En su libro, Las armas y las letras, Andrés Trapiello dice que ante la
guerra (o sea ante el golpe militar-fascista), los artistas no pudieron
elegir, olvidándose de decir que en la República pudieron optar pro diversas
opciones. Trapiello además, no dedica una sola línea para analizar un
fenómeno central de las letras de entonces: su encuentro con el pueblo.
Tampoco dice media palabra sobre reacción airada de los escritores contra la
farsa de la no-intervención. Y mucho menos que esta política de
no-intervención fue el espejo real de la llamada “tercera España” que
autores como Trapiello, Leguina, Jordi Gracia, tratan ahora de asaltar.
El libro trata de un hecho cierto, a saber, que la guerra de España fue en
no poca medida la “guerra de los escritores”, y lo cierto es que ni antes ni
después se ha podido contar nada similar. Conviene recordar que una fracción
importante de ellos –sobre todo los surrealistas- ya habían ajustado sus
cuentas con el orden establecido, rechazando de plano la lógica que había
dado lugar la “Gran Guerra”, el punto de partida de un rechazo que se renovó
con los diez días que conmovieron el mundo, y se renovó a principios de los
años treinta con las devastadoras consecuencias de la “Gran Depresión”,
luego solo faltó el auge del nazismo, y el espectáculo de la línea de
complicidad y apaciguamiento que dieron las cancillerías occidentales. El
espectro del fascismo llegó hasta los Estados Unidos, el país que había
ocupado hasta ahora el sueño de una nueva “tierra prometida”.
La crisis española atravesó todas las conciencias, las que estaban más
cercanas al pueblo, y sobre todo las que –como ya antes le había sucedido a
Emile Zola- estaban “descubriendo” el socialismo y el movimiento obrero. Los
más jóvenes y militantes no se limitaron a tener su "hora lírica" y vinieron
a combatir con las armas en la mano. Fueron numerosos los que lucharon en
las Brigadas Internacionales, Orwell en las milicias del POUM, Pablo de la
Torriente en el batallón del Campesino, Malraux organizó la “Escuadrilla
España”, la filósofa marxista heterodoxa Simone Weil en la columna de
Durruti, y la lista se multiplica con nombres que han permanecido en el
olvido, entre ellos los de Clara Thalmann, Mary Low o Camillo Berneri, con
una fuerte implicación con la revolución. Muchos murieron en los campos de
batalla (Zalka, Donnelly, Cornford, Caudwell, Fox y Torriente), o bien
fueron heridos de gravedad, como Orwell, Spender o Gustav Regler, cuyas
discrepancias con el estalinismo empezaron a germinar en España. Otros
llegaron como periodistas, aunque tomaron partido militante por la
República, como Burnett Bolloten, y como Ernest Hemingway, sin duda el más
popular de todos, no hay más que ver su repercusión cinematográfica.
Conocida es la aventura del entonces agente del Komintern, Arthur Koestler,
que fue encarcelado tres meses en Sevilla y sólo salvó la vida gracias a una
campaña internacional, y que poco después escribió su célebre Espartaco.
Semejante desigualdad en la correlación de fuerzas puede ser establecida muy
brevemente. Mientras que en el campo mal llamado "nacional" sólo logró
convocar a figuras de muy segundo orden -Unamuno se arrepintió al poco
tiempo, Eugeni d'Ors agonizaba como creador; incluso los jóvenes falangistas
de talento no tardaron en abrazar la disidencia después de la guerra, unos
pronto y otros más tarde-, en el campo republicano se sumaron todas las
generaciones, desde la del 98 -Valle Inclán que no conoció la guerra pero
que simpatizó con la extrema izquierda, y Machado-, hasta la llamada "de la
República", pasando por la del 27 (Alberti, Buñuel, Guillen, Aleixandre,
etc.) y que configuraron lo que se ha venido a llamar la "Edad de Plata" de
la cultura española.
La defensa de la libertad y de la cultura (en esencia el franquismo trataba
de exterminar al pueblo “que sabía demasiado, por eso asesinó maestros,
quemó bibliotecas e identificó a los “rojos” por los libros), era varias
cosas a la vez.
