Entrevista a Vladimir Acosta, analista político venezolano
La no-renovación de RCTV es un hecho
revolucionario porque toca el corazón del poder mundial
Por:
Marcelo Colussi
Fecha publicación: 03/06/2007
La salida del aire del canal televisivo RCTV ha producido
enormes repercusiones políticas tanto en Venezuela como en el
resto del mundo. Por lo pronto ha desatado un revuelo mediático
inusual que está dando pie a la derecha para acusar al gobierno
revolucionario de dictadura violadora de los derechos humanos;
sobre estas acusaciones se está montando una enorme campaña que
pide ya no la reapertura del medio en cuestión sino, lisa y
llanamente, la salida del poder del presidente Hugo Chávez.
Para conocer en detalle acerca de todo lo que se juega en esta
decisión y las perspectivas futuras al respecto Argenpress, por
medio de su corresponsal en Caracas, Marcelo Colussi, dialogó
con Vladimir Acosta, historiador y analista político venezolano,
uno de los más agudos observadores del proceso bolivariano en
curso.
Argenpress: ¿Qué significado tiene hoy, en términos
políticos, sociales y culturales, la salida del aire del canal
RCTV? ¿Por qué tanto revuelo, nacional e internacionalmente, en
torno a esta medida?
Vladimir Acosta: En el marco de todos los profundos cambios que
se han producido estos últimos años en Venezuela, cambios
favorables a las grandes mayorías, hay dos momentos que
especialmente pueden ser calificados de revolucionarios: el
proceso que permitió recuperar el petróleo y el momento actual.
El proceso que permitió recuperar la empresa estatal PDVSA
–Petróleos de Venezuela– se realizó en dos etapas: la primera
fue apoyar una nueva ley petrolera y una nueva junta directiva
dentro de la empresa, y eso costó un golpe de Estado, allá en el
2002. El gobierno fue derrocado, y la movilización popular logró
reestablecerlo en el poder luego de dos días con apoyo de los
sectores constitucionalistas de las fuerzas armadas. El
presidente, luego de recuperar el poder, en forma generosa, y si
se quiere hasta ingenua, le devolvió a la misma junta su
situación anterior en PDVSA, con lo que esa gente se dedicó a
conspirar, llegando así al sabotaje petrolero de diciembre del
2002/enero del 2003. Derrotado ese sabotaje a través de un
período de intensa lucha, recién ahí, en una segunda etapa, el
gobierno pudo tomar efectivamente el control de una empresa que,
en realidad, ya era del Estado, pero estaba manejada por una
élite llamada meritocracia que trabajaba para los intereses del
imperialismo de Estados Unidos. Ese fue un momento
revolucionario, dado que implicó tomar el control del petróleo y
de la empresa que lo explota en contra de los enormes intereses
del imperio y de la élite local que se beneficiaba a espalda de
las grandes mayorías. Ese momento sirvió para comenzar a
radicalizar el proceso que ya se venía viviendo en el país como
respuesta a la agresión de la derecha, y profundizar el
cumplimiento de una serie de tareas en función de
transformaciones sociales. Surgen entonces las misiones, que se
encargaron de llevar salud, educación, seguridad social,
condiciones dignas de vida en general para una mayoría que
estaba históricamente excluida. Es decir que, por primera vez en
la historia nacional, la renta petrolera se ponía realmente al
servicio del pueblo. Medida revolucionaria, sin dudas, que se
acompañó de otras no menos importantes, como poner control de
cambio para impedir que se siguiera saqueando al país, y además
empezar a cobrarle impuestos a los ricos.
En este momento se está planteando algo similar en términos de
avance de la revolución: convertir una emisora privada de
televisión, hoy día en manos de una familia acomodada por más de
medio siglo, en una empresa de servicio público. Y ni siquiera
se está expropiando; de ninguna manera, dado que esta es una
revolución muy legalista. En Venezuela, como ocurre en casi
todos los países del mundo, el espectro radioeléctrico es del
Estado, es decir: de la sociedad. El Estado lo administra como
expresión de esa sociedad. De tal manera que los que aparecen
como dueños de televisoras en realidad no son dueños, son
concesionarios. Las concesiones, como sabe cualquiera que tenga
una mínima noción de derecho, son algo que se otorga por un
tiempo y bajo determinadas condiciones. Cesado ese tiempo, si
quien otorgó la concesión considera que el otro no ha cumplido
con las condiciones pactadas, simple y llanamente no renueva la
concesión. Si eso sucede no se está yendo contra la propiedad
privada ni se está cometiendo ninguna arbitrariedad. Esto es lo
que ha ocurrido aquí con el canal Radio Caracas Televisión
–RCTV–, que durante 53 años estuvo explotando comercialmente el
uso de la frecuencia y que luego de todo ese tiempo hizo creer
que algo de orden público terminó convirtiéndose en algo
privado, y que eso es eterno. E hizo creer que esa empresa es la
dueña de ese canal. Manipulando los sentimientos y el
pensamiento del público, como medio masivo de comunicación que
es, logró ir creando esa imagen en amplias mayorías de la
población. Pero la frecuencia no es de ninguna empresa.
