En la polémica interminable de la revolución de Octubre y de todo lo que le siguió, es de justicia tener en cuenta a las corrientes de izquierdas que se opusieron, o que estuvieron a favor desde otros puntos de vista.
La revolución rusa estaba ya en la calle antes de pasar por el Palacio de Invierno. La insurrección fue secundada por la mayoría en los soviets, y se ejecutó sin causar ninguna violencia. A pesar de las dificultades, los primeros tiempos fueron entusiastas y pacíficos. Las primeras medidas del gobierno revolucionario asumían prácticamente los planteamientos humanistas del socialismo.
Se opuso radicalmente al horror abismal de la Gran Guerra, apenas si utilizó la violenta -la toma del Palacio de Invierno fue incruenta--, abolió la pena de muerte, sus comisarios se desvivieron para controlar los excesos de los insurrectos con las obras de arte, etc. Todo esto cambió con el estallido de la guerra civil, cuando el imperialismo (británico y francés sobre todo), recrearon el ejército blanco, y puso en marcha una línea de “exterminismo” contra “rojos” y “judíos” en una línea que luego sería una de las señas distintivas del fascismo. La ejecución sumaria de Nicolás II y de la zarina -que no mostraron la menor piedad por las inenarrables consecuencias de la “Gran Guerra”- y de la familia imperial, no tendría lugar hasta que, precisamente, la guerra los convirtió en símbolos que podían ser utilizados para unificar los diversos bandos contrarrevolucionarios. Como dirá Deutscher, superar esta prueba cruel tuvieron que quemar todo lo que antes adoraban, y adorar todo lo que antes quemaban. En este titánico esfuerzo, incomprensible sin el entusiasmo de las masas obreras, campesinas y de amplios sectores de la clase media, se inmolaron los militantes más generosos y concienciados, y su lugar se fue ocupando por nuevas hornadas cada vez más ajena a las tradiciones socialistas.
El dilema entre revolución y contrarrevolución creó una dinámica cuya consecuencia fue el agotamiento de la pluralidad de los soviets, y luego de los mismos soviets, dando lugar a continuación a un proceso excluyente que fue “estrechando” la base social y pluralista que caracterizó Octubre, y que todavía se transmitió en los primeros congresos de la Internacional. Esquemáticamente este proceso se verificó como sigue:
---a) la guerra y luego el apoyo de (socialdemócratas) mencheviques y de eseristas de derecha al gobierno provisional significó la ruptura radical con estos que, con una variedad de matices y personalidades, tenían empero una mayoría en los soviets en febrero, y una representatividad importante después;
--b) el acuerdo de paz de Brest-Litovsk, y el curso siguiente provocó la insurrección de los eseristas de izquierdas que, siguiendo sus tradiciones terroristas, asesinaron a dos comisarios del pueblo (Volodarsky y Uristky), y estuvieron a punto de hacerlo con Trotsky y Lenin, y éste nunca se recuperó plenamente de los efectos del atentado, por lo que un sector que había tomado parte de Octubre quedaba fuera;
---c) al final de la guerra civil, el Ejército Rojo reprimió la comuna agraria anarquista ucraniana de Macknó, y ulteriormente la insurrección de Kronstadt, lo que creó un auténtico abismo con otro sector que había tomado parte en todo el proceso revolucionario, los anarquistas, que internacionalmente cambiaron su actitud comprensiva por otra de denuncia (y de competencia por la hegemonía en el movimiento obrero en algunos países);
---d) las 21 condiciones de adhesión a la Internacional no separó solamente el sector socialdemócrata más moderado, también acabó apartando sectores significativos del socialismo de izquierdas (el caso de Paul Levi en Alemania es significativo), sindicalistas revolucionarios, libertarios, y finalmente, a muchos de los grupos izquierdistas;
La supresión del derecho a tendencia y fracción en el propio bolchevismo, decisión tomada para mantener la cohesión interna frente al peligro exterior, y que se aplicó abiertamente en tiempos de Lenin, acabó siendo un instrumento mortífero en manos de la burocracia ascendente; las tradiciones más cercanas al sectarismo de las que el bolchevismo en las condiciones del exilio había sido especialmente afectado, fue cobrando un sesgo cada vez aberrante en manos del estalinismo; Stalin que había sido reprendido por Lenin por tratar despectivamente a personajes como Plejanov, Kropotkin o Gorki por sus actitudes en 1971, llegó a pervertir el lenguaje hasta el extremo de crear categorías tan demenciales como anarcofascistas, socialfascistas, hitlerotrotskista, etc. Un detalle: el mismo año en que Togliatti escribía su magnífico prólogo al “Tratado sobre la tolerancia” de Voltaire (que aquí editó Crítica de Grijalbo), recurría a epítetos similares a éstos en su campaña contra el Tito y el “titotrotskismo”.
