El discurso del diputado Surkov en la Duma de Estado, durante el debate del
presupuesto del Sínodo, y la discusión en nuestra minoría de la Duma, al
examinar el proyecto de este discurso -- que publicamos a continuación --,
han planteado un problema de extraordinaria importancia y actualidad
precisamente en nuestros días. Es indudable que el interés por cuanto se
relaciona con la religión abarca ahora a vastos círculos de la "sociedad" y
ha penetrado en las filas de los intelectuales que están cerca del
movimiento obrero y en ciertos medios obreros. La socialdemocracia tiene el
deber ineludible de exponer su
actitud hacia la religión.
La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo
científico, es decir, en el marxismo. La base filosófica del marxismo, como
declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que
hizo suyas plenamente las tradiciones históricas del materialismo del siglo
XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania,
del materialismo incondicionalmente ateo y decididamente hostil a toda
religión. Recordemos que todo el Anti-Dühring de Engels, que Marx leyó
en manuscrito, acusa al materialista y ateo Dühring de inconsecuencia en su
materialismo y de haber dejado escapatorias para la religión y la filosofía
religiosa. Recordemos que en su
obra sobre Ludwig Feuerbach, Engels le reprocha haber luchado contra la
religión no para aniquilarla, sino para renovarla, para crear una religión
nueva, "sublime", etc. La religión es el opio del pueblo[238]. Esta máxima
de
Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la
cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e
iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son
órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a
embrutecer a la clase obrera.
Sin embargo, Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de
quienes, con el deseo de ser "más izquierdistas" o "más revolucionarios" que
la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero
el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la
religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros
blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su
vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante
actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de
dificultar la verdadera extinción de la misma. Engels acusaba a los
blanquistas de ser incapaces de
comprender que sólo la lucha de clase de las masas obreras, al atraer
ampliamente a las vastas capas proletarias a una práctica social consciente
y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del
yugo de la religión, en tanto que declarar como misión política del partido
obrero la guerra a la religión es una frase anarquista[239]. Y en 1877, al
condenar sin piedad en el Anti-Dühring las más mínimas concesiones del
filósofo Dühring al idealismo y a la religión, Engels condenaba con no menor
energía la idea seudorrevolucionaria de aquél sobre la prohibición de la
religión en la sociedad socialista. De clarar semejante guerra a la
religión, decía Engels, significaria "ser más bismarckista que Bismarck", es
decir, repetir la necedad de su lucha contra los clericales (la famosa
"lucha por la cultura", Kulturkampf, o sea, la lucha sostenida por Bismarck
en la década de 1870 contra el Partido Católico Alemán, el partido del
"Centro", mediante persecuciones policíacas del catolicismo[240]. Lo único
que consiguió Bismarck con esta lucha fue fortalecer el clericalismo
militante de los católicos y
perjudicar a la causa de la verdadera cultura, pues colocó en primer plano
las divisiones religiosas en lugar de las divisiones políticas, distrayendo
asi la atención de algunos sectores de la clase obrera y de la democracia de
las tareas esenciales de la lucha de clase y revolucionaria para orientarlos
hacia el anticlericalismo burgués más superficial y engañoso. Al acusar a
Dühring, que pretendia aparecer como ultrarrevolucionario, de querer repetir
en otra forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido
obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al
proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la
religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la
religión[241]. Este punto de vista arraigó en la socialdemocracia alemana,
que se manifestó, por ejemplo, a favor de la libertad de acción de los
jesuitas, a favor de su admisión en Alemania y de la abolición de todas las
medidas de lucha policíaca contra una u otra religión. "Declarar la religión
un asunto privado": este famoso punto del Programa de Erfurt[242] (1891)
afianzó dicha táctica política de la socialdemocracia.
Esta táctica se ha convertido ya en una rutina, ha llegado a engendrar una
nueva distorsión del marxismo en el sentido contrario, en el sentido
oportunista. La tesis del Programa de Erfurt ha comenzado a ser interpretada
en el sentido de que nosotros, los socialdemócratas, nuestro Partido,
considera la religión un asunto privado; que para nosotros, como
socialdemócratas, como Partido, la religión es un asunto privado. Sin
polemizar directamente con este punto de vista oportunista, Engels estimó
necesario en la década del go del siglo XIX combatirlo con energía no en
forma
polémica, sino de modo posirivo. O sea: Engels lo hizo mediante una
declaración, en la que subrayaba adrede que la socialdemocracia considera la
religión como un asunto privado con respecto al Estado, pero en modo alguno
con respecto a sí misma, con respecto al marxismo, con respecto al partido
obrero[243].