Ahora bien, que un Estado no renueve el uso de una frecuencia,
ya sea de una radio o de una estación de televisión, es algo muy
frecuente, algo de práctica común en todos los países del mundo.
Por diversos motivos justificados legalmente los Estados, y de
hecho eso sucede mucho, no renuevan concesiones. ¿Pero por qué
se forma este escándalo con lo de RCTV? ¿Por qué la prensa de
todo el mundo, por qué todo el poder mediático mundial y toda la
derecha está convirtiendo este hecho en una bandera de lucha con
la virulencia con que lo está haciendo? Vemos que en un problema
estrictamente venezolano se pronuncian y toman posición
parlamentos de distintos países, distintas organizaciones
internacionales, la Sociedad Interamericana de
Prensa, Reporteros sin Fronteras, organismos de los más
variados, por todas partes y con una fuerza inusitada. Pareciera
que la galaxia entera se está oponiendo a la no renovación de un
canal de televisión privado. ¿Por qué? Porque es un hecho
revolucionario. ¿Y por qué es un hecho revolucionario? Porque
toca el corazón del poder mundial. Hoy el poder mundial depende
fundamentalmente de los medios de comunicación.
Cuando el sistema electoral político al que llamamos democracia,
pero que en realidad no es tal –el sistema representativo de
elección de autoridades por el que los pobres terminan votando
por los ricos, los explotados votando por los explotadores–,
cuando el sistema ese necesita de los electores, los manipula,
los engaña. Pero anteriormente, cuando no existía esa parodia de
democracia, cuando los pobres no tenían derecho al voto, no era
necesario manipularlos. Con las sociedades modernas, cuando las
grandes mayorías tienen acceso al voto con el que eligen a los
mismos ricos de siempre en ese juego de supuesta democracia, ahí
surge la necesidad de su manipulación. Ahí, entonces, se hace
imprescindible para los grupos de poder manipular, domesticar a
las grandes masas, engañarlas, disolverles el cerebro, llenarlas
de imágenes banales para que no puedan pensar, embrutecerlas. Y
para todo ese trabajo de manipulación los medios de comunicación
son la clave. Sin medios de comunicación masiva, y más aún, sin
la televisión, que ha pasado a ser de una importancia decisiva
en el mundo de hoy día, sin esa manipulación espantosa el
sistema se caería. Se caería porque sin esa invasión continua a
que nos tiene sometidos la televisión comercial, sin esa presión
continua para que no pensemos, sin ese lavado de cerebro
reiterado a través de los valores que nos transmiten esos
programas de adoctrinamiento como son las series, las películas,
los noticieros engañosos, los programas de tan pésima calidad
con que nos viven impidiendo ver la realidad, sin todo eso la
gente empezaría a usar su propia cabeza. Los medios de
comunicación, por tanto, y la televisión mucho más aún, son de
importancia vital para la continuidad de ese sistema de
explotación.
Con esta medida Venezuela está dando un ejemplo que tiene
alcance mundial. Se están tocando intereses sacrosantos de la
empresa privada. Aquí no hay ninguna defensa de la libertad de
expresión y todo esto que se está vociferando por ahí. Lo que
esta empresa pierde es, entre otras cosas, una porción enorme de
ganancias. Sólo a través de la venta de publicidad, según acaba
de conocerse, dejaría de percibir una cantidad que ronda los 200
millones de dólares. No es la libertad de expresión lo que se
está defendiendo a los cuatro vientos sino los intereses en
juego. Si hay una ideología que se defiende es la ideología del
billete, la ideología del poder para un pequeño grupo, para un
élite. Eso es lo que está en juego. Entonces, transformar ese
canal explotado por una empresa privada que hace fortunas,
empresa ligada al imperialismo estadounidense y enemiga acérrima
de los cambios revolucionarios que se están produciendo hoy en
el país, transformar ese canal en un medio de servicio público,
democrático y participativo a favor de las mayorías, es una
medida que la derecha no tolera. Transformar ese canal que
trabaja sólo para su lucro y que manipula y adormece a la
población en un medio al servicio de una causa popular, eso es
una medida revolucionaria. Y no sólo para Venezuela, sino un
pésimo ejemplo para otros pueblos, según dice la derecha
internacional. Ya lo dijo la SIP en estos días, muy
claramente: están preocupados porque el ejemplo venezolano puede
repetirse en otros países de América Latina, en Ecuador o
Bolivia, que también están transitando procesos de cambio.
