La
Revolución China
Tras la
segunda guerra mundial, a partir del verano de 1946,
el Kuomintang se lanzó a una serie de ofensivas
militares contra las bases comunistas en el centro y
en el Norte de China. Pero fue un factor político,
la corrupción, quien acabó con él. En un momento en
que resultaba imposible admitir la vuelta al pasado,
el régimen de Chiang Kai Shek lo recordaba
demasiado. Aunque la mayor parte de los apoyos de
Mao procediera del campesinado, en el mundo urbano
se reclutó buena parte de los cuadros de la
revolución entre los estudiantes y antiguos miembros
del Kuomintang y también se consiguió conquistar a
importantes sectores de la burguesía, quizá por la
persistente situación de anarquía en la que China
había vivido en el pasado. La prolongación de esta
situación todavía duró mucho tiempo. Tíbet fue
ocupado en 1951 y el Ejército chino llevó allí una
represión cercana al genocidio. En el Norte y el
Noreste era donde la revolución tenía más raíces y
donde Mao había realizado sus primeras experiencias.
Acerca del resto de China, Mao llegó a hablar de la
existencia de 400.000 bandidos que impedían que el
nuevo poder se asentara debidamente. En la provincia
de Guangdong, el Ejército libró una auténtica
batalla contra combatientes irregulares, una
guerrilla de 40.000 soldados. Este fenómeno del
bandidismo se mantuvo hasta 1954 y su persistencia
revela que se trataba de un fenómeno con raíces
políticas. En estas condiciones, no puede extrañar
que, a pesar de que Mao siempre fue proclive al
predominio de los civiles, el poder revistiera
durante bastante tiempo características militares.
Mientras tanto, se había conseguido una cierta
normalización en otros campos: en 1951 se había
conseguido llegar a una tasa de inflación del 15%.
Al mismo tiempo, se iniciaba cierto proceso de
institucionalización política. En septiembre de
1949, fue creada una Conferencia Consultiva en la
que se incluyó a un buen número de personalidades
independientes y también a miembros de once pequeños
partidos, todos ellos nombrados desde el poder. La
República Popular China fue formalmente establecida
en octubre de 1949. En un principio, sus líderes se
enfrentaron con graves problemas, pero a la altura
de 1957 tenían razones para juzgar que el balance de
la obra realizada era globalmente positivo.
La
proclamación de la República fue concebida, sin
duda, como una ocasión para lograr la unidad
nacional y la estabilidad largamente ansiadas. Pero
esta interpretación del acceso de Mao al poder
resulta compatible con la realidad de que existía
para el Partido Comunista chino un modelo de
socialismo a aplicar con el transcurso del tiempo y
que era el de Stalin. La aparente paradoja del caso
chino consiste en que un partido llegado al poder a
partir de sus propias fuerzas se dedicara, en lo
esencial, a imitar a un modelo extranjero. La ayuda
soviética no lo explica, puesto que, como veremos,
tardó en llegar y fue escasamente generosa. En
realidad, los dirigentes chinos nunca adoptaron una
posición que pudiera ser definida como de copia
servil de la experiencia soviética, pero al mismo
tiempo tampoco eran tan originales como en ocasiones
se ha dicho. Por ejemplo, la organización de la
lucha revolucionaria a través de la guerrilla debe
entenderse, ante todo, porque no tenían medios para
hacer otra cosa. Deseaban ocupar las ciudades, pero
carecían de fuerzas para ello. En cuanto al futuro
solían afirmar que "la URSS de hoy es la China de
mañana", por la razón de que todos los comunistas
del mundo afirmaban algo parecido. Esto no implica
que, una vez llegado al poder, el comunismo chino no
tuviera rasgos peculiares aun con coincidencias
fundamentales. Una característica del comunismo
chino fue, por ejemplo, su permanente esfuerzo de
movilización popular. Pero quizá la diferencia más
sustancial de la Revolución china reside en el papel
jugado en ella por Mao como jefe del Estado.