Obviamente, aunque derrotadas, todas estas corrientes escribieron sus propias versiones históricas comenzando por los populistas o eseristas sobre los que existen más aportaciones críticas, en particular las de Lenin, preparadas minuciosamente por Claudín, aunque también “aparecen” en escena a través de su relación con Marx, y en menor grado por su propia aventura revolucionaria, muy ligada a la tentativa terrorista, algo que en su momento no resultó, en absoluto, mal visto por la burguesía liberal europea. Entre sus características más reconocibles están el agrarismo y el paneslavismo. Su socialismo era básicamente un proyecto de comuna agraria nacional, su motor eran los campesinos sin tierras, aunque esto es ampliamente matizable, y con ocasión de la revolución de febrero se dividieron, con una derecha populista atada al pacto con la burguesía, y con una izquierda insurreccionalista que apoyó el gobierno de los soviets; luego entraron en conflicto con los bolcheviques, y recurrieron a la vía del atentado. Son detalladamente estudiados en obras generales como la de Marc Ferro, muy atento con la izquierda no bolchevique, y existe entre otras cosas, un reconocido trabajo monográfico de Franco Venturi, un buen testimonio de Victor Sklovski. Existe un territorio en el que los eseristas de izquierdas y los anarquistas se confunden, así por ejemplo los marineros insurrectos de Kronstadt de 1921 aunque blandían consignas de signo libertarios, pertenecían en su mayoría a la corriente eserista.
No obstante, aunque mucho menos importantes sobre el terreno, en Occidente la aportación bibliográfica del anarquismo será muchísimo más reconocida, y tendrá una importancia capital en nuestra historia social ya que contribuyeron tempranamente al distanciamiento de la CNT de cualquier tentación de alianza con la URSS y el movimiento comunista. Esta importancia viene además predeterminada por el hecho de que, dos de los más influyentes forjadores del anarquismo, Mijhail Bakunin y Piotr Kropotkin, eran rusos. El segundo además tuvo una participación notable en los acontecimientos, aunque se suele ignorar que en su edad augusta, Kropotkin se convirtió el patriotismo, como los eseristas y los mencheviques de derecha (con el patriarca marxista Plejanov al frente) dieron su apoyo a la guerra, y colaboró abiertamente con el gobierno provisional, aunque siguió manteniendo sus ideas de la “comuna libre”.
Esta diferencia inicial con el bolchevismo, conoció una suerte de armisticio durante los momentos más álgidos del proceso revolucionario, cuando los anarquistas y bolcheviques coincidieron en muchas de las votaciones en el Congreso de los Soviets, y luego durante los primeros tiempos de la revolución, prácticamente hasta la guerra civil. En este tiempo previo, el gobierno bolchevique consideró la posibilidad de pactar con los anarquistas la gestión de algunos territorios liberados, pero dos acontecimientos dramáticos abrieron un auténtico abismo entre las dos corrientes: la insurrección de Kronstadt y la "maknojvichina". Su eco en los medios libertarios fue enorme, y los testimonios de los anarquistas rusonorteamericanos, Emma Goldman y Alexander Berkman que por unos años habían confiando en la posibilidad de un acuerdo, fueron los primeros y los más influyentes de una serie de alegatos en los que tomaron parte algunas de las plumas más reconocidas del movimiento anarquista contra lo que consideraron como una usurpación del poder de los soviets.
Esta crisis afectó también a un extenso sector de libertarios y sindicalistas revolucionarios que habían abrazado la causa de Octubre, y entre los que se encontraron nombres tan reconocidos como Pierre Monatte, Max Eastman, Boris Souvarine, y nuestros Andreu Nin y Joaquín Maurín, y evidentemente Victor Serge, al que me refiero ampliamente en el prólogo. Todos ellos, con la excepción de Maurín, que en los años veinte estuvo más próximo a las posiciones de Bujarín, estuvieron ulteriormente estrechamente relacionados con la Oposición de Izquierda, y con la disidencia presidida por León Trotsky con el que, aunque desde 1932-33, Maurín comenzó una evolución que llevó a tomar distancia de Bujarin, y a aceptar las críticas de la Oposición al curso burocrático degenerado del estalinismo.