Ojalá cunda el ejemplo, por supuesto. Ojalá puedan empezar a
darse muchos casos de transformación de televisoras
privadas en canales de servicio público al servicio de las
mayorías, que defiendan nuestros valores culturales, que nos
hagan conocer nuestra historia. Todos conocemos la historia y
los valores de Estados Unidos, pero no nos conocemos entre
nosotros. Su televisión está universalizada, la meten por todas
partes del mundo y nos obligan a consumir sus valores, su estilo
de vida. Con eso nos controlan. Nosotros no conocemos nuestras
raíces, nuestros valores más propios, nuestras culturas. A
través de la televisión, la estadounidense fundamentalmente, nos
han metido una cultura a la fuerza, con valores que no son los
nuestros. Y por supuesto que podemos hacer nosotros una
televisión nuestra, basada en nuestras tradiciones y que atienda
a nuestras verdaderas necesidades; una televisión cultural y no
por ello reñida con la buena calidad y el entretenimiento. Ese
es un mito que difundió esa televisión chabacana: que lo
entretenido, lo divertido está en discordancia con el buen nivel
cultural. Podemos, y debemos, hacer una televisión buena y al
mismo tiempo amena, que atrape. Ahí está el caso de Telesur, por
ejemplo. Ese es otro modelo de comunicación: es una televisión
latinoamericana hecha por latinoamericanos, que nos puede ayudar
a vernos y descubrirnos tal como somos y no como ciudadanos
norteamericanos de tercera categoría. Nosotros, en
Latinoamérica, por toda esa invasión cultural, no nos conocemos.
Un venezolano conoce muchísimo más de los Estados Unidos que de
Paraguay, o qué es Argentina o Brasil; pero conoce sólo
estereotipos, que son justamente los que nos meten esos medios
comerciales. Conocernos de otra manera es indispensable para
funcionar como pueblos hermanos, unidos, haciendo un verdadero
bloque, con objetivos comunes. Y con un enemigo común también.
De eso es lo que se cuida el imperio, por eso nos bombardea con
toda esa televisión basura que no sirve más que para
confundirnos.
En Venezuela, lo dijimos, se están dando cambios enormes,
transformaciones profundas. En ese sentido es de importancia
fundamental la educación. El sistema se mantiene, por un lado,
con una represión siempre presente. Aunque no se haga evidente
en todo momento, en las circunstancias críticas aparece con toda
su fuerza; siempre hay un Pinochet por ahí esperando agazapado.
La represión está siempre presente. Pero el sistema se mantiene
en el día a día con otro tipo de represión que no es la física;
son tres pilares: la iglesia, la educación y los medios de
comunicación. La iglesia es para los niños más pequeños, para
meterles desde muy temprana edad una serie de ideas en la cabeza
que ya les echa a perder la posibilidad del espíritu crítico
desde los primeros años de vida. Luego viene la educación
primaria, y ahí reciben una alta carga de ideologización.
Educar es siempre ideologizar, introducir valores. No puede
haber educación que no sea ideológica. Y la educación a la que
estamos habituados sirve para introducir las ideas de
competencia, egoísmo, individualismo, consumismo, racismo. Es
decir: todos los valores propios de una sociedad capitalista
basada en esos principios. Y finalmente vienen los medios de
comunicación, con una importancia especial de la televisión.
Resulta que la iglesia se queda en la niñez; ya de adultos mucha
gente incluso entra en contradicción con esas enseñanzas
religiosas: el Papa prohíbe usar condones y la gente los usa, el
Papa prohíbe el divorcio pero la gente se divorcia, el Papa
prohíbe las relaciones pre o extra matrimoniales y la gente no
le hace caso en eso. Pero de todos modos siguen siendo
católicos. Por tanto, el poder de la iglesia no llega a tanto.
La educación, por otro lado, se queda a mitad de camino, porque
en el sistema capitalista no todo el mundo tiene acceso a una
educación completa. Muchísima gente a duras penas termina la
primaria, si acaso un poco pasa la secundaria, y muy pocos
llegan a las universidades. Ahora bien: los medios de
comunicación llegan a todos, absolutamente a todo el mundo.
Llegan a los pequeñitos, a los adolescentes, a los adultos, a
los ancianos, a los analfabetas, a los cultos: por tanto ese es
el eje fundamental del poder hoy día. Nadie tiene tanta
penetración: ni la iglesia ni la institución educativa formal.
Incluso le compite a la escuela con muchas más posibilidades de
éxito: si queremos construir un nuevo ciudadano, con nuevos
valores, con una nueva ideología, lo que se construye durante el
día la televisión se encarga de desarmarlo por la noche. Por
todo eso es necesario, en función de crear el nuevo ciudadano,
empezar a desarrollar una nueva televisión, una televisión de
servicio público. Algo terrible que tiene este sistema y contra
el cual debemos ir con toda la fuerza: los medios de
comunicación no pueden ser privados. No puede ser que un grupo
empresarial tenga los medios a su disposición para manipularle
la cabeza a millones de personas a favor de sus propios
intereses sectoriales, y haciéndolos pasar por intereses
colectivos. Tampoco tienen que ser forzosamente del Estado,
porque se puede dar la misma situación que si fuesen de
propiedad privada. Tienen que ser de propiedad social. El peso
tan grande que tienen hoy día hace que, por fuerza, deban ser
administrados por la sociedad. Los ciudadanos tienen que
fiscalizar la comunicación. Y más aún: tiene que hacerla. Aquí,
en el oeste de Caracas, hay una televisora comunitaria llamada
Catia TV cuyo lema me parece excelente: “no vea televisión.
