Cierto es que por estos lares, el cine sobre la revolución mexicana ha sido
más norteamericano que mexicano, y mientras que las miradas de Hollywood
resultan muy asequibles, las mexicanas no lo son para nada, además tampoco
resulta fácil acceder a la documentación necesaria para conocerlas mejor. No
obstante, conviene recordar que más que ninguna otra la revolución
(incluyendo la propia, la norteamericana de 1776), la revolución mexicana
fue la revolución más familiar de la izquierda de Hollywood, y pro lo mismo,
la que cuenta con más títulos.
Cualquier buen aficionado recuerda algunos títulos míticos, aunque la mejor
quizás sea Los profesionales, un alegato a favor de la revolución en general
y en solidaridad con el Vietnam que fue dirigida por Richard Brooks en su
mejor momento (acababa de hacer A sangre fría). Dicha simpatía queda
perfectamente subrayada a través del personaje encarnado por Burt Lancaster
que dice que no se puede hablar de las revoluciones, sino de una única
revolución que aparece y desaparece para regresar…
La verdad es que se puede evocar una larga lista que abarca títulos tan
reputados como ¡Viva Villa! (1934), firmada por Jack Conway pero según
parece, contó con la ayuda de Howard Hawks; ¡Viva Zapata¡ (1952), de Elia
Kazan con guión de John Steinbeck que se puede interpretar en clave
antiburocrática y específicamente antiestalinista, con una metáfora final
que subraya que Zapata solamente inició una revolución que debía llevarse
hasta el final (1); Bandido, de Richard Fleischer o Veracruz (1954), de
Robert Aldrich, situada en la revolución liderada por Benito Juárez que fue
objeto de una mítica evocación de la mano de Willian Dieterle en Juárez
(1939), en la que el famoso indigenista y reformador constitucionalista está
encarnado por un inmenso Paul Muni (2)...La lista está llena de títulos de
gran valor, y son el referente noble de diversas variaciones de signo que
podíamos definir como anarcocomunistas insertados en el llamado spaghetti-western
(un término despectivo que niega a los italianos un derecho que nadie
cuestiona a Hollywood) o más ajustadamente, eurowestern, y más
específicamente en lo que se vendrá a llamar Zapata-western.
Estos desarrollaron un cierto discurso político radical en consonancia con
el ambiente político del momento, no en vano algunos de sus responsables,
sobre todo los italianos, también cultivaron el llamado “cine político” como
fue el caso de Damiano Damiani con ¿Quién sabe? (Italia, 1968) que aquí se
llamó Yo soy la revolución que cuenta con bastante convicción la historia de
un asesino a sueldo norteamericano (Lou Castel, el actor fetiche de Marco
Bellochio) se infiltra en un grupo de revolucionarios poco estructurado para
lograr su misión de asesinar con uno de los líderes de la revolución
mexicana (el general Elías, un trasunto de Zapata), hasta que finalmente él
mismo morirá en manos del “pelado” (un Gian Mª Volonté en su salsa) al que
había convertido en su cómplices. A señalar entre sus atractivos las
colaboraciones del excesivo Klaus Kinski preAguirre (como un sacerdote que
cree que la revolución es obra de Dios), así como de la hammeriana Martine
Beswick como Adelita...Dichos ribetes ideológicos comunista, resultan
igualmente patentes El gran silencio (1968), uno de las obras más
conseguidas del infravalorado Sergio Corbucci que causó cierta conmoción en
el momento de su estreno con la ayuda de un trío de notables actores
profesionales muy en su papel: Jean-Louis Trintignant, Klaus Kinski y Frank
Wolf...Mucho más conocida sería ¡Agáchate maldito¡ (1971), una de sus
películas más barrocas y desencajada de Sergio Leone, un proyecto tan
ambicioso como delirante en el Leone ofrece el personaje de mexicano
encarnado por Rog Steiger que representa una suerte de anarquista zafio y
desconfiado. Su grupo de “pelados” lleva a cabo una descabellada odisea
revolucionaria con la ayuda de un revolucionario irlandés (una notable
creación de James Coburn que no por ello consigue hacer creíble el
disparate), un viaje que sirve para que Steiger nos ofrezca algunas
intempestivas reflexiones anarquistas.
La lista podría ampliarse con otros títulos como los de Sergio Sollima, El
halcón y la presa (1967) y ¡Corre, cuchillo, corre! (1969), ambas
protagonizada por el actor cubano Tomás Milian, ambos muy valoradas entre
los especialistas y por decirlo de alguna manera, tangencialmente
anarquistas, credo que por cierto atraviesa .La cólera del viento (1970), de
Mario Camus, con citas textuales de Durruti en una suerte de California
andaluza
Aquí habría que hablar del cine mexicano que, sin embargo, no tuvo películas
con motivación revolucionaria significativa. La revolución fue por supuesto
el telón de fondo en muchas ocasiones, y en películas tan celebradas como
las del “Indio” Fernández, sin entrar de pleno. Cierto es que también
hubieron películas que no nos llegaron, sobre todo cuando el cine mexicano
pasó a ofrecerse en cuentagotas y desde las madrugadas de TV2. Fuera de este
marco quedan las diferentes versiones que el cine de El poder y la gloria de
Graham Greene, en especial la de John Ford. Que yo recuerda, la película
mexicana más interesante sobre esta revolución interrumpida, tuvo como
pretexto el México insurgente de John Reed, uno de las mejores crónicas de
las aventuras de Pancho Villa, y algo así como un ensayo de lo que poco más
tarde john escribirá sobre la revolución rusa.