Procedente de la clase media alta y con una
educación algo superior a la normal, Mao en realidad
era un campesino que hasta los catorce años no había
vivido en un lugar que tuviera agua corriente o
energía eléctrica o en que se publicara un
periódico. Por más que su pensamiento estuviera
situado en el centro mismo de la ideología del
partido comunista chino y conociera o citara el
marxismo, en realidad da toda la sensación de que se
guió principalmente por la sabiduría popular y el
pensamiento tradicional chino o por el ejemplo de
los emperadores del pasado. Su estilo de ejercer el
poder permaneció invariable. Mao servía de árbitro
permanente entre las diferentes tendencias del
partido observando, en general, las reglas de la
dirección colectiva del partido, aunque tuviera una
influencia excepcional en su seno. La clase
dirigente comunista estaba formada por personas
valiosas, compañeros en la guerra civil, que en
ocasiones se habían enfrentado a él, lo que no
impedía que compartieran el poder, como fue el caso
de Chu En Lai. En realidad, Mao no tuvo un muy
marcado papel en la dirección de los asuntos del
partido ni tampoco en los de Gobierno, apareciendo
siempre como una especie de árbitro supremo. En dos
decisiones fundamentales tomadas al principio de su
régimen -y desde su óptica estricta- consiguió
acertar. Aunque el costo de la Guerra de Corea fue
muy grande, de hecho proporcionó seguridad y
estabilidad a China. Por otro lado, los resultados
de la colectivización de la agricultura, a mediados
de los años cincuenta, fueron positivos tras ser
vencidos los intentos de moderarla, como había
pretendido Deng Xiaoping. En esos años, China fue
gobernada a través de un procedimiento imaginado por
Mao: el Frente Unido. Once de los veinticuatro
ministros eran personalidades independientes o
pertenecían a otros partidos, pero existía un
programa común dirigido hacia el socialismo que
tenía como rasgo básico el hecho de que su
aplicación no tenía por qué ser inmediata. Durante
la primera fase del Gobierno revolucionario, la
actuación práctica tuvo en gran medida un carácter
descentralizado y regional. Gran parte de los cargos
más importantes del PCCh. estuvo en los primeros
años alejada de los centros de poder. Un ejemplo de
Gobierno regional fue el existente en el Noreste,
que en 1952 aportaba el 52% de la producción
industrial. A partir de estas premisas, se llevó a
cabo la revolución. En febrero de 1951, se adoptó un
reglamento para el castigo de los
contrarrevolucionarios y se emprendieron campañas
sucesivas destinadas a perseguir las disfunciones
del proceso revolucionario. Resulta casi imposible
ofrecer cifras acerca de lo que supuso el terror
revolucionario. Se ha llegado a elevar hasta a cinco
millones el número de ejecuciones, mientras que unos
diez millones permanecerían en los campos de trabajo
o en las prisiones. Como en el caso de otras
revoluciones, hubo diferentes formas de actuar en el
campo y en la ciudad. La revolución se llevó al
campo merced a destacamentos enviados por el poder
político. El nuevo liderazgo de los pueblos se
entregó a los campesinos pobres o medios, mientras
que los mayores propietarios eran perseguidos y
obligados a realizar actos de arrepentimiento
público. La radicalización definitiva del movimiento
se produjo a partir del estallido de la Guerra de
Corea. Al mismo tiempo, el programa de
redistribución de la tierra supuso la entrega del
43% de ésta al 60% de la población. Casi la mitad de
la superficie cultivable, por tanto, cambió de manos
y 300 millones de campesinos pobres accedieron a la
propiedad o incrementaron su parcela. A
continuación, se produjo un esfuerzo de
colectivización, pero en 1955 sólo el 15% de los
campesinos se había adherido a ella. A la altura de
1956, el proceso colectivizador de la agricultura
había concluido. No hubo traslados o asesinatos
masivos de "kulaks" -pequeños propietarios
agrícolas- como en la URSS, y tampoco una extracción
masiva de capital del mundo de la agricultura para
transferirlo a la industria. Fue, por tanto, más
suave, aunque dio lugar a idénticas resistencias.
Deng fue acusado de desviacionismo de derechas por
Mao, como consecuencia de haber querido adoptar un
camino más pausado, pero no parece que esta cuestión
hubiese producido una división propiamente dicha en
el seno de la clase dirigente. Algo parecido se
hizo, con distintas modalidades, en las ciudades. En
ellas, por ejemplo, con preferencia a la celebración
de juicios públicos se decidió el establecimiento de
comités de barrio, dedicados a inspeccionar el
comportamiento de la población. El propósito
colectivizador fue idéntico. En 1952, el 80% de la
industria pesada y el 40% de la ligera se habían
convertido en propiedad pública, pero se mantenía al
mismo tiempo el sector privado. Dado que la ligera
tenía más importancia, todavía en 1952 el 40% de la
producción estaba en manos de propietarios privados.
En 1953, comenzaron a aplicarse los planes
quinquenales. La ayuda soviética no supuso más del
3% de la inversión, pero a menudo resultó muy
fecunda. La URSS envió unos 10.000 expertos y 13.000
chinos realizaron estudios universitarios en Moscú.
En lo que respecta a la evolución política a partir
de 1953, el régimen insistió todavía más en la
sovietización; no en vano, fueron estos años en los
que se mostró una mayor proximidad con respecto a la
URSS. En 1953, el partido alcanzaba los seis
millones y medio de afiliados y creaba múltiples
organizaciones de masas, mientras que el Ejército
experimentaba un creciente proceso de
jerarquización, todo ello siguiendo las pautas de la
URSS. En 1954, se aprobó una Constitución que
obedecía a idénticos rasgos. En lo que respecta a la
política exterior, Mao siempre consideró que
precisaba de la colaboración de la Unión Soviética,
a pesar del escaso apoyo que recibía de ella.
