"Para
cambiar el mundo, primero tenemos que cambiar nosotros”.
Atrás quedaron los tiempos en que el estado dedicaba
gran parte de su arsenal propagandístico a intentar construir el estereotipo
social de su principal enemigo: el militante revolucionario marxista.
“Portador de ideologías foráneas”, “subversivo”, o “seguidores de objetivos
inconfesables” eran unas de la tantas frases que brotaban de los medios
oficiales, tendientes a construir el imaginario negativo de quien buscaba, en
una hipotética alianza con las masas, arrebatarle el poder a la burguesía.
Aunque semejantes disparates no circulan por los medios masivos hoy en día, la
idea del militante de izquierda como “otro social” se ha consolidado, como
nunca en la historia, en la población. “Caída de la Unión Soviética”,
“dictadura militar” y “peronismo” suelen ser algunos justificativos esgrimidos
para explicar esta visión de las masas con respecto a ella. Sin embargo,
algunos creen también en la factura que le toca afrontar a la izquierda. Por
eso decidí entrevistar a Gustavo Robles, un reconocido dirigente comunista del
conurbano bonaerense y autocrítico del espacio político que conforma.
La cita era a las cinco de la tarde en su casa de Villa Domínico, pero la
entrevista tuvo que esperar hasta las seis. Aun quedaba algo de trabajo en el
garaje de la casa, donde Gustavo tiene un micro emprendimiento que supera con
éxito uno de los tantos efectos colaterales de su marxismo arraigado hasta la
medula: la imposibilidad del trabajo bajo patrón. Con 44 años, dos hijos, y
una mujer que no solo es esposa, sino también camarada, Gustavo exhibe con
orgullo un estandarte del Che que le cuelga del cuello, y no duda en reiterar
esa cosmovisión del mundo engendrada al calor del vinculo paterno. Por eso él
aclara: “Mi viejo me decía hay pobres porque los ricos se guardan todo para
ellos”. Sin embargo, aquel humanismo intuitivo vendría a corroborarse con la
noción de plusvalía y el arsenal teórico del marxismo sobre la explotación.
Este hijo de campesinos del interior bonaerense, con los que más de un
“marxista” pensó en hacer la revolución, en su loca traslación de contextos,
viene a recrear la tercera espada del marxismo, olvidada por muchos: el
espíritu crítico.
¿Qué fue lo que te convirtió en marxista?
Cuando era adolescente, hace poco (risas), yo era de leer mucho y un amigo
entrañable me trajo un libro que era un resumen de El Capital. No me voy a
olvidar más cuando observé la cuestión de la plusvalía, se me puso la piel de
gallina, ahí entendí todo lo que me decían mis viejos; me hablaban sobre las
injusticias y sobre la explotación de los patrones. Así, Marx me explicó
científicamente, y con un argumento incontrastable, lo que mis viejos me
explican intuitivamente. Antes de leerlo, decía que la sociedad era injusta
porque los ricos son ricos y los pobres son pobres, y lo ideal seria una
sociedad igualitaria. Cuando leo a Marx, me doy cuenta que los ricos son ricos
porque se apropian de la riqueza producida por los trabajadores. El trabajador
podría vivir sin patrón, pero no a la inversa, acá esta la clave del
latrocinio del capitalismo, y ahí es cuando me volqué a la izquierda.
¿Donde empezó tu militancia, exactamente en que ámbito?
Empecé a militar en el año ´81, en plena dictadura militar, en el viejo PST
(Partido Socialista de los Trabajadores), que fue el predecesor del MAS, que
se forma en el ´82.
¿Donde concentraban?
Era todo clandestino.
¿Estaba Viola?
Todavía estaba Videla, creo que fue la última etapa de él y estaba por llegar
Viola. Recuerdo que militaba en una célula de Dock Sud y que, por intermedio
de un amigo, empecé a participar. “Che negro, por que no venís?”, me dijo. Nos
reuníamos en un local de esa ciudad.
¿Fueron como los tiempos blandos de la dictadura esos?
No, para nada. El nivel de represión existente era enorme
Y, superado hoy en día el terrorismo de estado, aunque la represión como tal
no es cosa del pasado ¿Cuáles son los problemas que trae aparejada la
militancia política dentro del campo revolucionario?
Cuando uno se mete a militar, es conciente de los problemas a los que se
somete. Yo tengo una familia, y sabía que la exponía, no se si es justo, pero
uno hace lo que le sale. Igual, la cuestión de que lucho por un mejor futuro
para ellos, me hace menos culpable. Toda mi familia se volcó a la militancia.
¿Y en lo laboral?
Respecto al trabajo, tuve que terminar siendo un cuentrapropista, porque
trabajar bajo patrón se me hizo imposible. Uno es un militante de tiempo
completo, porque uno es lo que piensa. Yo iba a mi trabajo y seguía esa
postura, y me traía problemas. Estuve una sola vez bajo relación de
dependencia, en la empresa Osvaldo Rigamonti, que fabricaba Fuyi. Bueno, me
sindicalicé, empecé a luchar por mis derechos, ya tenia el marxismo arraigado
para aquel entonces, y me terminaron echando. Así que desde el año ´89, soy un
autónomo.
