de un espacio propio.. Un factor determinante en esta historia es
para Dolors, el progresivo proceso de descomposición del poder que desde
siglos había detentado la Iglesia española. En aquel momento, la laicidad
penetraba en España con las ideas enciclopedistas del Siglo de las luces y
el darwinismo, fomentando así el establecimiento de centros obreros, logias
masónicas, cooperativas, centros espiritistas o grupos pacifistas, todos
ellos con sus correspondientes bibliotecas y escuelas anexas.
Y en el centro de la tensión aparece la propuesta educativa de racionalistas
y anarquistas, con Ferrer Guardia y su Escuela Moderna a la cabeza, que
sería sacrificada después de los sucesos de aquella semana revolucionaria.
En este estudio nuevos rostros de los protagonistas de aquellos hechos, los
de abajo, la gente del pueblo con sus grandezas y sus limitaciones, todo
para ofrecer un panorama que ayude a comprender el comienzo de nuestros
tiempos. El de dolor es un libro lleno de vida, sazonado por historias
veraces de los librepensadores, masones y racionalistas, sobre la que surge
un gigante: el proletariado militante.
También se ha reeditado el libro ya clásico de Joan Connelly Ullman (en
Ediciones B), el prime trabajo científico sobre este episodio, y que siguió
la senda abierta por la obra emblemática de Josep Benet, Maragall i la
Setmana Trágica, que editó allá por 1966 Península en una colección
rompedora con el muermo dominante, y que sirvió para que las nuevas
generaciones comenzaran a hablar con más seriedad de una historia que la
derecha había escrito como un horror dominado por la quema de conventos y la
represión contra curas y monjas…En otro tiempo, el movimiento obrero
organizado asumió la revolución de julo de 1909, sin embargo, tampoco por
entonces parece que desarrollara las reflexiones necesarias, y sobre este
punto trata este artículo de Andreu Nin que incorporamos como anexco.
ANDREU NIN
UN ANIVERSARIO OLVIDADO
LA INSURRECCION DE 1909 (*)
Como obedeciendo a una consigna, la prensa republicana y socialista ha
dejado pasar unánimemente en silencio el aniversario del levantamiento de
1909.
Sin embargo, los acontecimientos que se produjeron en nuestro país en la
última semana de julio del año mencionado merecen ser recordados por las
lecciones que encierran y por la enorme influencia que ejercieron en el
desarrollo del proceso revolucionario. Bastará señalar, como índice de la
importancia de aquel movimiento, que, a partir de 1909, se interrumpió el
‘turno pacífico» de los dos partidos dinásticos que constituía el eje del
mecanismo político de la monarquía desde la Restauración y se agravó
profundamente la crisis del régimen. La España feudal dio un crujido que
hizo tambalear el trono.
Sin el 1909 no habría sido posible el 1917 ni el 1931. Al menos por
gratitud, los que tan fácilmente conquistaron el poder hace dos años y medio
no deberían olvidar a los que con su gesto heroico les allanaron el camino.
Recapitulemos ante todo y brevemente los hechos que marcan la iniciación de
los que varios años después terminaron con la monarquía de Alfonso XIII.
La guerra de Marruecos, profundamente impopular, provoca un profundo
descontento entre las masas trabajadoras. A principios de julio, el
descontento toma formas violentas. Surge la protesta airada en todos los
ámbitos del país: en mítines y manifestaciones tumultuosas, durante las
cuales son frecuentes las colisiones con la fuerza pública, las masas
populares claman su indignación contra la política del gobierno. La
movilización de los reservistas es la gota que hace rebosar el vaso. La
protesta toma proporciones amenazadoras. En distintos puntos de España se
producen graves desórdenes en el momento de embarcar las tropas.
La atmósfera está terriblemente caldeada. Las protestas esporádicas de las
primeras semanas se convierten en un imponente movimiento, de carácter
netamente antimonárquico. La opinión popular del país atribuía toda la
responsabilidad de la criminal e insensata aventura a Alfonso de Borbón,
instrumento interesado de un puñado de capitalistas.
El 26 de julio estalla en Cataluña la huelga general, declarada por la
Confederación Regional de Sindicatos "Solidaridad Obrera». El movimiento,
que desde los primeros momentos toma un carácter netamente revolucionario,
es secundado con admirable unanimidad. Sólo los tranviarios de Barcelona,
tradicionalmente reacios a la solidaridad con los demás trabajadores,
ofrecen cierta resistencia a sumarse a la huelga; pero la resistencia es
fácilmente vencida, aunque cuesta algunas víctimas. Los tranvías que salen
de las cocheras en la mañana del 26 son tiroteados por los obreros y
convertidos en las primeras barricadas.