Hágala”. Eso es lo que tenemos que hacer, hacia ese modelo
tenemos que encaminarnos. Hay que generar una nueva propuesta en
el ámbito comunicacional.
Argenpress: La revolución ya lleva algún tiempo
desarrollando alternativas en el campo de la comunicación; de
hecho tiene medios propios, en desventaja todavía en relación a
la iniciativa privada, pero que ahí están. ¿Por dónde
desarrollar esa nueva política en comunicación? ¿El nuevo canal
TVes será el modelo a seguir? ¿Cómo considerar todo lo que se
lleva hecho hasta ahora? ¿Cómo desarrollar una nueva propuesta
para contrarrestar lo que ofrecen los medios comerciales y
cambiar la matriz de opinión que ellos crean, tanto en Venezuela
como con la opinión pública mundial?
Vladimir Acosta: Los medios de comunicación que tienen que ver
directamente con el proceso revolucionario enfrentan una
resistencia terrible de los monopolios mediáticos comerciales y
están intentando ir hacia un modelo participativo, de democracia
participativa. Y eso se expresa en buena parte en todos los
medios alternativos. Esto abre, sin dudas, un nuevo esquema. Es
lo más saludable que le pueda pasar a una sociedad que existan
esos medios alternativos, pues si no el Estado monopolizaría
todo el espectro comunicacional, y no es ese el modelo que
debemos buscar. Necesitamos medios de servicio social. El Estado
debe financiar a esos medios comunitarios, alternativos; lo que
hay que evitar es que el sector privado maneje esos medios
alternativos, porque si no, los transforma en pequeñas empresas
comerciales. Debe haber participación y actitud crítica
permanente de la población para evitar que el apoyo del Estado
no termine significando un instrumento de sujeción. Un nuevo
canal de servicio público, como el que se pretende crear ahora
con la nueva señal, no puede ser un boletín del Estado ni puede
tampoco dedicarse las 24 horas de programación a presentar puros
temas políticos a favor de la política estatal. En un sentido,
debería ser lo menos política posible, lo cual no significa que
se desinterese del hecho político. Debemos apuntar a una nueva
televisión que ayude a desarrollar nuevos valores culturales,
que nos ayude a conocernos, a criticarnos, a aprender de
nosotros mismos. Todo eso, por supuesto que es política, pero no
política partidista. Es una forma de crear una nueva ciudadanía
y un nuevo ciudadano, responsable y crítico. Y desarrollando esa
nueva televisión hay que buscar que eso sea agradable, que el
público se entretenga y le guste lo que mira. Porque esos nuevos
valores de ninguna manera están reñidos con lo divertido, con lo
entretenido. Ahí tenemos un mito: que lo serio e importante es
aburrido.
Aquí tenemos ya desarrollada una buena cantidad de medios
alternativos en el campo televisivo donde la gente sigue
aprendiendo a hacer su propia televisión, como el caso que
recién mencionábamos de Catia TV, más una serie de canales
comunitarios que ya están bien encaminados: TV Petare, Avila TV,
etc. Hoy día la tecnología se ha simplificado muchísimo y
cualquiera puede aprender rápidamente a manejar una cámara o a
editar. Es decir: se le ha ido perdiendo el miedo a hacer todo
esto que años atrás parecía una cosa inaccesible. La televisión
tenemos que hacerla entre todos y debemos desmitificar esa idea
que sólo puede hacerla un grupo de iniciados selectos dueños de
una tecnología inabordable.
Es cierto que con el nuevo canal que se abre ahora: TVes, se
abren muchas esperanzas, quizá demasiadas. Pero está bien: así
hay que hacerlo. Justamente de eso se trata: si se piensa en
cambios, en revolución, en transformación de lo que existe,
hay que ser optimista y apuntar a que es posible cambiar. Hay
que ponerle toda la pasión a esos cambios. ¿Quién daba un
centavo por Telesur hace un año? Nadie. ¿Cómo íbamos a enfrentar
a CNN? Eso parecía impensable un tiempo atrás. Y ahí está hoy
día Telesur desarrollando una televisión excelente que sigue
creciendo cada vez más y quitándole espacio a la programación de
la CIA que nos llega por las cadenas estadounidenses. Eso
se puede hacer; se debe hacer, sin dudas.
