EL GOBIERNO DE OBAMA SACUDIDO POR LA CRISIS.
Al calor de la brutal crisis económica que destruyó otros 598.000 empleos el pasado mes de enero, el entusiasmo entre la elección de Obama y su inauguración y sus primeros días de gobierno se ha disipado raudamente. Esto es una muestra de los problemas que afronta y de lo excepcional de los tiempos que vivimos. No ha terminado la luna de miel de 100 días que se le otorga a todo nuevo presidente norteamericano, que en apenas veinte días su gobierno parece confundido, tironeado entre la presión de los bancos y la aristocracia financiera que dirige el país a presionar hasta el final para que los costos de la crisis caigan sobre las espaldas del pueblo trabajador, y las expectativas de este de que el arribo de Obama al poder significaría algún cambio en su situación desesperada por el deterioro de las condiciones económicas.
La crisis del camino contemporizador elegido
Para algunos analistas la administración Obama ya se muestra más incompetente que la de Bush en sus peores días. Algunos analistas burgueses ultraliberales respetados como Martin Wolf que comienza su artículo del 11/2 en el Financial Times preguntándose incluso si su presidencia ya fracasó: “¿Ya fracasó la presidencia de Barack Obama? En tiempos normales, esto sería una pregunta ridícula. Pero estos no son tiempos normales. Son momentos de gran peligro… Hoy, controla los acontecimientos; mañana, los acontecimientos tendrán el control. Hacer demasiado poco es ahora mucho más riesgoso que hacer demasiado. Si no actúa de forma decisiva, el presidente se arriesga a ser sobrepasado, como su predecesor. Los costos, para EE.UU. y el mundo, que podría significar otra presidencia fallida no resisten siquiera ser contemplados”. Esta incipiente crisis política, a poquísimos días de haber asumido, es una consecuencia del camino extremadamente contemporizador y de unidad nacional elegido por el nuevo presidente, muy lejos aún de la política rupturista de Franklin Delano Roosevelt durante la Gran Depresión que evitó que el descontento de las masas fortaleciera su radicalización independiente de los dos grandes partidos de la burguesía a pesar de las grandes movilizaciones que se desarrollaron, aunque no logró que la economía volviera al nivel previo a la depresión. Esto es lo que puede observarse tanto en el Plan de Estímulo aprobado el martes 10/2 por el Senado, que el miércoles 11/2 fue conciliado antes de su promulgación por el presidente con la versión adoptada por la Cámara de Representantes, como en los detalles del nuevo plan de estabilidad financiera anunciado por el nuevo secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, el mismo día. En el primer caso, su opción política de bregar por un consenso bipartidista no consiguió que ni un solo republicano votara a favor de la versión de la Cámara de Representantes del Plan de Estímulo, al que denuncian demagógicamente como una “socialización” de la economía que traerá consigo la puesta en marcha de un “Estado del bienestar” a la europea, dicho esto desde el programa de la derecha republicana que consiste en bajar aún más los impuestos a los ricos y destruir lo poco que queda de la seguridad social, transfiriendo el dinero público al gran capital, pero por otras vías que las que proponen los demócratas. Pero su presión en la Cámara de Senadores, donde los demócratas debieron sumar el apoyo de tres senadores republicanos, logró liquidar los mínimos paliativos que este plan tenía para hacerlo potable para las masas, como la ayuda a gobiernos estatales, la construcción de escuelas o el incremento de los cupones de alimentos, que es lo central de los más de 80.000 millones de dólares que se le recortaron de la versión adoptada en la Cámara de Representantes. Por otro lado, se incorporaron algunas cláusulas como un crédito impositivo para compradores de casas, que algunos analistas la llaman cláusula “transfiérale su casa a su hermano” que costará mucho dinero y no hará nada por impulsar la economía. No por casualidad ha disminuido el respaldo de la población como mostraron las encuestas de opinión antes de su aprobación. Neokeynesianos como Paul Krugman, decepcionado por la ley votada, responsabilizan a la estrategia bipartidista seguida por Obama: “…esa fue su mejor oportunidad de lograr una acción decisiva y se quedó corto”.
