Era yo un jovencito cuando conocí al “coronel Peláez”, un cubano que
formando parte del ejército de los Estados Unidos, había combatido en la II
Guerra Mundial y contaba fascinantes historias de aquellos sucesos. A él le
escuché un relato sobre la batalla de Okinawa.
Aunque existen reportes anteriores, la historia de las relaciones de los
Estados Unidos con Japón comienza en 1853 cuando el presidente Millard
Fillmore ordenó al comodoro Matthew Calbraith Perry bloquear los puertos de
aquel país para imponerle un tratado comercial. Entonces Okinawa no formaba
parte de Japón sino que era una especie de protectorado chino.
En 1879 Japón anexó la Isla a su territorio para, 62 años después, el 8 de
diciembre de 1941, un día después del bombardeo a Pearl Harbor, arrastrarla
a la guerra que le declararon los Estados Unidos; una guerra que no era suya
porque ella no era japonesa pero en la cual, cuatro años después sería
escenario de la más encarnizada, sangrienta y costosa batalla de la Guerra
en el Pacifico.
La batalla de Okinawa, desplegada a lo largo de casi tres meses fue mayor
que la de Normandía, implicó a más de 300 000 efectivos, más de la mitad de
los cuales, 100 000 japoneses y más de 70 000 norteamericanos fueron baja.
Una cuarta parte de la población nativa pereció en la batalla, muchos de
ellos en suicidios colectivos inducidos por las derrotadas tropas japonesas
a las que los pobladores de la isla consideraron siempre como ocupantes.
Fue del coronel Peláez de quien primero escuché la afirmación que la
resistencia japonesa en Okinawa llevó al mando norteamericano a la
convicción de que, aun en 1945 con la guerra virtualmente perdida, tomar el
archipiélago japonés mediante desembarcos aeronavales implicaba un precio
demasiado alto, según Truman hasta un millón de hombres, argumento que
inclinó la balanza por la opción atómica y selló la trágica suerte de
Hiroshima y Nagasaki.
Tan intensa fue la batalla por Okinawa que en ella murieron sus dos
comandantes, el general norteamericano Simón Bolívar Jr. Jefe del X Ejército
caído bajo fuego de artillería y el general Mitsuri Ushijima que ante la
derrota aplicó el código de honor japonés y se hizo el harakiri.
El general norteamericano, tocayo del libertador de América que murió el día
después de la victoria en Okinawa a consecuencia de las heridas recibidas en
combarte, llevaba el nombre de su padre, también general que había
participado en dos guerras, la primera contra México a las ordenes de Ulises
Grant y luego en la Guerra Civil norteamericana donde fue hecho prisionero
por el propio Grant, que luego sería el décimo octavo presidente de los
Estados Unidos. El general Bolívar Jr. que en Okinawa llegó a comandar 180
000 efectivos fue el militar norteamericano de mayor rango caído en combate
en la guerra del Pacifico. Al mencionarlo, Peláez se ponía de pie.
En aquella gigantesca y cruenta batalla murió también Ernie Pyle, el más
famoso de los periodistas norteamericanos durante la II Guerra Mundial, cuya
columna se publicaba en unos 700 periódicos. Se cuenta que durante la Gran
Depresión Pyle atravesó el país de costa a costa en 35 ocasiones para
escribir las más dramáticas historias de aquella conmoción. En 1940 viajó a
Inglaterra para cubrir la Guerra en Europa, estuvo con las tropas
norteamericanas en África del Norte, las acompañó en el asalto aliado en
Sicilia y fue uno de los 28 corresponsales que desembarcaron con ellas en
Normandía.
Según un testigo, en Okinawa Pyle cayó alcanzado por un francotirador en un
territorio cubierto por el fuego de una ametralladora. Durante horas, los
jóvenes soldados que lo adoraban porque gracias a él, el país los conocía y
el gobierno les había aumentado el sueldo (Ley Pyle) intentaron auxiliarlo o
rescatar su cadáver. Cuando finalmente la ametralladora fue neutralizada y
pudieron llegar al sitió donde el reportero había sido abatido, no había un
cadáver sino varios. La humilde tarja levantada en el lugar lo cuenta todo:
“Aquí la 77ª división de infantería perdió a su mejor amigo…”
Con los años y el fin de los tiempos heroicos de la lucha contra el fascismo
y el militarismo japonés, Okinawa se menciona por la base establecida allí
por los norteamericanos y por los incidentes en torno a ella y, con
frecuencia se olvida que esa instalación, como mismo ocurre con Guantánamo,
no fue cedida a los Estados Unidos por un gobierno soberano, sino como
resultado de una guerra, una derrota y una ocupación militar.
Al término de la II Guerra Mundial dos de sus iniciadores: Alemania y Japón
se convirtieron en países ocupados por los aliados. En Japón la ocupación se
prolongó durante siete años. En ese período conducidas por el gobernador
militar estadounidense Douglas MacArthur, se llevó a cabo la
desmilitarización y la restructuración económica, la reforma agraria y la
democratización del país, lo que incluyó una nueva constitución. En 1946
tuvieron lugar las primeras elecciones legislativas de posguerra y en 1951,
durante el gobierno de Truman, se adoptó el Tratado de Seguridad y las
tropas norteamericanas partieron hacia Corea del Sur.
En virtud del Tratado y no de ninguna decisión soberana de Japón, Estados
Unidos mantuvo cierta cantidad de tropas en territorio nipón, las que
instaló en bases militares, la mayor de ellas la de Okinawa que continuo
siendo hasta 1972 territorio ocupado bajo administración norteamericana, aun
cuando en 1954 terminó oficialmente el “estado de guerra”.
Todavía hoy la realidad es que los habitantes de la isla de Okinawa, no
sienten que tienen una base norteamericana dentro de su territorio, sino que
viven ellos dentro de una base estadounidense. De hecho la isla está plagada
de instituciones castrenses o de administración norteamericana que por
razones de seguridad no permiten el establecimiento de grandes industrias,
no es posible desarrollar el turismo y la presencia foránea limita
considerablemente la actividad de las instituciones y menoscaba la autoridad
del gobierno local o nacional sobre el territorio.
En estos días Okinawa es otra vez eje de intrigas, mentiras y de peligrosas
acciones que involucran a Estados Unidos, Corea del Sur y la República
Popular Democrática de Corea y se desenvuelven en torno al hundimiento de la
corbeta antisubmarina Cheonan, han provocado la renuncia del primer ministro
del Japón y pudieran dar lugar a una cruenta guerra en la cual Okinawa no
solo seria protagonista, sino también, presumiblemente blanco. Esa es otra
historia.
Jorge Gómez Barata
Foto: Japón - Protesta de habitantes contra la permanencia de bases
militares norteamrecianas en la isla de Okinawa. / Autor: ANPOMOVIE