Entre los intelectuales extranjeros, unos enfatizaban su aspecto, más
antifascista, su carácter de resistencia nacional, popular y democrática, de
acuerdo con los planteamientos vigentes en los aledaños del Komintern
-Neruda, Aragón, Buñuel, Hernández, Machado, de hecho la mayoría-; para
otros era la defensa de las tradiciones republicanas y democráticas aunque
no estaban de acuerdo con el auge de los comunistas, mientras que para un
sector minoritario aunque también importante, se trataba de una revolución
socialista surgida en la defensa de las libertades democráticas. Por esta
convicción trabajaron, no solamente los que lo hicieron al lado de la CNT
-León Felipe, Simone Weil, Kaminski, Berneri, etc.-, o del POUM -Orwell,
Benjamin Peret, Mary Low, etc-, sino también, otros muchos que se alinearon
con otras formaciones aunque aceptaron de buena fe la idea de los dos
plazos. La separaba un primero la guerra, y un luego para la revolución.
Recordemos que éste fue el planteamiento inicial del propio Orwell, y es el
que aparece en gran medida en la extraordinaria película de Joris Ivens,
Tierra de España, en cuyo guión contribuyeron John Dos Passos y Hemingway.
La culminación simbólica de esta convergencia y también en cierta medida, de
la contradicción guerra-revolución, se escenificó en julio de 1937 en el
Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia en el nuevo curso
que significa la presidencia de Juan Negrín al frente de una República “de
orden”. Este congreso reunió prácticamente a todo el plantel de escritores
demócratas y de izquierdas del mundo en un debate en el que se insistió en
la lucha contra el fascismo y en la defensa del compromiso del intelectual
con el pueblo, pero esto ya en un sentido un tanto diferente al que le
habían dado Gide y Malraux en el congreso anterior celebrado en París en
1935. Este congreso se celebró cuando el estalinismo ya había conseguido
"normalizar" el bando republicano y no se permiten voces disidentes, ni
siquiera la del prestigioso Gide que, en rigor, venía a refrendar la línea
general antifascista del encuentro. Su pecado era haber escrito Retour de I'
URSS y por lo mismo, sospechoso de 'trotskismo". El "trotskismo" estaba ya
fuera de la ley y los agentes del Komintern en el lugar -Ehrenburg, Koltzov,
etc- le impidieron expresarse. Entonces la protesta fue mínima.
En un principio, la Alianza estaba organizada por secciones (Literatura,
Plásticas, Biblioteca, Pedagogía, Teatro y Música), y Conocía una amplia
inserción en Madrid, Valencia y Barcelona, donde publicaba, respectivamente,
El mono azul, Nueva Cultura y Meridià, y tenía una gran audiencia entre toda
la intelligentzia republicana. Entre sus iniciativas más conocidas se
encuentra la edición de un Romancero General de la Guerra de España, de una
Crónica General de la Guerra de España y de una Antología de Poetas de la
España leal. Pero su acción más conocida fue la organización del II Congreso
Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura.
La iniciativa se inscribía en el gran trabajo de propaganda efectuado por
los republicanos, trabajo que tiene un eco infinitamente mayor entre los
trabajadores y los intelectuales que entre los gobiernos democráticos
occidentales que con la política llamada de no-intervención llega a
establecer, de hecho, un tácito reconocimiento a la rebelión y una
complicidad con las potencias fascistas que no dudaron en intervenir desde
un primer momento. Este factor será decisivo para explicar el peso de las
opciones estalinistas durante el Congreso. Aunque la petición formal fue
hecha por Baeza antes de la guerra -en el Pleno que la Asociación realizó en
Londres en junio de 1936, su confirmación rotunda tuvo lugar en octubre del
mismo año, cuando Rolland, Heinrich Mann Malraux -entre otros- enviaron un
telegrama a la Alianza confirmando la celebración del Congreso en España
(1).
Con ser esplendoroso este momento para la cultura e impresionante la
convergencia internacional Con la República, hay una dimensión del hecho
cultural que permanece casi invariablemente oculto y sin el cual
difícilmente se puede explicar la emergencia de grandes figuras, se trata de
'o que podíamos denominar "revolución cultural" en los años treinta y que se
caracteriza por un creciente encuentro entre todas las vanguardias -desde la
teatral hasta la política- y el pueblo.
Desde 1917 se va desarrollando un giro hacia la izquierda entre la
intelligentzia que alcanza hacia 1934 su apogeo y que se manifiesta en la
creciente radicalización de nombres como Lorca, Machado, Bergamín, etc.