Está claro que estamos en desventaja. La televisora comercial
que acaba de salir del aire tiene 53 años de desarrollo, y eso
tiene un peso. Hay un desarrollo tecnológico que no se puede
desconocer, y un canal que recién acaba de nacer, como TVes,
todavía no tiene todo ese camino hecho. El canal RCTV, en
términos ideológicos era una basura, pero tenía una calidad
técnica que habrá que recuperar para esta nueva propuesta que
ahora está naciendo. Es cierto que en el ámbito de la
comunicación de todo el proceso que vivimos en el país, existen
puntos débiles que hay que ir corrigiendo. La comunicación que
manejan los grandes conglomerados comerciales de la televisión
sabe manipular a la perfección las emociones de la población.
Juegan con los sentimientos de la gente, por eso tienen tanto
poder de penetración y de influencia y llevan a las masas de
aquí para allá a su antojo. Y curiosamente todos esos grandes
medios, todos y en todas partes del mundo, están contra el
proceso venezolano, porque todos pertenecen a la misma mafia del
poder, a los mismos grupos de propietarios globalizados. Pero lo
reitero: si bien el enemigo mediático es muy grande, una falla
grande que todavía tiene la revolución es la comunicación.
La televisión que está brindando la revolución aún tiene muchas
deficiencias. Sabemos que se están haciendo esfuerzos, pero aún
existen muchas carencias por corregir. De los dos canales que
tiene el Estado, hay que seguir mejorando aún. El canal 8, que
sirve como vocero del Estado, tiene que seguir mejorando. Y Vive
TV, si bien se presenta como una propuesta mucho más abierta, un
canal popular, más comunitario, tiene todavía que mejorar su
calidad.
En alguna medida, todavía buena parte de lo que la gente piensa,
gente que está disociada, enferma, es lo que les viene de
canales como el que acaba de expirar y de otro como Globovisión.
Este último es, lisa y llanamente, un canal de la CIA. Y
esto no es un puro cliché. Hay datos evidentes que así lo hacen
patente, demostrado con cifras y documentos en la mano, como por
ejemplo todas las investigaciones de Eva Golinger. Sabemos, por
esos datos, que hay periodistas pagados por Estados Unidos, que
hay conexiones internacionales, que se hace lo que les manda
hacer el Departamento de Estado. Con toda esta estrategia
mediática se logra mantener disociada a una parte de la
población venezolana, que no es poca por cierto. Pero por suerte
eso se viene reduciendo día a día. De todos modos el grado de
penetración, de disociación que ha logrado esta televisión
basura, no es poca cosa. A tal punto que hasta se han propuesto
desarrollar misiones sociales, como Barrio Adentro o Misión
Robinson, para atender a toda esa población que terminó enferma.
Pero salvo esos casos, con todos los errores del caso y todas
las críticas que se deban hacer, se ha ido logrando desmontar la
mentira mediática y hoy día la gente sabe mucho más a conciencia
que la televisión comercial en muy buena medida miente, que no
es la verdad revelada. Veinte años atrás la manipulación era
muchísimo más burda, más macabra; la gente vivía dependiendo de
esos shows televisivos tan chabacanos, pura rumba barata y
manipulación sensiblera, sensacionalismo de lo peor. Hoy eso ha
cambiado. En verdad la mayor parte de la población venezolana,
con la revolución ha ido adquiriendo una gran madurez política y
los medios de comunicación ya no tienen todo el peso absoluto
que tenían años atrás. En otros términos, podríamos decir que
aquí nos defendemos solos. Pero afuera no. Y el problema es que
buena parte de las luchas en el mundo actual se manejan y
condicionan a través de una opinión pública planetaria. Por eso
es tan importante una política de comunicación hacia fuera de
Venezuela.
El gobierno Estados Unidos lo ha hecho siempre, y ahora más aún,
en un mundo cada vez más unido por la comunicación global,
cuando quiere aplastar a un gobierno que no le es favorable,
cuando quieren invadir, ante todo monta una campaña mediática
internacional para preparar las condiciones con que poder
implantar su política. Ya sean las armas de destrucción masiva
de Saddam Hussein, o su complicidad con Al Qaeda, las conexiones
con cualquier guerrilla, las acusaciones de narcotráfico, etc.,
todo eso sirve para manipular las mentiras mediáticas con que
llevar adelante su proyecto hegemónico. Lamentablemente buena
parte de la población humana ha sido convertida en borrega, en
tarada, por el poder de la televisión. Se ha logrado hacer creer
que todo lo que vomitan por televisión es verdad. Aunque sepamos
que muy buena parte de lo que se presenta en televisión es
basura, tenemos el derecho a mirar televisión, ¿por qué no? Pero
lo terrible es que uno tiene que terminar viendo lo que los
grandes consorcios nos imponen y sobre lo que no podemos
decidir. La mayor parte de la gente no sabe todo esto, no tiene
desarrollado un pensamiento crítico. Por tanto se cree todo lo
que ve y escucha, no tiene mayores instrumentos con que
enfrentar tanta mentira. Ni siquiera sospecha que le están
mintiendo y manipulando. Además la eficiencia de ese aparato que
es el televisor es fenomenal. Si ese invento estuviera al
servicio de la educación, de la cultura, del entretenimiento
verdadero, tendríamos una humanidad distinta. Pero
lamentablemente está en mano de unas poderosas mafias que buscan
sólo su lucro, por lo que el efecto de la televisión se vuelve
en contra del progreso de las grandes masas de la humanidad.