El eco del conflicto de Kronstadt llegará prácticamente hasta nuestros días, formando parte de una ardua discusión entre las disidencias marxistas y libertarias, ligadas inexorablemente por una relación activa en acontecimientos como el del mayo del 37 y en los mayos del 68, y como no, la intervención brutal de la flota del Báltico se emplea en el acta de la acusación, aunque para los historiadores la cuestión resulta mucho más compleja, por más que, ciertamente, resulta una de las primeras evidencias que existía un “aparato” que cada día tenía mayor peso en la revolución, y que en no poca medida la asimilaba, pero no conviene olvidar que en el caso de Kronstadt, convergieron según coincide en apreciar un historiador como Paul Avrich, los siguientes factores:
---a) la base social de la flota se había modificado substancialmente desde 1917, y desde luego ya no eran los marineros que, en su indignación, habían tratado de linchar al ministro eserista de derecha Tchernov (en el que intervino Trotsky para impedirlo en nombre del “honor” de la revolución), ni los que había participado en el asalto del Palacio de Invierno (durante el cual no murió nadie);
---b) la consigna a favor de los “soviets sin bolcheviques” podía parecer muy libertaria, pero era también la que utilizaban los eseristas, y no era mal recibida los “blancos” que se batían ya en retirada;
---c) de no haber resuelto el dilema, Kronstadt podía haberse constituido perfectamente en un nuevo foco que habría podido perfectamente reanudar la guerra civil;
---d) los bolcheviques (incluyendo los de la Oposición Obrera), hicieron bloque, y en ningún momento descalificaron a los insurrectos, antes al contrario, trataron de aprender la lección, y entendieron que ya no era posible mantener el “comunismo de guerra”….
Lo que aquí se expone es una suma de argumentos, unas notas en unas cuestiones sobre las que se han ofrecido multitud de aportaciones (buena parte de ellas ya aparecidas en Kaosenlared), sobre un debate que seguirá abierto, pero en el que lo más importante es el aprendizaje de la pluralidad inherente a la propia naturaleza de todas las opciones alternativas. Una de las lecciones críticas incuestionables de la historia del socialismo en general, y de las tradiciones de la IIIº Internacional en particular es que todas las tentativas excluyentes en nombre de un ideal superior -la defensa de la revolución que luego será la defensa de la “patria soviética”- tienen que ser radicalmente rechazada. Otra cuestión es “comprender” determinadas actitudes en momentos históricos determinados, o en tradiciones como la cristiana en la que el componente mesiánico tiene que explicarse en unas circunstancias muy alejadas de las actuales.
En forma de apunte, esta sucinta relación bibliográfica en la que se puede encontrar críticas muy elaboradas al bolchevismo y a la historiografía más afín:
--1) Marc Ferro en “La revolución de 1917. La caída del zarismo y los orígenes de Octubre” (Ed. Laia, Barcelona, 1976), ofrece una amplísima información sobre eseristas y mencheviques; de la misma editorial es la obra ya clásica de Franco Venturi, “El populismo ruso”. Una soberbia recreación literaria escrita desde un punto de vista muy cercana es la de Victor Sklovski, uno de los teóricos del formalismo ruso, “Viaje sentimental. Crónicas de la revolución rusa” (Ed. Anagrama, 1972). Claudín hizo una edición crítica de “¿Quiénes son los amigos del pueblo?” (Ed. Siglo XXI), en los que se ofrece una amplia información añadida sobre los populistas. Por su parte, ERA editó en su colección “Crónicas”, la recopilación “Cinco mujeres contra el Zar”, con testimonios de las populistas Vera Figner, Vera Zasùlich (muy conocida por su correspondencia con Marx), Praskavia Ivanóvskaya, Olga Liubatóvich, y Elizabeth Kováiskaya.
---2) Lo primero en publicarse en castellano fueron seguramente las obras más conocidas de participantes que siguieron de cerca los acontecimientos como Emma Goldman, interpretada en “Reds” por Maureen Stapleton, que plasmó su indignado testimonio en "Dos años en Rusia" (Pequeña Biblioteca, Mallorca, 1978) así como en su autobiografía "Living my life" (de la que existe una versión castellana reciente, o como su compañero sentimental y de lucha, Alexander Berkman, que escribió “El mito bolchevique" (Ed. Júcar, Madrid, 1978. También está el testimonio de Voline, "La revolución desconocida", Ed. Campo Abierto, Madrid, 1977), seguramente la aportación libertaria más completa, mientras que la aportación anarquista nacional más reconocida es la de Angel Pestaña, “Lo que aprendí en la vida. Setenta días en Rusa” (Ed. Zero-ZYX, Madrid, 1971). Otro testigo de primera fila fue Piotr Archinoff que lucho al lado de Macknó, y dejó escrito su “Historia de la Macknovichitna” (Ed.Tusquets, Col. Acracia).