Durante la guerra civil, el único material de guerra
que los soviéticos entregaron a los comunistas
chinos había sido el abandonado por los japoneses en
Manchuria. Aunque Stalin nunca tomó en serio a Mao,
luego aseguró a Kardelj que se había equivocado en
relación con la Revolución China y que efectivamente
había llegado a convertirse en comunista. En febrero
de 1950, se firmó un tratado entre China y la URSS.
Por él Pekín aceptaba la cesión de Mongolia Exterior
y recibiría una ayuda de 300 millones de dólares en
cinco años. A partir de 1956, con la llegada al
poder de Kruschov, pareció, en un principio, abrirse
una etapa óptima para las relaciones entre ambos
países, ya que de inmediato concedió un segundo
puesto de importancia a la Revolución China,
solamente precedida por la Soviética. A pesar de
este alineamiento, China tardó en decidir su propia
intervención en Corea. Situó un único y reducido
ejército tras el río Yalú, mientras que daba la
sensación de estar más interesada en ocupar Taiwan y
ni siquiera mantenía un embajador en Corea del
Norte. Pero cuando la invasión fracasó y los
norteamericanos parecieron llegar a sus fronteras,
Mao se mostró partidario de la confrontación con
ellos. La Guerra de Corea costó a China 800.000
bajas y un gasto militar equivalente al 40% del
presupuesto pero, gracias a ella, consiguió
organizar un Ejército moderno y establecer una
influencia firme sobre Corea, superior incluso a la
soviética. El de Indochina fue otro conflicto que
China no creó, sino que se encontró ya entablado,
pero que asimismo le sirvió para fortalecer su
sistema de protección. En ambos conflictos, el
adversario fueron los Estados Unidos. En junio de
1950, el despliegue de la Flota norteamericana evitó
cualquier posibilidad de desembarco en Taiwan. Pero
esta confrontación no anuló un margen para el
acuerdo. En septiembre de 1955, fueron repatriados
los prisioneros norteamericanos y, más adelante, se
llegó a un convenio con Japón: 1.017 de los 1.062
criminales de guerra condenados fueron devueltos. En
relación con el resto de los países asiáticos, muy
pronto China empezó a diseñar una política propia.
Con India se establecieron relaciones cordiales en
1950, pero en el momento del ataque a Corea se
produjo un acercamiento a Pakistán. Ése fue el caso
más evidente de coexistencia pacífica, pues China
mantuvo la neutralidad cuando la URSS apoyó a la
India en el conflicto de Cachemira. Pakistán formaba
parte de una de las alianzas fraguadas por los
norteamericanos y establecidas alrededor de la
frontera soviética. En Malasia, por su parte, la
actividad de la guerrilla comunista estaba muy
relacionada con China. Pero, en muchas otras zonas
del Extremo Oriente, la lucha comunista fue autónoma
y Mao las definió como "zonas intermedias", no
decantadas entre ambas superpotencias. En 1952,
China reunió una conferencia sobre la paz. Se
decidió elegir una vía que se acercase a la posición
de los neutrales sin perder la especificidad
comunista. Pero, en el inmediato futuro, lo decisivo
siguió siendo la evolución política interna.
Mediados los años cincuenta, toda una serie de
factores, desde la crisis económica a la relajación
política y las deficiencias percibidas en el modelo
soviético, hacían previsible un cambio político. A
Mao la convicción de que la colectivización del
campo había sido un éxito le llevó a adoptar una
posición de mayor exigencia respecto a la industria:
siempre fue partidario de la modernización económica
y no de ciertas actitudes utópico-pastorales que se
le han atribuido. Por otra parte, el partido había
alcanzado ya la cifra de más de diez millones de
miembros y eso justificaba la oposición a la
burocratización. Aunque Mao de ninguna manera estaba
dispuesto a seguir a las masas, nunca dejó de
tenerlas presentes. A partir de mediados de los
cincuenta, insistió en las contradicciones
existentes en la propia sociedad china y en la lucha
de clases que se estaba dando en su seno. Pretendió
repudiar toda autoridad en el interior del partido,
pero pronto se encontró en la alternativa de tener
que elegir entre leninismo o anarquía. Así, tendría
que recurrir al Ejército, donde publicó su libro de
máximas. Idéntica contradicción se dio a la hora de
admitir la crítica de los intelectuales. La divisa
"Dejar a cien flores florecer; dejar que compitan
cien escuelas" parecía significar apertura. Mao
llegó a mostrar, incluso, su voluntad de retirarse y
en el Congreso del partido desaparece la mención a
su doctrina como elemento fundamental dentro de la
ideología del comunismo.
Luego, en
cambio, se convirtió en el protagonista más decisivo
de la Historia de China y el principal artífice de
su Revolución