Tal es la historia externa de las manifestaciones de Marx y Engels acerca de
la religión. Para quienes enfocan con negligencia el marxismo, para quienes
no saben o no quieren meditar, esta historia es un cúmulo de contradicciones
absurdas y de vaivenes del marxismo: una especie de mezcolanza de ateísmo
"consecuente" y de "condescendencias" con la religión, vacilaciones
"carentes de principios" entre la guerra r-r-revolucionaria contra Dios y la
aspiración cobarde de "adaptarse" a los obreros creyentes, el temor a
espantarlos, etc., etc. En las publicaciones de los charlatanes anarquistas
puede encontrarse no pocos ataques de esta indole al marxismo.
Pero quienes sean capaces aunque sea en grado minimo, de enfocar con un
mínimo de seriedad el marxismo, de profundizar en sus bases filosóficas y en
la experiencia de la socialclemocracia internacional, verán con facilidad
que la táctica del marxismo ante la religión es profundamente consecuente y
que Marx y Engels la meditaron bien; verán que lo que los diletantes o
ignorantes consideran vacilaciones es una conclusion directa e ineludible
del materialismo dialéctico. Constituiría un craso error pensar que la
aparente "moderación" del marxismo frente a la religión se explica por
sedicientes razones "tácticas", por el deseo de "no espantar", etc. Al
contrario: la línea política del marxismo está indisolublemente ligada a sus
principios
filosóficos también en esta cuestión. El marxismo es materialismo. En
calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el
materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII[244] o el materialismo
de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el
materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los
enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la
historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto
es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el
marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va
más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es
necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la
fe y de la religión entre
las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la
prédica ideologica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad
práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces
sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores
atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y
entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el
progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia,
¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones
ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto.
Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada.
Semejante opinión no es
profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista,
sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son,
principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros
tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente
impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día,
cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más
horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las
guerras, los terremotos, etc. "El miedo creó a los dioses". El miedo a la
fuerza ciega del capital -- ciega porque no puede ser prevista por las masas
del pueblo --, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o
al pequeño propietario la perdición, la ruina "inesperada", "repentina",
"casual", convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la
prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la
religión contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que
nada, y más que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista.
Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las
masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista y que
dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras
dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático
y consciente, contra esa raíz de la religión, contra el dominio del capital
en todas sus formas.
¿Debe deducirse de esto que el folleto educativo antirreligioso es nocivo o
superfluo? No. De esto se deduce otra cosa muy distinta. Se deduce que la
propaganda atea de la social-
democracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de
la lucha de clases de las masas explotadas contra los explotadores.
Quien no haya reflexionado sobre los principios del materialismo dialéctico,
es decir, de la filosofía de Marx y Engels, quizá no comprenda (o, por lo
menos, no comprenda en seguida) esta tesis. Se preguntará: ¿Como es posible
subordinar la propaganda ideológica, la prédica de ciertas ideas, la lucha
contra un enemigo de la cultura y del progreso que persiste desde hace miles
de años (es decir, contra la religión) a la lucha de clases, es decir, a la
lucha por objetivos prácticos determinados en el terreno económico y
político?
Esta objeción figura entre las que se hacen corrientemente al marxismo y que
testimonian la incomprensión más completa de la dialéctica de Marx. La
contradicción que sume en la perplejidad a quienes objetan de este modo es
una contradicción real de la vida misma, es decir, una contradicción
dialéctica y no verbal ni inventada. Separar con una barrera absoluta,
infranqueable, la propaganda teórica del ateísmo -- es decir, la destrucción
de las creencias religiosas entre ciertos sectores del proletariado -- y el
éxito, la marcha, las condiciones de la lucha de clase de estos sectores
significa discurrir de modo no dialéctico, convertir en barrera absoluta lo
que es sólo una barrera móvil y relativa; significa desligar por medio de la
violencia lo que está
indisolublemente ligado en la vida real. Tomemos un ejemplo. El proletariado
de determinada región y de determinada rama industrial se divide,
supongamos, en un sector avanzado de socialdemócratas bastante conscientes
-- que,
naturalmente, son ateos -- y en otro de obreros bastante atrasados,
vinculados todavía al campo y a los campesinos, que creen en Dios, van a la
iglesia e incluso se encuentran bajo la influencia directa del cura local,
quien, admitámoslo, crea una organización obrera cristiana. Supongamos,
además, que la lucha económica en dicha localidad haya llevado a la huelga.