Algo que podría ser positivo terminó siendo tremendamente
negativo.
Pero como decía, nosotros aquí nos sabemos defender y hemos
desmontado toda esa basura informativa con que quieren llenarnos
la cabeza. De todos modos, fuera del país circula una versión
que no le es nada favorable al proceso que vivimos aquí dentro.
Hasta ahora, los venezolanos que apoyamos este proceso
revolucionario, no hemos sido lo suficientemente capaces de
enfrentar todo esto. No para igualarnos con ese poder, que es
demasiado grande. Aquí dentro lo derrotamos, pero tenemos que
generar una corriente de información sobre Venezuela para que se
difunda en el mundo, para que la opinión pública internacional
tenga otra versión de la mentira que constantemente promueven
esos medios poderosos. Toda la prensa de la derecha, es decir,
los dueños de las grandes cadenas mediáticas y que en América
son los que manejan la SIP, difunden puras mentiras
sobre Venezuela. ¿Cómo contrarrestar eso? La revolución tendría
que plantearse como una tarea de importancia fundamental generar
una información alternativa a todas esas mentiras, a esa
cantidad de embustes con que se desacredita todo el proceso que
aquí se viene llevando adelante. Se hace algo al respecto, sin
dudas; pero se debería profundizar mucho más. Eso, en
definitiva, cualquier gobierno lo hace y está en pleno derecho
de hacerlo. Es decir: difundir por todo el mundo información de
lo que está haciendo, crear conciencia sobre lo que es ese país,
tener un peso en la información que circula en el mundo, ayudar
a crear opinión sobre sí mismo.
Insisto: se está haciendo algo. Por ejemplo, tenemos el
Instituto Pedro Gual para las Relaciones Internacionales; pero
mucho de la estructura del Estado sigue estando en manos de las
viejas prácticas de la derecha. Hay toda una cultura política
que aún sigue metida en los funcionarios del Estado. En muy
buena medida seguimos atados al pasado. Estamos luchando contra
el pasado, pero en muchas ocasiones con instrumentos y
metodologías de ese mismo pasado que se intenta modificar.
Mucho, demasiado quizá de ese pensamiento burgués del pasado lo
seguimos teniendo hoy, en el medio de la revolución.
Argenpress: Eso nos lleva a entonces a una pregunta que
tiene que ver con la construcción del socialismo hoy en
Venezuela, pero que puede ser extensible a cualquier proceso de
cambio. ¿Cómo plantearnos el trabajo con todos esos grupos que
siguen dominados por el pasado? ¿Cómo cambiamos esa mentalidad
que nos viene de atrás y que no termina de morir cuando lo nuevo
no termina de nacer? En estos momentos tenemos en Venezuela
protestas de grupos estudiantiles –sin dudas manipulados por
factores de poder– que reclaman contra una supuesta falta de
libertad de expresión. ¿Qué debe hacer la revolución con estos
sectores de clase media confundidos, estupidizados en buena
medida por la televisión que queremos combatir?
Vladimir Acosta: Hay que entender que aquí, en Venezuela, este
proceso llega al poder por medio de un triunfo electoral.
Sabemos que las elecciones nunca son momentos revolucionarios;
son sólo mecanismos de cambio de cara que el sistema se permite
realizar cada cierto tiempo. Y si por ahí se filtra un
presidente de izquierda, el poder mundial inmediatamente lo
tumba, como sucedió en Chile por ejemplo con Salvador Allende.
Eso, en todo caso, puede generar una situación conflictiva que
podría llevar, o no, a un proceso revolucionario. En Chile, sin
dudas, condujo a una contrarrevolución espantosa. Pero el
caso de Venezuela fue distinto. Aquí, como Chávez lo explica
citando a Trotsky, los latigazos de la derecha fueron
radicalizando el proceso. Y algo que había nacido como un
proceso confuso, tibio, sin ser claramente de izquierda, por los
mismos ataques de la aristocracia, fue girando a posiciones cada
vez más revolucionarias. Las leyes que se fueron aprobando, las
leyes habilitantes, las leyes petroleras, la ley de agua,
llevaron a la reacción de la aristocracia, y ahí vinieron el
golpe de Estado, el paro petrolero, el paro patronal. Tal como
sucede ahora con lo del canal de televisión. El proceso se va
radicalizando, pero la mayor parte del poder aún sigue en manos
del pasado. La educación sigue en manos del pasado, con
programas y una visión ideológica que son del pasado. La
justicia también sigue en manos del pasado. La economía sigue en
manos del pasado. La mayoría de los medios de comunicación
–alrededor de un 80% de todo el espectro– sigue en manos del
pasado, son los medios privados, comerciales. De tal manera que
más allá de las denuncias asquerosas que hacen los medios
privados de que esto es una dictadura y que el presidente, como
tirano, controla todo el poder, más allá de esa mentira que
difunden los medios, el gobierno apenas está controlando un poco
algunos sectores del aparato de Estado, pero el peso del pasado
controla casi todos los aspectos de la vida nacional.