Por otro lado, el nuevo plan de rescate financiero muestra que Obama es tan sirviente de los intereses de Wall Street como el bushismo. El contenido de su nuevo plan puede resumirse en no a la nacionalización de los bancos ni castigar a los accionistas. Estos son límites políticos que el gobierno no está dispuesto a tocar. En este sentido, aunque Geithner intenta presentar el nuevo plan de rescate, llamado Financial Stability Trust, como algo totalmente distinto del infame Troubled Asset Relief Program (TARP) -impulsado por el ex secretario del Tesoro de Bush, Henry Paulson-, diciendo que incluye fuertes requerimientos de transparencia y responsabilidad y duras restricciones a los bancos que reciban fondos adicionales de rescate, en realidad ha seguido el mismo esquema. Los supuestos límites al pago de los ejecutivos y otros requerimientos sobre los bancos son, en realidad, en gran parte efímeros, designados a aliviar el recelo de la población y ocultar una gran nueva transferencia de recursos públicos a la elite financiera. Pero a pesar de estas garantías para los inversores y banqueros, nunca un plan ha sido tan abiertamente rechazado por estos mismos sectores, como demuestra la fuerte caída de la bolsa mientras Geithner estaba hablando, aunque al día siguiente subieron un poco a la espera de nuevos detalles. Es que la ausencia de especificidad y de una directa y abierta promesa de librarse de las pérdidas de los bancos a expensas de la población inflamaron el escepticismo y una abierta hostilidad de los mercados financieros. Como plantea Nouriel Roubini: “La pesada propuesta del Tesoro estadounidense para disponer de activos tóxicos puede ser mejor entendida como una combinación entre tomar activos tóxicos de los balances de los bancos y otorgar garantías gubernamentales a aquellos inversores privados que las compren (y/o provisión de capital público para financiar un ‘banco malo’ [bad bank] privado-público que compraría tales activos). Pero este plan es tan poco transparente y complicado que recibió una bajada de pulgares de parte de los mercados ni bien fue anunciado hoy mientras todos los principales índices de equidad de EE.UU. cayeron agudamente” (RGE, 10/2).
Una crisis de insolvencia que abre a la Segunda Depresión, si ésta ya no comenzó
La cuestión de fondo es que como ya dijimos infinidad de veces estamos frente a una bancarrota completa del sistema bancario norteamericano, inglés y de algunos países de Europa. Como señala Martin Wolf en la nota citada más arriba: “… una proporción considerable de las instituciones financieras es insolvente: sus activos valen, de acuerdo con presunciones plausibles, menos que sus pasivos. El FMI plantea que las pérdidas potenciales sólo de los activos crediticios originados en los EE.UU. son hoy de 2,200 billones de dólares (1,700 billones de euros, 1,500 billones de libras), 1,400 billones de dólares más que octubre pasado. Esto es casi idéntico a las últimas estimaciones de Goldman Sachs. En comentarios recientes al Financial Times, Nouriel Roubini del RGE Monitor y la Stern School de la Universidad de Nueva York estima las pérdidas máximas sobre los activos generados en Estados Unidos en 3,600 billones de dólares. Afortunadamente para EE.UU., la mitad de esas pérdidas se darán en el exterior. Pero, el resto del mundo responderá: al implosionar la economía mundial, las enormes pérdidas en el exterior –sobre la deuda soberana, de los hogares y las empresas- recaerán seguro sobre las instituciones estadounidenses con efectos nefastos”.
El nuevo plan del gobierno de Obama sigue tratando la cuestión como si la crisis financiera sólo fuera de iliquidez, apostando ilusoriamente a una mejora de las perspectivas económicas. El riesgo de esta política, como alerta alarmado Roubini, es que: “El actual enfoque de EE.UU. y Gran Bretaña puede terminar pareciéndose a los bancos zombies [1] de Japón que nunca fueron debidamente reestructurados y terminaron perpetuando la sequía y el congelamiento del crédito”. Por eso, este gurú de la actual crisis propone una nacionalización pero lamenta que por el momento sea políticamente inviable. Pero para que esto sea justificable desde el punto de vista de la propiedad capitalista la mayoría de los bancos (los cuatro más grandes y una buena parte de los bancos regionales) tendrían que ser claramente insolventes. Hoy sólo el CitiGroup y el Bank of America parecen estar en este estado pero no aún el JPMorgan y Wells Fargo. Pero esta podría ser la realidad si la economía no mejora como ansía el gobierno dentro de 6 a 12 meses. Aparte de los grandes bancos, algunas consultoras como RBC Capital señalan que en los próximos 3 a 5 años cerrarán en Estados Unidos hasta 1.000 entidades financieras como consecuencia de los créditos concedidos para financiar inversiones terciarias inmobiliarias (los destinados a espacio de oficinas, comercial e industrial), categoría que amenaza con convertirse en el siguiente agujero negro sectorial. Su anterior pronóstico era de 300. En 2008 cerraron 25 y en lo que va de 2009 lo han hecho 9, lo que implica que probablemente se alcancen las 100 este año. Lo peor llegará en 2010 y 2011. Por su parte, un informe de Credit Suisse señala que las pérdidas todavía pendientes del sector inmobiliario norteamericano son de 1,6 billones de dólares, es decir, la friolera de un 18% del total del mercado inmobiliario estadounidense, con los impagos muy concentrados en las hipotecas Alt-A, aquellas constituidas con documentación incompleta.