Como suele ocurrir, la noticia de la preparación de una superproducción
norteamericana sobre la vida de John Reed provocó la producción de otra
tentativa rodada al calor publicitario de la de Beatty. En el caso se trata
de una Oportunista coproducción italo-soviético-mexicana que fue distribuida
en dos partes, que pasaron merecidamente desapercibidas. Su título Campanas
rojas (Krasnaye Kolakola, 1982), sirvió entre nosotros para denominar la
primera parte, básicamente centrada en las experiencias de Reed en el México
de Pancho Villa, mientras que la segunda parte tomó un título todavía más
sonoro, La década que estremeció el mundo (la videl rozdenia novogo mira,
1983), y después de un brevísimo pasaje por la pantalla grande, ambas fueron
distribuidas en vídeo. Su responsable detrás de la cámara fue el prestigioso
pero ya en plena decadencia Serguei Bondarchouck (Ucrania, 1920), el
archipremiado actor y director (patriarca de una familia de actores y
directores muy ligados al régimen soviético), y que había conseguido un
prestigio considerable con su adaptación en cuatro partes de la novela de
León Tolstoy, Guerra y paz (1966-67), en la que se reservó el papel de
Pierre (que en la versión de Vidor inmortalizó Henry Fonda), así como en una
aparatosa pero muy valorada evocación de Waterloo (URSS-Italia, 1970).
Como era habitual en este tipo de coproducciones, el guión fue escrito (y
reescrito) por muchas manos, y aparte del propio Bondarchouck se cuentan
nombres tan escasamente ilustres como Ricardo Garibay, Carlos Ortiz Tejada y
Valentin Yesof, que por la que se ve en la pantalla, dieron más importancia
a los estereotipos simples que a la creación de personajes con una mínima
entidad, de manera que el propio Reed (Franco Nero, un nombre clave en el
spaghetti-western), parece más un "chico" de las películas de aventuras que
el autor de Díez días. La fotografía corrió a cargo del soviético Vadill
Ioussov, la música -grandilocuente-fue del mexicano Joaquín Gutiérrez, y la
compañía femenina estuvo a cargo de dos "star" como Ursula Andress (Mabel
Dodge), y Sidney Rome (Louise Bryant), que no desaprovechan la ocasión para
ofrecer algún que otro "despelote". Inmediatamente olvidada, esta versión
tiene todas las características de un proyecto precipitado del que nadie se
sintió plenamente responsable, y que funcionó a remolque del eco suscitado
por la superproducción de Beatty. Por supuesto, que nadie busque ninguna
aproximación seria de la reconstrucción de la revolución que, aunque rodada
en escenarios reales o muy similares, carece de la menor entidad y rehuye
cualquier aspecto conflictivo; o sea que, por ejemplo, Zinóviev ni siquiera
tiene la oportunidad de aparecer como burócrata manipulador.
A años luz se sitúa John Reed. México insurgente (México, 1971), de Paul
Leduc, quien tras cursar estudios de arquitectura, teatro y apreciación
cinematográfica en México, emigraría a París para matricularse en un Curso
de Iniciación a la Técnica Cinematográfica Documental, impartido por lean
Rouch. Leduc había publicado en los años sesenta diversos trabajos en la
revista Nuevo Cine, órgano de una agrupación incubada en el medio
universitario que tuvo una importante influencia en la renovación del
anquilosado cine mexicano de la época. Durante algún tiempo colaboró en la
televisión cultural francesa, ya su regreso (1967) a México desarrolló una
intensa actividad en el medio cinematográfico, incluida la filmación de
varios cortometrajes y documentales. Algunos de éstos fueron para el Consejo
Nacional de Huelga del Movimiento Estudiantil Popular de 1968, que sería
objeto de la célebre matanza el mismo año. La participación de Leduc en la
fundación del Grupo Cine 70, Grupo Cine Independiente de México, estuvo
señalada sobre todo por su papel como productor ejecutivo de México en La
revolución congelada (1970), un reportaje crítico testimonial del cineasta
argentino Raymundo Gleyzer que causo sensación en su momento.
Basada en un guión que partía de los testimonios periodísticos de Reed
compilados sobre todo en el ya clásico México insurgente y en "Estampas
revolucionarias" (incluidas en esta antología), Leduc logra ofrecer una
visión de la cotidianidad de la revolución mexicana completamente ajena a la
que el cine venía proponiendo, por supuesto el de Hollywood (3),pero también
muy lejos de la tradición nacional impuesta por Fernando de Fuentes a
comienzos de la década de los treinta, y por Emilio Fernández, "El Indio",
en los cincuenta. Leduc opone una visión distanciada pero serena que tiene
su antecedente inmediato en La soldadera (1966), opera prima de José
Bolaños, en la que el movimiento armado aparece contemplado desde la óptica
de las mujeres que lucharon al Iado de los ejércitos populares encabezados
por Francisco Villa y Erniliano Zapata, que finalmente serían derrotados.