El gobierno, legalista como es, se va moviendo muy hábilmente
para lograr transformaciones utilizando todo el marco legal que
sigue siendo del pasado. La administración pública es toda
heredada del pasado, por eso cada paso en el proceso de cambio
cuesta esfuerzos terribles. Por eso fue necesario crear las
misiones, porque los ministerios no servían para generar
cambios, porque desde dentro mismo de la estructura de Estado se
boicoteaban, se obstaculizaban. Pero justamente por toda esa
pesada carga que se hereda y que el gobierno no quiere o no
puede desechar, cada cambio cuesta tanto. Por eso esa lentitud
para ir cambiando cada cosa, lentitud que a veces exaspera. Pero
los cambios se van haciendo, sin dudas, aunque cuesten tanto.
Afortunadamente Venezuela es un país petrolero, y eso posibilita
que todo ese dinero que genera la riqueza del subsuelo ayude al
proceso de cambio. Si no existiera toda esa riqueza y no hubiera
mucho que repartir, el intento de transformación ya hubiera
generado una contrarrevolución violenta o una guerra civil
generalizada. Y más allá de estos grupos de disociados, que
además magnifican su pelea a través de la prensa sensacionalista
pero que en realidad son muy pequeños, la sociedad venezolana
está en paz. La revolución se viene haciendo con una relativa
paz.
En un proceso de cambio como el que ahora vivimos sabemos que se
benefician las grandes mayorías, y quienes pierden su
protagonismo son los sectores más acomodados, siempre muy
minoritarios. Es decir: la oligarquía. Pero sucede que en
Venezuela tenemos una oligarquía extendida. Nos encontramos aquí
con una clase media fuerte, reforzada en su cultura de clase
media a través de los medios de comunicación. Resulta de todo
eso que uno de los sectores más contestatarios de todo el
proceso son, justamente, sectores de clase media. La clase media
es una bolsa de retazos, no está muy claro qué es: todo lo que
vaya hacia el centro del espectro político es clase media. En
muy buena medida está disociada; tiene como modelo a los ricos,
al empresariado, quiere imitarlos, pero no llega a ser
aristocracia. Y por otro lado toma distancia de los sectores
populares, porque teme el ascenso social de los grupos
eternamente marginados y sobre los cuales se sentía superior.
Todo ello acompañado de un racismo espantoso, pues en nuestros
países latinoamericanos el color de piel se oscurece a medida
que se baja socialmente. Es decir: esos sectores miran hacia
arriba para imitar y miran para abajo para despreciar. Esa clase
media está envenenada porque ahora los morenos que anteriormente
les servían de maleteros en los aeropuertos, comparten el avión
con ellos. Nuestra clase media es profundamente ignorante. Puede
que algunos de ellos tengan maestrías y doctorados en el
extranjero, pero en definitiva eso no significa nada: fuera de
su espacio técnico son ignorantes e incultos. Toda esa gente,
disociada y manipulada por el mensaje que le llevan estos
medios-basura como el que ahora acaba de salir del aire, están
envenenados contra la revolución, porque ahora ven que los
sectores antes marginados también tienen beneficios, y eso los
espanta. Pero ahí está su ignorancia, su incultura, puesto que
la revolución también los ha beneficiado a ellos como clase
media, por ejemplo acabando con los créditos hipotecarios
indexados con los que estaban siempre ahogados pagando sus
apartamentos. Este gobierno está abriendo fuentes de trabajo por
todos lados, promoviendo el desarrollo tecnológico; es decir:
ofreciendo posibilidades también para esa clase media. Y la
prueba de ello es que se ven los aeropuertos llenos, los
restaurantes llenos con gente de esa clase media. Pero están tan
manipulados que todo ese sector odia visceralmente al gobierno
de Chávez, aunque no sepa por qué. ¿Y por qué pasa eso? Porque
repiten ciegamente el mensaje de la televisión, que aquí vivimos
en dictadura, que no hay libertad de expresión, que se viene el
comunismo feroz. Cosa que pueden decir dónde quieran y cuándo
quieran sin que les pase absolutamente nada.
