Historias de Maestros

Por Nuria Barbosa León

Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba

 

Para los cubanos el 22 de diciembre es un día importante, en esa fecha son agasajados todos los educadores. Los regalos y las felicitaciones no alcanzan para la gratitud que se quiere expresar. La efeméride se institucionalizó en 1961 al finalizar la campaña de alfabetización.

 

Rina Caballero del Risco estudió en la Escuela Normal de Maestros en la provincia de Camagüey en la década del 50, para matricular en el centro tuvo que vencer un riguroso examen de concurso donde la mayoría de los aspirantes quedaban fuera.

 

Al graduarse como maestra, ninguna autoridad estatal le asignó un aula y ella emigró hacia la ciudad de Ciego de Ávila en busca de una oferta laboral en áreas rurales. Cuenta que si bien los maestros eran escasos, las escuelas eran inexistentes, y en una misma aula impartía el multigrado por lo que sentaba a sus estudiantes, por hileras, de acuerdo al nivel escolar.

 

Su aula era de alumnos muy pobres, incluso sentados en bancos y apoyando para la escritura en sus propias piernas. Los materiales escolares los compraba ella del bajo salario que devengaba. El aula era de tabla de palma en las paredes, guano en el techo y tierra pilada en el suelo. Rina agradeció mucho el triunfo de la Revolución porque todo aquello cambió.

 

Mirelva López fue una alfabetizadora en las lomas de Mabulla en el norte de Ciego de Ávila, en un breve relato dijo que entregó la planilla para incorporarse a la campaña a escondidas de su familia y falsificando la firma de su padre, contaba sólo con 15 años de edad.

 

Al ser llamada, fue con varios dirigentes juveniles donde su padre para que no le negaran el permiso y cuando le preguntamos por qué tuvo esa actitud tan enérgica, respondió que ella sentía que debía ser protagonista de un proceso de cambio que se respiraba en el país, --en ese momento-- no pensaba que le podría costar la vida.

 

Luego las experiencias fueron lindas y desagradables, la ubicaron en casa de unos campesinos que la acogieron como una hija pero que no tenían nada para ofrecerle, dormía en una hamaca, el aseo personal era con el agua del río que debía ser transportada más de un kilómetro, se cocinaba con leña y el menú era el mismo: arroz, frijoles negros y huevo hervido. Las clases se impartían en la noche a la orilla del farol chino.

 

Julia Ceruelos acudió al llamado de la Revolución cuando en 1970 se creó el Destacamento Manuel Ascuce Doménech, ella es del tercer contingente y tiene como gratos recuerdos: el uniforme color violeta oscuro, la disposición como joven de probarse en tareas difíciles, el difícil trabajo en las escuelas en el campo que rápidamente se crearon en todo el país y el amor que comenzó a sentir por la profesión de maestro, algo que nunca imaginó.

 

Sus primeros alumnos tenían su misma edad y no le fue fácil tomar el control del aula, luego fue ubicada en la Isla de la Juventud y allí vivió años hermosos y tristes. Hermoso porque conoció al padre de sus hijas, y, triste por la lejanía de la familia, y la responsabilidad de ser el maestro y los padres de sus alumnos. Lo mismo curó enfermedades que montó coreografía para el grupo de baile de la escuela.

 

En la actualidad, con el grado de Máster, expresa que tiene desgaste de voz, que sus piernas no la acompañan para estar muchas horas de pie impartiendo clases pero que no puede separarse del aula porque estar ante un pizarrón y con estudiantes en frente es la sensación de alegría y dolor que no puede dejar de experimentar un segundo.

 

Judith Sánchez optó por la Escuela Formadora de Maestros en la década del 80 al concluir su noveno grado. Su etapa estudiantil la recuerda con mucha nostalgia porque estudió en una institución de grandes edificios, con la comida y el albergue asegurado, los recursos no faltaban y el avituallamiento personal incluía desde shampú, jabón  hasta los uniformes, y piyamas para dormir.

 

Al concluir todos tuvieron ubicación laboral en las escuelas de la capital y aunque hizo prácticas en el transcurso de sus estudios nunca midió el alcance de ser la responsable de un grupo de niños de primaria. Dice que recibió mucha ayuda de la dirección de la escuela, hoy con 20 años dentro del sistema educacional tiene criterios en cómo se puede perfeccionar la enseñanza.

 

Ella fue protagonista de las reformas educacionales en el año 2000 y en cuanto a eso, refiere, que trabajar con 20 alumnos en el aula desde primero a sexto grado le da un gran conocimiento y familiaridad que puede resolver no sólo las demandas educativas sino hasta los intereses personales. “Ya no siento el desgaste físico de antes porque en diferentes horarios del día me auxilio de las teleclases. En la semana los alumnos tienen jornadas en el laboratorio de computación, en la biblioteca y en los círculos de interés, por lo que se cuenta con un fondo de tiempo para preparar mejor la clase”.

 

Judith manifiesta que ha tenido oportunidades de no continuar en educación con ofertas de trabajo tentadoras; no se ha decidido, porque piensa en ese niño que confía en ella para terminar su curso feliz. No sabe si se mantendrá en el aula hasta los días de su jubilación pero por el momento se siente satisfecha porque jóvenes universitarios la saludan y le dicen cariñosamente: “mi maestra”.

 

Islenys Castillo tiene 20 años cumplidos, por embullo de sus amigas decidió matricular en el pre pedagógico, hoy es una profesora graduada del curso general integral y matriculada en el tercer año de la licenciatura. Su voz le falla porque quiere hablar más alto de lo permitido por sus cuerdas vocales y ella misma se señala que tiene que aprender a modular el sonido.

 

En sus cortos años de experiencia ha impartido todo el programa de estudio de los niveles séptimo, octavo y noveno. Le gusta más las ciencias que las letras y le motiva que el estudiante de secundaria se presta para cualquier tipo de actividad. “Lo mismo se motiva para ir a la Feria del Libro en un “camello”, que inventa una rueda de casino ó que participa en un torneo deportivo”.

 

Ella es responsable de 15 muchachos, conoce a sus padres, visita sus casas, y comparte con ellos en campismo, fiestas y actividades programadas por la organización de pioneros. Como docente, Islenys aspira a impartir una buena clase todos los días, aún no sabe si será maestra toda su vida pero de lo que si está segura es que esta experiencia la prepara para vivir.

 

Cuba cuenta hoy en sus aulas con 175 000 docentes graduados y 32 000 estudiantes de escuelas pedagógicas (dato ofrecido por el Ministro de Educación Luis Ignacio Gómez) aún está muy distante de que su sistema educacional sea perfecto, la necesidad de elevar la calidad es una premisa hoy pero no hay dudas de que se transita por el camino correcto.

 

Educar es amar al prójimo y la noble misión que realiza un maestro debe ser orgullo de toda la sociedad, Felicidades a los maestros y profesores cubanos, ¿Y por qué no? A esos que aspiran a que la educación sea un derecho y un deber en la época actual.

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