Paralela a esta radicalización viene a ser una multiplicación de los libros
de izquierda, y el auge de obras teatrales y cinematográficas de signo
"comprometido"; el obrero ocupa el lugar predominante entre los consumidores
de cultura, fenómeno que hasta Ortega y Gasset observará con sentimientos
ambivalentes, Los campesinos buscan a los que entre ellos saben leer para
que les dé a conocer obras de Kropotkin u otros, y los obreros forman grupos
de teatro y "devoran" a Zola, Lenin, Bakunin, el Blasco Ibáñez de La
catedral o las novelas y reportajes de Sender.
Los Ateneos Libertarios y las Casas del Pueblo se extienden cada vez y
arrastran a un número creciente de trabajadores ávidos de conocimientos para
cambiar el destino de sus vidas. El tipo humano del trabajador-medio pasa de
ser el conformista que rehuye los peligros del activismo para refugiarse en
el deporte, a ser el militante abnegado y autodidacta que, con todas sus
limitaciones, dará vida y un potencial formidable a todas las formaciones
proletarias sin excepción, aunque muy particularmente a la cenetista que es
la que cuenta con la acumulación de militantes llanos más amplia y
extendida.
Serán estos hombres y mujeres los que protagonizarán en primera línea no
sólo los grandes acontecimientos sociales de la República y las grandes
batallas de la guerra, sino también la odisea de los campos de concentración
y de la resistencia y el exilio, cuando no -más minoritariamente-, la
guerrilla y la lucha clandestina contra el franquismo, ayudando a forjar las
nuevas generaciones que, a la postre, harán imposible la mera continuidad de
la dictadura. En este terreno, en el de los hombres y las mujeres que fueron
militantes, la crisis española encontró su expresión más fascinante y
avanzada, aunque no fue en absoluto correspondida con una expresión política
consciente, capaz de convertir lo que era conciencia en sí, en conciencia
para sí.
¡Fue tan poco tiempo!. Esta expresión de un viejo libertario plantea todo lo
que se consiguió en unos pocos años -que continuaban una larga tradición de
lucha casi siempre de élites- y lo que pudo ser. No era posible un
movimiento social y cultural desde abajo tan avanzado y así lo comprendió
justamente -para sus intereses- la derecha, y así lo han comprendido los
actuales "padres" de la democracia que saben que su "consolidación" pasaba
por la domesticación de sus movimientos sociales.
En su presentación, el documento aprobado resume sintéticamente el mensaje
central del Congreso en estos tres puntos:
"'Primero. Que la cultura, que se ha comprometido a defender, tiene como
enemigo principal al fascismo.
Segundo. Que están dispuestos a luchar por todos los medios de que disponen
contra el fascismo, ya cuando muestre abiertamente su rostro destructor o
adopte, para llegar a sus fines, formas desviadas; en una palabra, declaran
estar dispuestos a luchar contra los fautores de la guerra.
Tercero. Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la
cultura, la democracia, la paz y, en general, la felicidad y el bienestar de
la Humanidad, ninguna neutralidad es posible, ni puede pensarse en ella,
como han comprobado en dura experiencia los escritores de numerosos países,
en donde el pensamiento está limitado a las terribles condiciones de la
ilegalidad."
No obstante, a pesar de este itinerario, el Congreso se encuentra claramente
vinculado a Valencia por ser en ésta donde tiene Iugar el peso de su
realización y por ser la capital republicana. El Congreso, aun siendo muy
circunstancial, no desdeña debatir sobre una serie de temas de cierto
interés, aunque su planteamiento central es justificar la política
gubernamental, tarea en la que están especialmente comprometidos los
comunistas. Eso explica que aunque la presidencia se repartió entre el
azañista Ricardo Baeza y el católico José Bergamín; el peso de estos últimos
era el más determinante, amén de ser el que no aceptaba críticas a su
política ni al a URSS, considerada como la "gran aliada" de la República
asediada.
La guerra de España coincide con el apogeo del intelectual comprometido
En medio de la crisis civilizatoria de los años treinta, el intelectual (el
término "intelectual" fue empleado por primera vez en relación al "affaire
Dreyfus", y fue redefinido durante los años treinta en función a su lugar en
la sociedad -como una parte de la pequeña burguesía- y por su comportamiento
sumiso o crítico) va a desarrollar un creciente protagonismo público que se
va a concretar en una praxis comprometida con el pueblo, con las izquierdas
y primordialmente con el área comunista oficial, expresándose a través de
obras polémicas, de manifiestos, congresos, compromisos organizativos,
llegando hasta la lucha en el frente español, en donde murieron no pocos
escritores, anónimos o poco conocidos en el momento, como Christopher
Caudwell, Ralph Fox o Pablo de la Torriente.
