Premio Nobel de la Paz al hiperbélico Al Gore Alfredo Jalife-Rahme
BAJO LA LUPA
El inconmensurable sabio Confucio solía expresar que una de las características de la decadencia lo constituye la confusión semántica. Y a este impasse semántico (una verdadera aporía conceptual) ha conducido el Comité Noruego al otorgar el Premio Nobel de la “Paz” (¡supersic!) compartido al excelso Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) de la ONU –un acto gratamente laudable– y al hiperbélico y supercontaminador Albert Arnold Gore Jr, lo cual es altamente perturbador y pone en tela de juicio al gratificante (un país miembro de la OTAN), sus preseas sesgadas con dedicatoria (no pocas veces en contra de los países en vías de desarrollo que encubren agendas encubiertas) y a sus galardonados controvertidos sacados de la manga.
No es la primera vez que personajes hiperbélicos reciben la máxima presea “OTAN-céntrica” del pacifismo, adjudicada al etnocida Henry Kissinger, el ex terrorista Menahem Begin, el padre de la bomba atómica israelí Shimon Peres y hasta el palestino Yasser Arafat, a quien los multimedia desinformativos “occidentales” asolaban de “terrorista”, etcétera.
El tema del “cambio climático” es trascendental, pero el personaje seleccionado, quien en este caso no ha sido, como debe ser, impoluto en su quintaesencia y en similitud a la agenda que pretende defender en nombre del género humano. Mejor hubiera sido haber optado exclusivamente por el panel PICC de la ONU y no haber contaminado la presea con Al Gore.
Sin contar su bendición a la guerra contra Irak en 1991 y más allá de su perturbador lado oscuro que merece un tratamiento especial –impulsador del nefario TLCAN, que no contribuyó nada en materia ambiental en la transfrontera mexicana; sus nexos con la “mafia rusa” y el ex primer ministro soviético Viktor Chernomyrdin; su pleito racista con los países asiáticos islámicos para beneficiar las especulaciones de George Soros contra Mahathir Mohamed, ex primer ministro de Malasia, etcétera–, baste recordar que como vicepresidente número 45 de Estados Unidos, el pomposo y fundamentalista “cristiano redivivo” (“born-again christian”) Al Gore participó en varias guerras nada impolutas, primordialmente la de la OTAN contra Serbia, donde su ejército desparramó generosamente varias toneladas de uranio depletado (empobrecido), según la BBC (7 de mayo de 1999) y el excelente portal Common Dreams (31 de enero de 2001).
Quizá lo ignore el Comité Noruego, pero nada es más deliberadamente contaminante que una guerra, ya no se diga el uso de “uranio depletado”. Este simple acto descalifica tanto al comité como gratificante y al galardonado, quien colaboró al más alto nivel ejecutivo en las calamidades ambientales y médicas que padecerán los Balcanes durante centenas de años. ¡Qué graves contradicción e hipocresía del Parlamento noruego!
El Nobel de la “Paz” (sic) a Al Gore equivale a conceder el “premio de derechos humanos” al etnocida neoliberal-monetarista Zedillo (a quien la banca israelí-anglosajona cobija en el “Centro de la Globalización” de Yale, que sepa Dios qué hace y publica) por sus hazañas en Acteal y Aguas Blancas, que los fariseos multimedia anglosajones ocultan mientras abultan la revolución azafrán de Myanmar, en ambos casos para capturar el petróleo ajeno.
La presea regalada provocó intensa controversia. El Rincón de los Lectores de The Daily Telegraph (12 de octubre de 2007) pregunta si Al Gore “merece el Nobel de la Paz”. Esto no es un asunto de vulgares encuestadores: un hombre hiperbélico no puede merecer bajo ninguna consideración leonina ese premio. Está cavando su propia tumba, porque los ciudadanos del planeta lo vamos a repudiar donde se pare a cobrar suculentos estipendios (acaba de recaudar 170 mil dólares en un país miserable como México, por cierto, el undécimo contaminador planetario).
The Times (13 de octubre de 2007) considera que la presea a Al Gore “levantará muchas cejas” y “es una reprimenda (sic) a Bush” por su fraude electoral de Florida y su conducta de depredación ambiental en su calidad de sepulturero del Protocolo de Kyoto de la ONU.
Constituye un grave error de juicio que el Parlamento noruego abandone su vocación universal para enfrascarse en venganzas degradantes y en reyertas aldeanas cuando se trata de otorgar la máxima presea pacifista, que ha puesto en peligro de muerte.
Ni a quién irle entre el “republicano” Baby Bush y el “demócrata” Al Gore cuando este último tuvo las riendas compartidas del poder durante ocho años en la Casa Blanca, donde no se notó que en su país, el principal contaminador planetario, haya disminuido sus indecentes índices de polución doméstica.
Para equilibrar las sesgadas preseas “OTAN-céntricas” del Parlamento no-ruego va a ser imperativo que el Grupo de Shanghai conceda otras universales preseas alternativas para competir creativamente ante la opinión pública mundial, en lugar del cada vez más contaminado, desde el punto de vista político, Premio Nobel de la “Paz” (sic), el más relevante de todos, que nació bajo el signo de la dinamita y parece acabar bajo su demolición interna después de 106 años.
Mientras el Nobel de la “Paz” (sic), en lugar de enarbolar un valioso reconocimiento universal, se puede convertir en un estigma –algo así como el abrazo del albatros alrededor del cuello de los navegantes–, la periferia en vías de desarrollo debe iniciar una contraofensiva creativa con enfoque multilateral y lanzar una presea alternativa que pudiera llamarse Premio por el Diálogo de Civilizaciones –algo así como un Premio Avicena y/o Samarcanda para puntualizar su excelsitud científico-humanista-bioética–, el cual comprenda la gama de reconocimientos que otorgan los dos países escandinavos (el Premio Nobel de la “Paz” del Parlamento noruego, y el restante de las preseas por Suecia), en cuya selección deberán participar los parlamentos y los “poderes ciudadanos” del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y de otras potencias emergentes (Irán, Venezuela, Malasia, Sudáfrica, etcétera, no más de 10) que reflejen la pluralidad y la biodiversidad de las especies vivientes de la creación y, sobre todo, expresen su proclividad inalienable al “diálogo de las civilizaciones”. Nuevas preseas específicas sobre “preservación del medio ambiente” –que se pudiera bautizar Premio de la Biósfera Vernadsky, en homenaje al genio geoquímico ucraniano del siglo XX–, así como otros galardones para “derechos humanos”, “edificación de la democracia” y “combate a la pobreza”, deberán ser agregadas a las conocidas.
Incluso, habría que duplicar generosamente el monto pecuniario para estimular a los científicos y humanistas del planeta, en particular los que en el conticinio multimediático participan desde la periferia del “euro-OTAN-centrismo” en la grandeza y el florecimiento de sus países.
El mundo es más amplio, rico y civilizado que la OTAN, que ha impuesto su agenda global mediante sus espurias preseas, sobre todo cuando se trata de su “paz” contaminada y minada, que aplica hipócritamente en su entorno flagrante de unilateralismo belicista y depredador a ultranza, lo cual se subsume en la infeliz selección de Al Gore: uno de los peores hiperbélicos y supercontaminadores del planeta.
(Fuente: La Jornada)
Alfredo Jalife-Rahme
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