El
marxista tiene el deber de colocar en primer plano el éxito del movimiento
huelguístico, de oponerse resueltamente a la división de los obreros en esa
lucha en ateos y cristianos y de combatir esa división. En tales
condiciones, la prédica ateísta puede resultar superflua y nociva, no desde
el punto de vista de las consideraciones filisteas de que no se debe
espantar a los
sectores atrasados o perder un acta en las elecciones, etc., sino desde el
punto de vista del progreso efectivo de la lucha de clases, que, en las
circunstancias de la sociedad capitalista moderna, llevará a los obreros
cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo cien veces mejor que la mera
propaganda atea. En tal momento y en semejante situación, el predicador del
ateísmo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes no desean sino
sustituir la división de los obreros según su intervención en el movimiento
huelguístico por la división en creyentes y ateos. El anarquista, al
predicar la guerra contra Dios a toda costa, ayudaría, de hecho, a los curas
y a la burguesía (de la misma manera que los anarquistas ayudan siempre, de
hecho, a
la burguesía). El marxista debe ser materialista, o sea, enemigo de la
religión; pero debe ser un materialista dialéctico, es decir, debe plantear
la lucha contra la religión no en el terreno abstracto, puramente teórico,
de prédica siempre igual, sino de modo concreto, sobre la base de la lucha
de clases que se libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor
que
nada. El marxista debe saber tener en cuenta toda la situación concreta,
cncontrando siempre el límite entre el anarquismo y el oportunismo (este
límite es relativo, móvil, variable, pero existe), y no caer en el
"revolucionarismo" abstracto, verbal, y, en realidad, vacuo del anarquista,
ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual
liberal, que teme la lucha contra la religión, olvida esta tarea suya, se
resigna con la fe en Dios y no se orienta por los intereses de la lucha de
clases, sino por el mezquino y mísero cálculo de no ofender, no rechazar ni
asustar, ateniéndose a la máxima ultrasabia de "vive y deja vivir a los
demás", etc., etc.
Desde este punto de vista hay que resolver todas las cuestiones parciales
relativas a la actitud de la socialdemocracia ante la religión. Por ejemplo,
se pregunta con frecuencia si un sacerdote puede ser miembro del Partido
Socialdemócrata y, como regla general, se responde de modo afirmativo
incondicional, invocando la experiencia de los partidos socialdemócratas
europeos. Pero esta experiencia no es fruto únicamente de la aplicación de
la doctrina marxista al movimiento obrero, sino también de las condiciones
históricas especiales de Occidente, que no existen en Rusia (más adelante
hablaremos de ellas); de modo que la respuesta afirmativa incondicional es,
en este caso, errónea. No se puede declarar de una vez para siempre y para
todas las situaciones que los sacerdotes no pueden ser miembros del Partido
Socialdemócrata, pero tampoco se puede establecer de una vez para siempre la
regla contraria. Si un sacerdote viene hacia nosotros para realizar una
labor
política conjunta y cumple con probidad el trabajo de partido, sin combatir
el programa de éste, podemos admitirlo en las filas socialdemócratas: en
tales condiciones, la contradicción entre el espíritu y los principios de
nuestro programa, por un lado, y las convicciones religiosas del sacerdote,
por otro, podría seguir siendo una contradicción personal suya, que sólo a
él afectase, ya que una organización política no puede examinar a sus
militantes para saber si no existe contradicción entre sus conceptos y el
Programa del Partido. Pero, claro está, caso semejante podría ser una rara
excepción incluso en Europa, mas en Rusia es ya muy poco probable. Y si, por
ejemplo, un sacerdote ingresase en el Partido Socialdemócrata y empezase a
realizar en él, como labor principal y casi única, la prédica activa de las
concepciones religiosas, el Partido, sin duda, tendría que expulsarlo de sus
filas. Debemos no sólo admitir, sino atraer sin falta al Partido
Socialdemócrata a todos los obreros que conservan la fe en Dios; nos
oponemos categóricamente a que se infiera la más mínima ofensa a sus
creencias religiosas, pero los atraemos para educarlos en el espíritu de
nuestro programa y no para que luchen activamente contra él. Admitimos
dentro del Partido la libertad de opiniones, pero hasta ciertos límites,
determinados por la libertad de agrupación: no
estamos obligados a marchar hombro con hombro con los predicadores activos
de opiniones que rechaza la mayoría del Partido.