Dicho de otra manera, todo tendría aún que caer más para que sea potable tomar medidas más radicales. Pero el riesgo para la economía de conjunto podría ser pesadísimo como alerta Roubini: “Entonces, la estrategia actual –Plan A– podría no funcionar y el Plan B (o mejor dicho el Plan N de nacionalización) termine siendo el camino a seguir más adelante este año. Malgastar otros 6-12 meses para hacer lo correcto podría ser un error pero las restricciones políticas de la nueva administración –y la pequeña probabilidad restante de que la presente estrategia funcione gracias a algún milagro o la suerte– sugieren que debería agotarse el Plan A antes de avanzar hacia el Plan N. Derrochar otros 6-12 meses puede significar el riesgo de transformar una recesión en forma de U en una en forma de L cercana a la depresión, pero actualmente el Plan N no es todavía políticamente factible”. Y esto sin tomar en cuenta que aún en el caso de la nacionalización el Estado se haría cargo de toda la deuda basura que deberá más temprano que tarde declarar a pérdida, es decir, que deberá encarar una reestructuración de la deuda para recomponer la acumulación capitalista. Y que esto es necesario no sólo en el sector bancario y financiero, sino también en las otras partes de la economía, esto es importantes corporaciones, el sector hipotecario de la vivienda y el comercial y los hogares mismos, quienes se encuentran superendeudados en relación con sus ingresos. Más precisamente, el servicio de la deuda en relación a los ingresos es el más alto desde la Gran Depresión. Hasta ahora se han venido recortando los costos de las corporaciones y el consumo de los hogares para cubrir la deuda. Pero hasta ahora no ha habido mucha reestructuración: por eso es probable que 2009 y 2010 sean años de bancarrotas y reestructuraciones lo que será enormemente doloroso y testeará el sistema político.
En este marco, cada vez queda más claro que la aristocracia financiera que concentra el poder dominante en Estados Unidos y a la que las cúpulas de los partidos Demócrata y Republicano responden, se presenta como un obstáculo insuperable para una solución a la crisis, arriesgando -con su atesoramiento de capital, que exacerba el racionamiento crediticio y la caída en espiral de la “economía real”, confiada de que puede eventualmente forzar al gobierno a absorber el costo total de sus pérdidas- la entrada en la segunda depresión, si ya no entramos en ella. La fuerte alza del desempleo, la contracción del comercio mundial que está cayendo mucho más rápido que en cualquier momento de la Gran Depresión y el colapso de la producción industrial parecerían confirmarlo. O en el terreno financiero, la suba del rendimiento de los bonos del Tesoro norteamericano a 10 años que creció de un 2% a 3% desde navidad a pesar de los enormes esfuerzos de bajar las tasas. Es decir, lo que hay que pagar por obtener en préstamo ciertas sumas de dinero está creciendo a pesar de que la caída económica se profundiza, lo que en términos económicos se llama deflación de la deuda.
Esta perspectiva oscura, que podría desatar el descontento de la población, hoy fuertemente contenido por las ilusiones que despertó el triunfo de Obama , podría ser ominosa para el conjunto del sistema dominante norteamericano que podría agotar antes de lo pensado esta válvula de contención en función de salvarse y de los intereses de sus sectores más altos.
[1] Los bancos zombies siguen operando pero en realidad ya quebraron o en el mejor de los casos tienen suficiente capital para mantenerse de pie, pero no hacen nada de lo que supuestamente un banco debería hacer, es decir, prestar a las empresas y a los hogares.
Juan Chingo
Jueves 12 de febrero de 2009
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