La Revolución se va revelando como un proceso complejo y contradictorio que
termina por poner en crisis las ideas y prejuicios que el reportero tenía
sobre el país y sobre su propio papel frente al conflicto. Esa mirada,
primero ajena y finalmente comprometida, adquiere un tono documental que
remite a las fotografías sepia de los hermanos Casasola, los reportajes
fílmicos realizados por los camarógrafos del período revolucionario (Enrique
Rosas, los hermanos Alva, Salvador Toscano, Jesús H. Abitia, etc.) y las
grandes cintas de De Fuentes. Influido por las tendencias innovadoras del
cine europeo y latinoamericano de los sesenta (la nueva ola francesa, el
free cinema inglés, el cinema novo brasileño, etc.), Leduc recurrió también
a otros elementos, como la desdramatización, la abundancia de tiempos
muertos, complejos movimientos de cámara, planos-secuencia de larga duración
y métodos de actuación ajenos a la tradición derivada del clasicismo
teatral, todo lo cual permitió que su relato adquiriese un sentido más rico,
sutil y complejo. Si en el momento de su estreno la película de Leduc (que,
entre otros, obtuvo el Premio Georges Sadoul al Mejor Filme Extranjero
exhibido en Francia en 1972). Aunque llegó a ser criticada por supuestas
"limitaciones ideológicas", el paso del tiempo le ha otorgado, debido a la
solidez de sus alcances estéticos, el rango de clásico del cine
independiente mexicano y del cine latinoamericano a secas.
Cuando en 1910 estalló la revolución mexicana contra el "porfirismo".
Porfirio Díaz, que había sido compañero de Benito Juárez (John Garfield en
la peli de Dieterle) en la lucha contra la invasión francesa, traicionó a
éste, dio un golpe de Estado y se mantuvo en el poder durante 34 años,
creando unas diferencias sociales abismales en el país. El caso es que la
revolución provocó una auténtica conmoción en los Estados Unidos, la
potencia vecina que tenía intereses económicos y políticos de primer grado
en México; baste decir que William Randoph Hearts, el famoso magnate de la
prensa, era el primer terrateniente de una República que alcanzaba el 25 por
ciento de mortandad infantil.
Mientras que el gobierno americano intervino a favor de la reacción desde el
primer momento en no pocas ocasiones con expediciones de "marines" (vean Y
llegaron a Cordura, de Robert Rossen o/y Grupo salvaje, de Pekinpach), la
prensa se volcó por lo general sirviendo a los intereses que representaba.
Las noticias que llegaban de México estaban "llenas de ruido y de furia",
los actos de la revolución aparecían como gratuitos y crueles. Hubieron
excepciones, entre ellas las del magnífico novelista que, a pesar de sus
ideas conservadoras, terminó combatiendo y muriendo al lado de los
revolucionarios; y también la de Jack London, que con un bagaje
revolucionario mostrado en su brillante cuento sobre la revolución, "El
mexicano", terminó desairado con el torbellino salvaje de los "pelados"; y
el mismo John Reed, que escribió el testimonio más importante y el más
reconocido por la historia. Justamente lo contrario que el más bien
conservador Ambroce Bierce, con el que London mantuvo aluna que otra
confrontación ideológica, y que, ironías de la historia, acabó enrolado como
soldado de la revolución, tal como evocará el novelista Carlos Fuentes antes
de rendirse en su novela Viejo gringo, base de una adaptación
cinematográfica (1989), producida por Jane Fonda como parte de una campaña
solidaria con Nicaragua, dirigida por el argentino Luis Puenzo (que le dio
un toque cercano a la estética de Hollywood), y cuya mejor baza sería la
enorme interpretación de Gregory Peck como Bierce, en un papel que le venía
como anillo al dedo, y que, detalle mitómano, no llevó a cabo Burt Lancaster
porque las compañías de seguro temían que no legara al fin del rodaje.
Nota
---1) Me he referido a la película de Kazan en mi trabajo El viejo y el cine
(artículo sobre la relación de trotsky y el trotskismo con el cine, y
publicado en Kaos), y a título de anécdota personal recuerdo el asombro que
causó mi intervención en un cine-club parroquial de mitad de los años
sesenta, cuando proclamé que la película era una exaltación de la proclama
“La tierra para quien la trabaja”. Me contestaron que ra una película más, y
que no tenía nada que ver con la política.
---2) Hay un momento de Juárez en el Maximiliano ofrece una constitución, y
Benito-Muni responde que las libertades no se otorgan, se conquistan Lástima
que aquí no tuvimos ningún Juárez entre los lideres de la oposición
democrática (pero no demasiado)...
---3) que supo utilizar dicha revolución como una metáfora de la propia
Norteamérica, o incluso de la guerra del Vietnam, como es notorio tanto en
Los profesionales como en Grupo salvaje.
Pepe Gutiérrez-Álvarez