La grave coyuntura política configuraba una problemática muy profunda que
llegaba a cuestionar el cuadro decadente de las democracias burguesas
liberales incapaces según la opinión generalizada de contener el avance
fascista-, y con ello el papel' tradicional de los intelectuales pequeños
burgueses que se sienten convocados por su mala conciencia" a un puesto de
lucha que ya ha sido ocupado por una avanzada del proletariado militante. En
el ambiente parecía evidente que se preparaba una nueva guerra, y el
intelectual buscaba a la izquierda en espera de la “Ciudad Ideal”, el sueño
de un mundo nuevo, tal como lo expresa W. H. Auden en su célebre poema Spain
(1937). Este poema fue considerado como la gran llamada a las armas en favor
de la República, aunque años más tarde su autor, convertido al cristianismo,
lo considerara despectivamente. Este desplazamiento de los intelectuales
desde el individualismo o el conformismo hacia el antifascismo, o hacia
posiciones más netamente revolucionarias -como será el caso notorio de los
surrealistas-, se había fraguado como una respuesta a un proceso de crisis
que el escritor ruso-francés Víctor Serge definió como de "medianoche en el
siglo".
Los datos son bastante dramáticos e ilustrativos: “crack” económico
capitalista de 1929 -con su secuela de paro y miseria-, guerra
chino-japonesa, ascenso de Hitler con la consiguiente derrota del más
potente movimiento obrero de Europa y la destrucción de la democracia y de
la socialdemocracia en Austria, incendio del Reichstag, proceso de Leipzig,
invasión italiana de Abisinia, ascenso de los movimientos obreros en Francia
y en España, radicalización de las izquierdas en los EE.UU. y Gran Bretaña,
"procesos de Moscú", un acontecimiento histórica abismal sobre el solamente
una minoría de escritores -Víctor Serge, Ignazio Silone, Panait Istrati,
Marcel Martinet, etcétera- estuvieron al corriente del complejo curso que
tomaba la URSS, y muy pocos supieron diferenciar entre el legado de 1917 y
el estalinismo. Por eso fueron contados los que tomaron partido a favor de
la vieja guardia bolchevique inculpada durante' los "procesos de Moscú". La
mayoría de los intelectuales que en su día se habían mostrado adversos a la
revolución de Octubre, aceptaban ahora el curso "moderado" de Stalin frente
al "utopismo" de Trotsky.
Este contexto provocará entre la intelligentzia una nueva configuración
moral e ideológica en la que confluyen numerosos factores, de los que cabe
al menos reseñar los siguientes:
a) El desencanto y alejamiento del bloque dominante, con el descubrimiento
de los desastres del capitalismo y del colonialismo, que ya comenzaba a ser
abiertamente cuestionado como se puede ver en obras de Gide (Viaje al
Congo), de George Orwell (La marca, que transcurre en Birmania), o de E.M.
Foster (Pasaje a la India), etc; b)
b) El acercamiento hacia las nuevas formas de vida del socialismo
representado por la URSS, de las potenciales capacidades alternativas de una
nueva sociedad que aparece en el cine -Eisenstein, Pudovkin, Dovjenko,
etcétera-, la literatura -Babel, Pilniak, Maikovski, etcétera- y la
literatura viajera a la "patria del proletariado", Esta literatura llegó a
ser un verdadero subgénero que tuvo ejemplos muy variados, pero la mayoría
se avino a "ver" lo que las autoridades soviéticas les tenía preparado. El
viaje constaba de un recibimiento de altura, una estancia de lujo,
encuentros con situaciones y ejemplos felices y la gigantesca edición de las
obras del escritor con sus correspondientes beneficios en cuanto a derechos
de autor. De estos viajeros, solo unos pocos como Panait Istrati y Gide se
plantearon seriamente ver más allá de la verdad turística. Antes que Gide,
Istrati fue literalmente hundido por su disidencia "trotskizante".
c) La atracción del movimiento obrero, del esfuerzo colectivo de miles de
activistas que reflejan también potencialmente el surgimiento del "hombre
nuevo", de la unión entre el trabajo físico y el intelectual;
d) La emergencia con esta conjunción de unas nuevas exigencias culturales y
artísticas, las posibilidades de hacer llegar el arte a las masas en vez de
hacerlo a los habituales mercaderes, de impulsar nuevas formas artísticas y
nuevas formas de modos de vida que atrae a inconformismos muy diversos
(feministas, homosexuales, aventureros, científicos, etcétera).