Esos sectores, lamentablemente, son carne de cañón: los utiliza
la oligarquía y el imperio. Y ahora, en estos días, con el
proceso del canal al que no se le renovó la concesión, son
algunos estudiantes de las universidades a los que se manipuló y
se sacó a la calle tratando de hacer aparecer todo esto como una
rebelión popular contra Chávez. Eso es resultado de 20 años de
neoliberalismo donde las universidades fueron quedando en manos
de esos sectores de clase media y clase media alta, totalmente
despolitizados, manejados, sin la más mínima conciencia,
recelosos de las clases populares a las que ven con terror y de
un gobierno que va en beneficio de esos pobres históricos,
siempre excluidos y marginados. Esa situación de disociación la
estamos viendo aquí, donde ya va una semana de protestas de esos
muchachos. Se los ha puesto a marchar para buscar algún muerto,
un mártir que necesita la derecha para mostrar a la opinión
pública internacional cómo aquí una dictadura sangrienta
arremete contra la población indefensa. Durante la época en que
esa derecha gobernaba hubo verdaderamente represión, y la lista
de estudiantes muertos es interminable. Pero ahora hay la más
absoluta libertad y democracia, más allá de ese show mediático
que se ha montado. En una semana de supuestas grandes
movilizaciones, tal como quieren hacer aparecer por la
televisión, no ha habido un solo herido. Y hay algunos niños
detenidos momentáneamente por las autoridades para ser
entregados a sus padres, dado que son menores de edad que
estaban manifestando. Insisto: no hay un solo estudiante preso
ni herido, mientras hay en Caracas 25 policías heridos, uno de
ellos a punto de perder un ojo. Y eso no lo dicen por la
televisión golpista. Eso es manipulación. Además, con el manejo
que hacen de las imágenes, mintiendo, poniendo a su gusto lo que
se desea siempre fuera de contexto, presentan la imagen de
enormes marchas multitudinarias y una policía brutal que los
reprime. Esa es la televisión que no queremos. Es la que hace
Globovisión aquí en Venezuela, y CNN en Estados Unidos
transmitiendo para todo el mundo: una televisión mentirosa,
manipuladora, amarillista. Una televisión que en vez de llevar
información veraz y objetiva sirve sólo para disociar.
¿Qué hacer con todo esto? Afortunadamente no estoy en el
gobierno para tener que tomar esa decisión. Creo que el
presidente Chávez dijo algo muy importante: que se tiene que
terminar la impunidad. Es decir: que no se puede seguir
permitiendo que haya gente que no asuma la responsabilidad de
sus actos, tal como sucede con esos canales televisivos
golpistas. Uno tiene derecho a decir lo que quiera por
televisión, incluso a llamar al magnicidio –eso es libertad de
expresión, tal como pasa aquí–, pero luego hay que hacerse cargo
de lo que se dice. Si las leyes condenan el llamado a la
violencia, y en este caso al magnicidio, quien lo dice
tranquilamente en forma pública utilizando un medio de
comunicación tiene que responder luego ante la ley. Si no,
estamos fomentando la impunidad. Actuar con las leyes en la mano
de ninguna manera es coartar la libertad de expresión.
Lo que veo es que el gobierno tiene una paciencia infinita. La
tuvo durante todas las agresiones que ya ha sufrido, durante los
63 días en que duró el sabotaje petrolero, durante los días de
llamado al golpe de Estado desde la plaza Altamira, luego del
golpe de Estado: nunca tomó revancha contra sus adversarios.
Tiene realmente una paciencia proverbial, sabe esperar y no se
precipita. Y durante todos esos escenarios de desestabilización,
de profunda agresión mediática, nunca suspendió las garantías
constitucionales. Al contrario. Lo que menos se puede decir de
este gobierno es que sea dictatorial, que viola la libertad de
expresión de alguna manera. Se podría pensar que se mueve casi
con ingenuidad; pero obviamente no es así, porque esa
tranquilidad, esa paciencia siempre le ha resultado. El proceso,
en vez de caer, se viene fortaleciendo. Aquí se podrían haber
cerrado todos estos canales golpistas hace tiempo, porque había
motivos más que suficientes para hacerlo. Pero no se hizo, dejó
que se fueran desgastando solos. ¿Qué hacer, entonces, con esa
clase media disociada, manipulada, engañada? Algunos se irán
para Miami probablemente. Y algunos de esos volverán luego,
porque allá les tocará hacer de cajeros en algún supermercado,
aunque tengan un grado académico. Otros, probablemente, irán
entendiendo la situación, y se darán cuenta que los cambios
iniciados no tienen marcha atrás. Y otro grupo quedará loco, tal
como sucede en cualquier sociedad: siempre hay un porcentaje de
locos por ahí, eso es normal. Los neoliberales hablan de
porcentajes normales de desempleo; pues bien: también hay
porcentajes normales de locos. En ese caso habrá que plantearse
una misión específica para atenderlos. Hasta hay quien, medio en
broma medio en serio, lo planteó: la misión Loca Luz Caraballo,
para atender a ese grupo de disociados que quedó por ahí. Pero
el grueso de la población, la gran mayoría, creo que ya abrió
los ojos y no se deja seguir manipulando por esa televisión
basura.
Vladimir Acosta es profesor de la Universidad
Central de Venezuela, historiador, licenciado en filosofía
y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de
París. Analista político, dirige varios programas de radio y de
opinión.
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