Más allá se encuentra el erudito estudio de Paul Avrich, autor de una obra imprescindible sobre "Los anarquistas rusos" (Alianza Ed., Madrid, 1973), y con el título de “Kronstadt 1921” publicó Proyección de Buenos Aires. Esto sin contar los trabajos del judío alemán Rudolf Rocker (“Bolcheviquismo y anarquismo” Ed. Reconstruir, Buenos Aires, 1959), del francés Gastón Leval que tuvo un duro encontronazo con Trotsky, del italiano Diego Fabbri (“Dictadura y revolución”, Ed. Proyección, Buenos Aires, 1967), y otros, pero el trabajo más detallado es el de Ida Mett, “La commune de Kronstadt, crépuscule sanglant des soviets” (Spartacus, París, 1971; del que existe una reciente traducción al castellano de la misma editorial). Una respuesta bolchevique es la de Eugene Preobrazhenski, "Anarquismo y comunismo" (Ed. Fontamara, Barcelona, 1978), con un sugestivo prologo de Emilio Olcina que ya había escrito unos “Apuntes sobre los acontecimientos de Kronstadt” (Ed. Zero-ZYX, Madrid, 1974), Zero-ZYX editó dos volúmenes de la selección de Fritz Kool&Erwin Oberländer, “Documentos de la revolución mundial. 1. Democracia de los trabajadores y dictadura de partido”, “2. Kronstadt”, conteniendo en el primer caso textos de las minorías izquierdistas del propio bolchevismo, y el segundo de los marineros de Kronstadt. Acracia (Tusquest, Barcelona, 1975), dio a conocer la “Historia del movimiento macknovista”, de Pedro Archinoff.
El debate se reprodujo en los años treinta entre Trotsky y algunos de sus antiguos amigos como Serge, Ciliga o Souvarine, dando lugar a una amplia polémica que fue recogida y estudiada cuidadosamente por Michael Dreyfus en su edición titulada “La lutte contra le estalinisme” (Ed. Masperó, París, 1975). Durante años, el historiador Daniel Guerin, muy ligado a Trotsky y al anarquismo (aunque siempre muy a su manera en un caso y otro) promovió un debate internacional sobre la cuestión que, entre otras consecuencias, contribuyó a dividir a la Cuarta Internacional en dos opiniones matizadamente divergentes. Ernest Mandel ofreció en la Universidad de Barcelona su visión crítica sobre la cuestión; los bolcheviques en el fondo de limitaron a justificar una decisión que ya “pertenecía” a un “aparato” burocrático en ciernes. La posición bolchevique queda perfectamente detallada en “Anarquismo y comunismo”, de Eugene Preobrazhenski (Ed. Fontamara, Barcelona, 1975), con un ponderado prólogo de E. Olcina.
---3) No puede por menos que resultar significativo que algunos de los testimonios más vivos y autorizados sobre los primeros años de la revolución provenga justamente de cofundadores de diversos partidos comunistas que antes habían estado de una manera u otra ligados al anarquismo o al sindicalismo revolucionario, tales son los casos de Alfred Rosmer, autor de “Moscou sous Lenine” (2 Vols., Ed. Maspero, París, 1969), amén de su biografía escrita por Christian Gras, “Alfred Rosmer et le mouvement révolutionnaire international” (idem, 1970): de Max Eastman, uno de los amigos de John Reed, autor de “Después de la muerte de Lenin” y de unas importantes “memorias” que no han sido traducidas; del francés Boris Souvarine, “Staline, aperçu historique du bolchevisme” (de la que existe una traducción mexicana, creo que en El Caballito), Souvarine desarrolló durante varias décadas una enorme labor de investigación y difusión crítica sobre la URSS; existe una recopilación de Pelai Pagès de Andreu Nin sobre “La revolución rusa” (Ed. Fontamara, Barcelona, 1977), que comprende entre otros materiales una crítica al testimonio de Angel Pestaña, y los primeros textos de crítica al estalinismo escrito en castellano (y catalán); por su parte, Joaquín Maurín se refiere ampliamente a la historia soviética en su “Revolución y contrarrevolución en España” (Ruedo Ibérico, París, 1971). Monatte fue el principal animador del grupo “Revolution proletarienne” con el que colaboraron personajes como Simone Weil que protagonizó un conocido debate con el propio Trotsky sobre la naturaleza de la URSS. En la misma onda se encuentran los trabajos de Bertram Wolfe como “Tres que hicieron la revolución: “Lenin, Trotsky, Stalin” (Ed. Plaza&Janés, Barcelona, 1964), o en los diversos escritos de Mariátegui sobre la URSS….
Y como dicen en los seriales, “continuará”…
Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red