Se llega a hablar de un "nuevo bloque intelectual", pero el cuadro
organizativo más avanzado se encuentra en los comunistas oficiales, que
habían formado unas débiles organizaciones para intelectuales durante los
años veinte y principios de los treinta, apoyándose en la experiencia de las
organizaciones formadas en la URSS con el objetivo de construir una nueva
literatura vinculada con el horizonte político de la revolución de Octubre.
Estas organizaciones van a conocer en los años que anteceden al estalinismo
una gran riqueza en obras y en su producción teórica.
Durante el ascenso del estalinismo el concepto "literatura proletaria", una
moda efímera relacionada con las posiciones políticas estalinistas del
"tercer período" (1927-1935), y que en rigor trata "la vida del proletariado
contada por escritores que salen de su seno", aunque todo de una manera
aceptable con la idea estalinista del partido como rector y consolador de la
vida social, política y cultural. En España esta literatura no tuvo apenas
representante, aunque sí hubo una literatura "obrerista" de signo libertario
y socialista, que bajo diversos formatos, respondía a una cierta realidad de
la lucha de clases, va a encontrar su expresión en la Asociación de
Escritores Proletarios (RAPP) y su orientación va a coincidieron lo que se
vendrá a definir (abusivamente) como "realismo socialista" en torno a los
siguientes criterios: "El realismo socialista, por ser el método de base de
la literatura y de la crítica soviética, exige del artista una
representación verídica, históricamente concreta de la realidad en su
desarrollo revolucionario. Además, el carácter verdadero e históricamente
concreto de dicha representación artística de la realidad debe combinarse
con el deber transformar ideológica y de educación, de las masas dentro del
espíritu del socialismo."
Esta corriente coincide con la implantación final del estalinismo, con lo
que se excluyen todas las demás escuelas en tanto que los criterios del
"realismo socialista" serán fijados por especialistas del tipo de A. Zhdánov
y por el propio Stalin. De acuerdo con éste, un decadente Máximo Gorki
disolverá oficialmente el RAPP, para formar a continuación la Unión de
Escritores Soviéticos que impondrá en sus estatutos el "realismo socialista
" (2). Por esta época agonizaban los últimos reductos de élan libertario de
los años veinte y durante los famosos "procesos de Moscú" caerán Isaac
Babel, Boris Pilniak, Osip Mandelstam, en tanto que Víctor Serge, Serguei
Esenin y Vladimir Maikovski se habían suicidado en la antesala del ascenso
estalinista que ya se avizoraba en buena parte en la segunda mitad de los
años veinte.
Ironías de la historia, la URSS", iba a constituirse en una referencia para
la intelligenzia cuando precisamente acababa su época dorada de creatividad
y comenzaba el rigor burocrático.
Este giro interno de la cultura soviética tiene en buena medida su
traducción en las organizaciones vinculadas con el movimiento comunista
oficial. En un principio el planteamiento es la unidad entre el trabajo
intelectual y el manual, la crítica de la comercialización del arte, la
llamada a ampliar la rica tradición revolucionaria literaria, pero con los
Frentes Populares este mensaje va a cambiar. Dentro de estas organizaciones
-implantadas en Francia y en Alemania sobre todo, destacará la presencia
regular de Henri Barbusse, prototipo del "compañero de ruta" capaz de
avenirse sin problemas a los diferentes giros de la política estalinista.
Esta hipoteca será el punto más criticado de su desarrollo, la explicación
de una actuación en buena medida ambivalente y aunque su objetivo principal
será aparecer como "un acto de oposición a la barbarie y fascista y como una
denuncia de la política de no-intervención (el grito de ¡Fuera la
no-intervención!" fue el grito unánime en París) se justifica también como
"una exploración para ejercer una presión en pro de la cultura en la
sociedad nueva" (Corpus Barga), un criterio básico de la Alianza que
coincide con las interpretaciones que permite la política comunista oficial
-y de sus aliados- en el sentido de que primero se impone una especie de Dos
de Mayo democrático y popular, pero después se plantea una revolución. Con
lo primero reprime a los revolucionarios, con lo segundo se integra a muchos
radicales.