Otro ejemplo. ¿Se puede condenar por igual, en todas las circunstancias, a
los militantes del Partido Socialdemócrata por declarar "El socialismo es mi
religión" y por predicar opiniones en consonancia con semejante declaración?
No. La desviación del marxismo (y, por consiguiente, del socialismo) es en
este caso indudable; pero la importancia de esta desviación, su peso
específico, por así decirlo, pueden ser diferentes en diferentes
circunstancias. Una cosa es cuando el agitador, o la persona que interviene
ante las masas obreras, habla así para que le comprendan mejor, para empezar
su exposición o presentar con mayor claridad sus conceptos en los términos
más usuales entre una masa poco culta. Pero otra cosa es cuando un escritor
comienza a predicar la "construcción de Dios"[245] o el socialismo de los
constructores de Dios (en espíritu, por ejemplo, de nuestros Lunacharski y
Cía.). En la misma medida en que, en el primer caso, la condenación sería
injusta e incluso una limitación inadecuada de la libertad del agitador, de
la libertad de influencia "pedagógica", en el segundo caso, la condenación
por parte del Partido es indispensable y obligada. Para unos, la tesis de
que "el socialismo es una religión" es una forma de pasar de la religión al
socialismo; para otros, del socialismo a la reiigión.
Analicemos ahora las condiciones que han engendrado en Occidente la
interpretación oportunista de la tesis "Declarar la religión un asunto
privado". En ello han influido, naturalmente, las causas comunes que
engendran el oportunismo en general como sacrificio de los intereses
fundamentales del movimiento obrero en aras de las ventajas momentáneas. El
Partido del proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto
privado; pero no considera, ni mucho menos, "asunto privado" la lucha contra
el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc. ¡Los
oportunistas tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata
considerase la religión un asunto privado!
Pero, además de la habitual deformación oportunista (no explicada en
absoluto durante los debates que sostuvo nuestra minoría de la Duma al
analizarse la intervención sobre la religión), existen condiciones
históricas especiales que han suscitado, si se me permite la expresión, la
excesiva indiferencia actual de los socialdemócratas europeos ante la
cuestión religiosa. Son condiciones de dos géneros. Primero, la tarea de la
lucha contra la religión es históricamente una tarea de la burguesía
revolucionaria, y la democracia burgue sa de Occidente, en la época de sus
revoluciones o de sus ataques al feudalismo y al espíritu medieval, la
cumplió (o cumplía) en grado considerable. Tanto en Francia como en Alemania
existe la tradición de la guerra burguesa contra la religión, guerra
iniciada mucho antes de aparecer el socialismo (los enciclopedistas,
Feuerbach). En Rusia, de acuerdo con las condiciones de nuestra revolución
democráticoburguesa, también esta tarea recae casi por entero sobre los
hombros de la clase obrera. En nuestro país, la democracia pequeñoburguesa
(populista) no ha hecho mucho al respecto (como creen los kadetes
centurionegristas de nuevo cuño o los centurionegristas kadetes de Veji
[246]), sino demasiado poco en comparación con Europa. Por otra parte, la
tradición de la guerra burguesa contra la religión creó en Europa una
deformación específicamente burguesa de esta guerra por parte del
anarquismo, el cual, como han explicado hace ya mucho y reiteradas veces los
marxistas, se sitúa en el terreno de la concepción burguesa del mundo, a
pesar de toda la "furia" de sus ataques a la burguesía. Los anarquistas y
los blanquistas en los países latinos, Most (que, dicho sea de paso, fue
discípulo de Dühring) y Cía. en Alemania y los anarquistas de la década del
80 en Austria llevaron hasta el nec plus ultra la frase revolucionaria en su
lucha contra la religión. No es de extrañar que, ahora, los socialdemócratas
europeos caigan en el extremo opuesto de los anarquistas. Esto es
comprensible y, en cierto modo, legítimo; pero nosotros, los
socialdemócratas rusos, no pode mos olvidar las condiciones históricas
especiales de Occidente. Segundo, en Occidente, después de haber terminado
las revoluciones burguesas nacionales, después de haber sido implantada la
libertad de conciencia más o menos completa, la cuestión de la lucha
democrática contra la religión quedó tan relegada históricamente a segundo
plano por la lucha de la democracia burguesa contra el socialismo, que los
gobiernos burgueses intentaron conscientemente desviar la atención de las
masas del socialismo, organizando "cruzadas" quasi- liberales contra el
clericalismo. Este carácter tenían también el Kulturkampf en Alemania y la
lucha de los republicanos burgueses de Francia contra el clericalismo. El
anticlericalismo burgués, como medio de desviar la atención de las masas
obreras del socialismo, precedió en Occidente a la difusión entre los
socialdemócratas de su actual "indiferencia" ante la lucha contra la
religión. Y también esto es comprensible y legítimo, pues los
socialdemócratas debían oponer al anticlericalismo burgués y bismarckiano
precisamente la subordinación de la lucha contra la religión a la lucha por
el socialismo.