Pocas horas después de haber empezado, la huelga general se transforma en
insurrección, que las autoridades se ven impotentes para sofocar. Los
soldados se niegan a hacer fuego y en muchos puntos fraternizan abiertamente
con los revolucionarios. Las fuerzas de la guardia civil y de la policía son
a todas luces insuficientes para repeler el impetuoso ataque de las masas.
Durante dos o tres días los insurgentes son dueños absolutos de la
situación, tanto en Barcelona como en el resto de Cataluña, por la cual se
extendió el movimiento como un reguero de pólvora.
¿Qué formas concretas tomó la insurrección? En Barcelona, los
revolucionarios, al mismo tiempo que luchaban con la fuerza pública, pegaban
fuego a conventos e iglesias. En el resto de Cataluña, en muchas poblaciones
se limitaban a impedir, con las armas en la mano, la salida de los
reservistas; en otras, destituían a las autoridades y proclamaban la
República. Claro está que si en Barcelona, que es la que da la pauta, el
levantamiento hubiera tomado formas más concretas, persiguiendo desde su
iniciación objetivos bien definidos, las demás poblaciones catalanas
hubieran seguido inevitablemente su ejemplo.
Pero los obreros barceloneses, sin una organización o un partido político
que les orientara, se vieron desamparados y concentraron su furor en los
conventos y las iglesias, personificación tangible, a sus ojos, de la
reacción. La organización obrera, después de haber declarado la huelga
general, creía haber cumplido ya con su misión. Ahora, según ella, eran los
partidos republicanos los que debían entrar en acción y canalizar el
movimiento en el sentido de la lucha decisiva contra la monarquía. Pero en
vano los delegados del comité de huelga, único organismo directivo del
movimiento, visitaron a los líderes republicanos para solicitarles se
pusieran al frente de la insurrección. Unos habían desaparecido, otros se
escondían en el desván, otros se los echaban de encima a cajas destempladas.
A la hora de las responsabilidades, todos se volvían atrás.
Entretanto, ¿qué ocurría en el resto del país? La Cierva, ministro de la
Gobernación, lanzaba maquiavélicamente la versión de que el movimiento era
separatista; la Unión General de Trabajadores y el partido socialista
adoptaban una actitud pasiva. Como resultado de ello, el levantamiento quedó
aislado, el gobierno tuvo la posibilidad de mandar considerables refuerzos a
Cataluña y de actuar eficazmente, aplastando la insurrección en ese momento
crítico en que la resolución con que obren las fuerzas en presencia decide
del resultado de la lucha. Las detenciones en masa, la clausura de todos los
sindicatos y entidades de carácter obrero, sin excluir los ateneos; las
monstruosas condenas de los consejos de guerra y los fusilamientos en
Montjuich fueron el coronamiento de aquellos sucesos que han pasado a la
historia con el nombre de «semana trágica».
De aquella memorable insurrección, que constituye una de las etapas más
importantes de la historia de la revolución española, se desprenden algunas
lecciones, que es necesario señalar:
1ª Ya desde la iniciación del proceso revolucionario es la clase obrera la
que desempeña un papel predominante en el mismo; los acontecimientos de los
años posteriores no hacen más que confirmar irrebatiblemente esta
afirmación.
2.ª Por no tener una política propia, la clase obrera de nuestro país, en
los momentos decisivos, se libra a acciones estériles, esporádicas y
carentes de orientaciones, o se ve obligada a hacer la política de otra
clase.
3ª Los partidos republicanos, por miedo a la acción de las masas populares,
por miedo a la revolución propiamente dicha, le vuelven la espalda en el
momento en que muestra su verdadera faz. Les es más grato ver los fusiles en
las manos de la guardia civil que en las de los trabajadores.
4ª Sin la coordinación, mediante una organización rigurosamente
centralizada, de la acción de los trabajadores de toda España, la derrota
del proletariado es inevitable.
5ª Finalmente, la lección fundamental que se desprende de los
acontecimientos de 1909 y de todos los que han caracterizado el desarrollo
de la revolución española, es que la clase trabajadora no tiene más que un
camino de salud:
romper todo contacto, directo o indirecto, con las fuerzas políticas
burguesas y pequeño burguesas y organizarse en un potente partido
revolucionario de clase, sin el cual será totalmente imposible su
liberación.
Desgraciadamente, la mayoría del proletariado español no ha sabido
aprovechar todavía las lecciones de la experiencia histórica y sigue dando
tumbos entre la democracia pequeñoburguesa y el castrador reformismo
socialista, de una parte, y el putschismo histérico del anarquismo, por
otra.
No ocurre lo mismo con la burguesía, que comprende perfectamente el sentido
de los acontecimientos revolucionarios pasados. Por esto su silencio
alrededor de la insurrección de 1909 no tiene nada de casual.
(*) Comunismo, n.° 27, agosto de 1933.
Pepe Gutiérrez-Álvarez