Desde la primera ponencia, a cargo de Anna Segher, militante comunista
alemana y escritora que denuncia el fascismo. En otra ponencia se proclama
que el fascismo "puede respetar los momentos antiguos mientras no lo
molesten. Aspira a destruir la base de la cultura: al hombre (...) El mal no
está en que los fascistas alemanes hayan quemado en su país docenas de miles
de libros, sino en que han transformado el alma de los lectores de ayer.
Ellos han hecho de los sabios, de los obreros, de los poetas, los
destructores de Guernica (Ehrenburg).
Ante esto el intelectual no puede permanecer en su torre de marfil; como tal
debe comprometerse en "la defensa de las libertades del espíritu" (Benda),
en apoyo al pueblo porque "la aristocracia española está en el pueblo (y)
escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores (...), o escribimos
sin olvidar el pueblo, o sólo escribiremos tonterías " (Machado). En este
sentido, resulta incomprensible la posición de lo que se llamará la "tercera
España", de esos "sedicentes intelectuales españoles más o menos
hamletizados y que ridículamente se alejan, se apartan, se separan del
pueblo español cuando este pueblo se ha puesto en cuestión todo, porque se
le pone en cuestión su vida misma, su propio modo de ser y existir" (Bergamín).
Los héroes son los soldados que luchan en el frente revolucionario (Aleksei
Tolstoi), el "proletariado" que quiere "las bases de una nueva moral y de un
arte nuevo que estén de acuerdo con sus aspiraciones" (Last). Se habla del
"hombre nuevo" un "hombre total", que se encuentra entre los que luchan en
primera fila. Por eso se cuestiona el destinarlo convencional de la cultura:
"...La mayoría de nuestros lectores son burgueses, en quienes nuestras
palabras todo lo más, despiertan unos pensamientos que inmediatamente
vuelven a modorrarse. Un artífice busca los mejores materiales para su
trabajo, pero nosotros, los escritores, ¿lo hacemos?, ¿vamos hasta la parte
más maleable, más prometedora de nuestro pueblo: hasta las masas? La
respuesta es que no" (Norddalh Grieg, Noruega).
El objetivo es un nuevo humanismo, "que tiene un hogar: el hogar del
trabajador intelectual y manual. Tiene una teoría: la democracia. Tiene un
ejército decidido: el socialismo. Una vanguardia activa de combate: la
España republicana... " (Sender). Este humanismo se entiende "como el
intento de restituir al hombre la conciencia de su valor, de trabajar para
limpiar la civilización moderna de la barbarie capitalista..." (España,
Ponencia colectiva). Hay, por lo tanto, una conciencia critica, una idea de
que la alternativa va más allá de las democracias tradicionales, cuya
pretendida neutralidad es comprendida por Machado como algo terriblemente
natural, ya que entre lobos (entre potencias) no se muerden.
Hay tres apartados que tienen, por sí mismos, un interés específico. Uno es
la participación de escritores católicos, de "herejes" como Bergamín o el
holandés Browder, que apela a una razón: "A Jesucristo, hijo de un
carpintero, hijo de un campesino, sacrificado por una clerigalla y por una
casta de militarotes, y que supo impregnarnos de verdadero espíritu
cristiano, que manda que hagamos lo que yo hago aquí: estar aliado del
pueblo español, que es el más cristiano que cabe". Otro es la participación
en lengua propia Gide y a los surrealistas, que no son invitados.
La convocatoria está dramáticamente contextualizada por la guerra: la misma
noche de su inauguración, la aviación rebelde bombardea la capital del Turia
(3).
Entre sus participantes los hay que vienen directamente del frente, algunos
de las Brigadas Internacionales (Gustav Regler, Pablo de la Torriente y
Ralph Bates), también están los que vienen del exilio. No son pocos los que
tendrán, antes o después, sus problemas por su compromiso con la lucha
republicana.
Hablando en términos cinematográficos, el "reparto" difícilmente puede ser
más completo. Asisten ( entre otros), por parte francesa, Julien Benda,
André Malraux, Paul Nizan, André Chamson y Jean-Richard Bloch; por la URSS,
Aleksei Tolstoi, Mijail Koltzov Ylya Eheremburg; por Inglaterra, Stephen
Spender y Ralph Bates; por Alemania, Anna Seghers y Gustav Regler; por
Chile, Vicente Huidobro y Pablo Neruda; por México, Carlos Pellicer y
Octavio Paz (4); por el Perú, el enfermizo César Vallejo; por Cuba, Nicolás
Guillén y Juan Marinello; por los EE.UU., Malcom Cowley, Langton Hughes,
Ernest Hemingway y John Dos Passos; por Holanda, Jef Last y el doctor J.