En Rusia, las condiciones son completamente distintas. El proletariado es el
dirigente de nuestra revolución democráticoburguesa. Su partido debe ser el
dirigente ideológico en la lucha contra todo lo medieval, incluidos la vieja
religión oficial y todos los intentos de renovarla o fundamentarla de nuevo
o sobre una base distinta, etc. Por eso, si Engels corregía con relativa
suavidad el oportunismo de los socialdemócratas alemanes -- que habían
sustituido la reivindicación del partido obrero de que el Estado declarase
la religión un asunto privado, declarando ellos mismos la religión como
asunto privado para los propios socialdemócratas y para el Partido
Socialdemócrata --, es lógico que la aceptación de esta tergiversación
alemana por los oportunistas rusos merecería una condenación cien veces más
dura por parte de Engels.
Al declarar desde la tribuna de la Duma que la religión es el opio del
pueblo, nuestra minoría procedió de modo completamente justo, sentando con
ello un precedente que deberá servir de base para todas las manifestaciones
de los socialdemócratas rusos acerca de la religión. ¿Debería haberse ido
más lejos, desarrollando con mayor detalle las conclusiones ateas? Creemos
que no. Eso podría haber acarreado la amenaza de que el partido político del
proletariado hiperbolizase la lucha antirreligiosa; eso podría haber
conducido a borrar la línea divisoria entre la lucha burguesa y la lucha
socialista contra la religión. La primera tarea que debía cumplir la minoría
socialdemócrata en la Duma centurionegrista fue cumplida con honor.
La segunda tarea, y quizá la principal para los socialdemócratas -- explicar
el papel de clase que desempeñan la Iglesia y el clero al apoyar al gobierno
centurionegrista y a la burguesía en su lucha contra la clase obrera --, fue
cumplida también con honor. Es claro que sobre este tema podría decirse
mucho más, y las intervenciones posteriores de los socialdemócratas sabrán
completar el discurso del camarada Surkov; sin embargo, su discurso fue
magnífico y su difusión por todas nuestras organizaciones es un deber
directo del Partido.
La tercera tarea consistía en explicar con toda minuciosidad el sentido
justo de la tesis que con tanta frecuencia deforman los oportunistas
alemanes: "declarar la religión un asunto privado". Por desgracia, el
camarada Surkov no lo hizo. Esto es tanto más de lamentar por cuanto, en la
actividad anterior de la minoría, el camarada Beloúsov cometió un error en
esta cuestión, que fue señalado oportunamente en Proletari. Los debates en
la minoría demuestran que la discusión en torno al ateísmo le impidió ver el
problema de cómo exponer correctamente la famosa reivindicación de declarar
la religión un asunto privado. No acusaremos sólo al camarada Surkov de este
error de toda la minoría. Más aún: reconocemos francamente que la culpa
corresponde a todo el Partido por no haber explicado en grado suficiente
esta cuestión, por no haber inculcado suficientemente en la conciencia de
los socialdemócratas el significado de la observación de Engels a los
oportunistas alemanes. Los debates en la minoría demuestran que eso fue,
precisamente, una comprensión confusa de la cuestión y no falta de deseos de
atenerse a la doctrina de Marx, por lo que estamos seguros de que este error
será subsanado en las intervenciones subsiguientes de la minoría.
En resumidas cuentas, repetimos que el discurso del camarada Surkov es
magnífico y debe ser difundido por todas las organizaciones. Al discutir el
contenido de este discurso, la minoría ha demostrado que cumple a conciencia
con su deber socialdemócrata. Nos resta desear que en la prensa del Partido
aparezcan con mayor frecuencia informaciones acerca de los debates en el
seno de la minoría, a fin de aproximar ésta al Partido, de darle a conocer
la intensa labor que efectúa la minoría y de establecer la unidad ideológica
en la actuación de uno y otra.