Browder...Naturalmente, la delegación española será la más numerosa. En ella
encontramos a Antonio Machado, José Bergamín, Fernando de los Ríos, Arturo
Serrano Plaja, César Mª Arconada, Constancia de la Mora, Rosa Chacel, María
Zambrano, Margarita Nelken, Mª Teresa León; Rafael Alberti, Juan Gil-Albert,
Corpus Barga, Ramón J. Sender... Por otro lado, el número de los que apoyan
no es menos impresionante. Baste señalar que en el Presidium del II Congreso
se encontraban -además de algunos de los que intervinieron-: Romain Rolland,
Louis Aragon, Thomas Mann, G. B. Shaw, E. M. Foster, Mijhail Solokhov, Selma
Lageloff. En el Buró Internacional constaban también: Heinrich Mann, Leon
Feuchtwanger, Bertold Brecht, Aldous Huxley, Virginia Woolf, Anderson Nexo,
Aníbal Ponce, Jorge Icaza y un largo etcétera, que puede ser ampliado
externamente al Congreso con nombres como los de Bertrand Russell, Albert
Einstein y otros.
El Congreso será definido por alguien irónico como un "circo ambulante", ya
que transcurre en varia poblaciones, lo que permite a los más críticos como
Spender percibir un contraste entre sus menús y la miseria de los pueblos a
los que ya comienza a estrangular la guerra. Su primera fase se hará en
Valencia, pero el 6 de julio, en víspera de la batalla del Jarama, los
congresistas se trasladan (no sin peligrosas vicisitudes, como la sufrida
por Malraux y Ehrenburg, cuyo coche chocó con un camión de obuses y estuvo a
punto de saltar por los aires) a Madrid, para regresar el 10 a Valencia de
nuevo con un breve paréntesis en Barcelona, donde tuvo lugar un acto en el
Palau de la Música con un concierto de Pau Casals, para concluir los días 16
y 17 en París. La resolución aprobada en la capital francesa das e
integradas en la Alianza, como lo están en las trincheras, donde nuestros
combatientes se unen ante un enemigo común, que lo es también de la
inteligencia y la cultura ", no habrá en ella ninguna representación de
anarquistas o poumistas. No habrá disidentes.
Lo mismo ocurre en el Congreso de Valencia donde se criba previamente a
diversos intelectuales catalanes, valencianos y gallegos (el doctor Jaume
Serra Hunter, CarIes Salvador, Ricard Blasco, Rafael Dieste), que afirman
que la defensa de la cultura universal es también la de la propia cultura
nacional, la de la propia lengua, inseparable una de la otra. La tercera
queda perfectamente reflejada en la ponencia colectiva española (en la que
al parecer participaron también los mexicanos) y que fue leída por Arturo
Serrano Plaja. Esta ponencia desdeña conceptos como "realismo socialista" o
"literatura proletaria", señala las limitaciones del Agiprop (arte de
agitación y propaganda) y proclama el carácter libre y abierto del arte.
Y aquí entramos en el “caso” Gide. El autor de Las cuevas del Vaticano, que
había sido la principal figura del Congreso anterior y una estrella en el
firmamento de los "compañeros de ruta", había mostrado siempre una posición
radicalmente independiente por más que, siendo ya muy mayor, se había
entusiasmado con el comunismo en el que encontraba una confirmación del
individualismo y una vía de encuentro entre el arte y las masas. No
obstante, después de visitar la URSS, escribió un libro Retorno de la URSS,
en el que se desarrollaban una serie de tesis que tenían no pocas semejanzas
con las expuestas por Trotsky en La revolución traicionada.
Ya en vísperas del Congreso valenciano, Gide había manifestado su repulsa a
los "procesos de Moscú" y su solidaridad con el POUM y con Andreu Nin,
duramente perseguidos entonces en la zona republicana. Sobraban pues motivos
para que el propio Stalin vetara su asistencia al Congreso y amenazara con
boicotearlo. Aunque en la secretaría del Congreso figuraban escritores
independientes como Emilio Prados, Serrano Plaja y Gil-Albert, la absoluta
mayoría de sus componentes coincidían en un apoyo incondicional al Gobierno
de Negrín y a la alianza con los soviéticos, que aparecían como solidarios
con la República y sobre cuyo orden interno no se interrogaban; muchos
coincidían con Gide y con Trotsky en su posición a favor del arte
revolucionario independiente, pero como dirá Bergamín -después de una
violenta discusión con Malraux: "Ante sus ataques -de Gide- al pueblo ruso y
a sus escritores (sic), nosotros los españoles rechazamos cuanto pueda crear
una enemistad con los que están identificados con nuestra causa". Esta
condena es el fruto de un consenso entre los que actuaban abiertamente como
"comisarios" del PCE -Ehrenburg, Koltzov, Neruda-, y los que estaban por una
respuesta más diplomática.
Luego, el Congreso guardó silencio cuando el pariente de LeónTolstoi amplió
esta condena con una serie de insultos contra el escritor francés que, con
el tiempo, emergería como víctima de la maquinación estalinista y como un
amigo de la República que supo ser independiente.
Años más tarde, buena parte de los que participaron y apoyaron el Congreso
de Valencia se encontraron divididos entre los dos grandes bloques, el los
países mal llamados socialistas, y el del mal llamado “mundo libre”. Pero
mientras que el segundo permite un amplio juego liberal, el primero no
permite ninguna disidencia. Este contraste dará lugar a un proceso de
desplazamiento hacia la derecha de buena parte del mundo de la cultura del
que será un buen ejemplo el Congreso conmemorativo de 1987, organizado
principalmente por un “arrepentido “Jorge Semprún desde su cargo de ministro
de cultura en el gobierno presidido por Felipe González. Entre los invitados
destacan, aparte del propio Semprún, el ya veterano Octavio Paz, Mario
Vargas Llosa, el último Cornelius Castoriadis, Fernando Savater, todos ellos
arrodillados ante el Becerro de Oro del “libre mercado”. Fue todo un espejo
del regreso de los clérigos que habla Julien Benda, al regazo de las clases
dominantes con el pretexto de la denuncia del estalinismo, un concepto en el
que todo el torrente del agua sucia del estalinismo…no permitía ver el niño,
o sea el movimiento obrero y el ideal de la democracia socialista.
Notas
--(1) Los trabajos más exhaustivos sobre este Congreso son los tres
volúmenes publicados por la Ed. Laia: Inteligencia y Guerra Civil española,
de Luis Mª Schneider (Barcelona, 1978); Pensamiento literario y compromiso
antifascista de la inteligencia española republicana, de Manuel Aznar Soler
(ídem), y Ponencias. Documentos y Testimonios, edición de ambos autores
(Barcelona, 1979).
--2) Aragon-André Breton, Surrealismo frente a realismo socialista (Ed.
Tusquets, Barcelona, 1973), o en la edición del Manifiesto por un arte
revolucionario e independiente en El Viejo Topo, Barcelona, 1999.
--3) También Gil-Albert define bien la situación cuando escribe: "Era el
momento álgido de nuestra crisis; todos nosotros escritores pasamos de un
modo u otro por esta fase: horror por el nazismo, desprecio por el
reaccionarismo español que estaba preparando la puñalada trapera a la joven,
incauta, y también es verdad, medio caótica República, confianza si no
ciega, sí bastante embriagadora, por Rusia, engagement de Gide, actitudes de
(Thomas) Mann, Einstein, etcétera". Ver entre otros: Christopher Cobb, La
cultura y el pueblo. España, 1930-1939 (Ed. Laia, Barcelona, 1980); J.
Bécarud-E. López Campillo, Los intelectuales españoles durante la II
República (Ed. Siglo XXI, Madrid, 1978); Víctor Fuentes, La marcha al pueblo
de las letras españolas 1917-1936 (Ed. de la Torre, Madrid, 1980).
--4) En una entrevista para TVE, Paz contará a Joaquín Soler Serrano que
Pablo Neruda y Ylia Ehrenburg lo sondearon a él y a Pellicer sobre la
cuestión del "trotskismo”. Como este último afirmó que Trotsky le parecía el
mejor orador existente desde San Pablo y el mejor crítico literario marxista
que tenía noticia, fue discretamente controlado por el grupo comunista
oficial.
(*) Una versión de este artículo apareció en la revista Historia y Vida,
Pepe Gutiérrez-Álvarez