NOTAS
[238] Véase C. Marx, "Introducción a La crítica de la filosofía de
derecho
de Hegel ". (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.) []
[239] Véase F. Engels, "La literatura de emigrado". (C. Marx y F.
Engels,
Obras Completas, t. XVIII.) []
[240] Se alude a Kulturkampf ("Lucha por la cultura") que era como
llamaban
los burgueses liberales al conjunto de medidas legales adoptadas en la
década
del 70 del siglo XIX, por el gobierno de Bismarck bajo el rótulo de la
lucha
por una cultura laica y con miras a oponerse a la iglesia católica y al
partido del "Centro", los que brindaban apoyo a las tendencias
separatistas de
los terratenientes y la burguesía de los Estados pequeños y medianos de
Suroeste de Alemania. La política de Bismarck también apuntaba a desviar
de la
lucha de clases a una parte de la clase obrera mediante la incitación al
fanatismo religioso. En la década del 80, a fin de amalgamar a las
fuerzas
reaccionarias, Bismarck derogó gran parte de estas medidas. []
[241] Véase F. Engels, Anti-Duhring, parte tercera, V. El Estado, la
familia
y la educación. []
[242] El Programa de Erfurt, de la socialdemocracia alemana, fue
aprobado en
octubre de 1891 en el congreso de Erfurt para sustituir el Programa de
Gotha
de 1875, y significó un paso adelante con respecto a este último porque
en el
se rechazaba las exigencias lassalleanas. Sin embargo, también contenia
graves
errores; no trataba de la teoría de dictadura del proletariado, de las
exigencias de derrocar la monarquía y fundar república democrática. En
junio
de 1891, Engels criticó el proyecto de este programa. (C. Marx y F.
Engels,
"La critica del proyecto
del programa del Partido Socialdemocrático de 1891", Obras Completas, t.
XXII.) []
[243] Se alude a la "Introducción" de F. Engels al folleto de C. Marx La
guerra civil en Francia, 3a edición alemana. []
[244] Enciclopedistas: grupo de ideologo-civilizadores franceses del
siglo
XVIII, que se unieron para publicar la Encyclopédie ou dictionnaire
reissonné
des sciences, des arts et des métiers (1751-1780) y por eso se denominan
así.
Su organizador y editor en jefe fue Denis Diderot. Los enciclopedistas
estaban
categóricamente en contra de la iglesia católica, la escolástica y el
privilegio del sistema feudal, y desempeñaron un papel nada
insignificante en
la preparación ideológica de la revolución burguesa en la Francia de
fines del
siglo XVIII. []
[245] Construcción de Dios: corriente religioso-filosófica hostil al
marxismo, aparecida en el período de la reacción stolipiniana entre una
parte
de los intelectuales del Partido, que se desviaron del marxismo después
de la
derrota de la revolución de 1905-1907.
Los constructores de Dios (Lunacharski, Bazárov y otros) predicaban la
creación de una religión nueva, "socialista", trataban de reconciliar el
marxismo con la religión. En un tiempo, M. Gorki se adhirió a ellos. La
reunión de la redacción ampliada de Proletari condenó dicha corriente y
en una
resolución especial declaró que la fracción bolchevique no tenía nada de
común
"con semejante tergiversación del socialismo científico". []
[246] Veji ("Jalones"): recopilacion de los kadetes; apareció en Moscú
en la
primavera de 1909 con artículos de N. Berdiáev, S. Bulgákov, P. Struve,
M.
Guerchenzon y otros representantes de la burguesía liberal
contrarrevolucionaria. En los artículos sobre los intelectuales rusos,
los
"vejistas" trataban de difamar las tradiciones
democrático-revolucionarias de
Rusia, denigraban el movimiento revolucionario de 1905 y daban las
gracias al
gobierno zarista por haber salvado a la burguesía "con sus bayonetas y
cárceles". La recopilacion exhortaba a los intelectuales a ponerse al
servicio
de la autocracia. Lenin comparaba el programa de Veji tanto en filosofía
como
en ensayos con el de Moskovskie Viédomosti, periódico centurionegrista,
llamaba la recopilación "enciclopedia de la apostasia liberal ", que "es
un
continuo torrente de lodo reaccionario, vertido sobre la democracia." [pág.
309]
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