La barba espesa y tupida de Gustavo, parada obligada de la mano izquierda
antes de comenzar cada cuidadosa retórica tendiente a responder las preguntas,
y replica exacta de la que lucían los famosos combatientes del Movimiento 26
de Julio en la Sierra Maestra, precisamente me lleva a pensar en aquellos
actores sociales, esos agentes del cambio que tan alejados de la izquierda se
encuentran: las masas.
¿Como crees que se ve al militante de izquierda desde el imaginario social?
Como en todos los aspectos, hay culpas compartidas. Es evidente que las clases
dominantes, a través de sus medios de comunicación y de sus lacayos,
funcionarios y gobernantes, hicieron un trabajo de defenestración de la
izquierda, a lo que contribuyó grandemente la caída de la Unión Soviética.
Pero también, y esto lo digo con dolor, existe una gran responsabilidad de las
organizaciones de izquierda que tienen, las más tradicionales, políticas
nefastas para el relacionamiento con las masas. Por eso creo que, hoy en día,
la izquierda tiene una mala imagen en la mayoría del pueblo argentino.
Lo que se cuestiona muchas veces, desde el grueso de la población, son esas
posturas verticalistas y autoproclamatorias, que llevan a que la izquierda se
presenta ante la sociedad como la supuesta “dueña de la verdad”. ¿Son estos
motivos de rechazo?
Sin ningún lugar a duda. Aparte, eso genera una forma de hacer política. Si
vos te creés el dueño de la verdad, vas a actuar como tal, entonces a donde
vayas vas decir “yo tengo razón y ustedes no, me tienen que seguir a mí”. A
ver, si uno cree que tiene razón puede hacerlo uno, dos y hasta tres veces,
pero si a la tercera no te sigue nadie, tenés que plantearte: ¿no será que no
tengo razón? ¿O la forma en que digo las cosas no es la correcta? El marxismo
se basa, filosóficamente, en la dialéctica, en el materialismo, y en el
espíritu crítico; nada es verdad absoluta. Entonces, si yo digo que soy
marxista y, además, el dueño de la verdad, eso es una contradicción
insalvable. Por eso lo lamento por mis camaradas que actúan así. Encima, se
autoproclaman vanguardia, y no lo son de nadie, a lo sumo de sus militancias,
y ellas reproducen los mismos errores de sus burocracias, porque es lo que les
enseñan.
Por lo tanto, ¿este funcionamiento no le envidia absolutamente nada al de una
institución eclesiástica?
Claro, se crea un nuevo culto, son sectas que tienen cultos, se crea el dueño
de la verdad, que es un PAI, no un militante revolucionario marxista y, por
ende, no se le puede discutir, sino te echan. Entonces, se ha llegado, en esta
“loca izquierda”, marxista entre comillas, a generar sectas religiosas, donde
los militantes son feligreses, y eso de marxista no tiene nada.
Luego de que Gustavo me corroborara la analogía entre ambos funcionamientos,
no pude resistirme a pensar en aquellos “militantes revolucionarios” ondeando
sus banderas rojas al lado de las de la Sociedad Rural, en el último conflicto
con la patronal agraria, pecando por dogmáticos, creyendo en una supuesta
escena áhistorica garante del triunfo revolucionario.
Y, ¿cómo funciona el dogmatismo en todo esto, con la traslación de contextos
que trae aparejado?
El dogmatismo es lo más antimarxista que existe. La traslación mecánica de
contextos revolucionarios es lamentable. Acá queremos reproducir lo que
hicieron los bolcheviques en el 17´, Mao en el ´49, Fidel y el Che en el ´59,
Ho Chi Ming en Vietnam. Y eso fue en otra época, en contextos diferentes, con
sociedades que tenían idiosincrasias diferentes. Si no vemos cual es la
nuestra, y empezamos a hacer política en torno a eso, nos vamos a quedar
hablando solos, como locos, que es lo que muchas veces la gente piensa de la
izquierda.
La falta de análisis de la idiosincrasia de nuestro pueblo, ¿Se ve, sobre
todo, en la persistencia de ciertas prácticas que la gente no ve con buenos
ojos?
Si el pueblo, la clase trabajadora en su mayoría, cree que un tipo que se tapa
la cara y lleva un palo es una persona para repudiar, y no escucharlo, hay que
sacarse el palo y tirar la capucha a la miércoles. Ahora, si el pueblo me
sigue con eso, me lo guardo. Y esas prácticas te llevan a cosas más
demenciales, como pensar que hacer la revolución es enfrentarse a la policía,
que está vestida de astronauta, con palos y piedras. En realidad, eso nos
separa cada vez más de las masas. Hay que cambiar los métodos, porque el
asunto no es radicalizarse uno y aislarse, el tema pasa por radicalizar la
bronca popular. Nosotros solos no vamos a asaltar el palacio de invierno,
tienen que ser las masas.
Militantes similares a “feligreses”, buscando hallar el contexto que la
“palabra sagrada” asegura para conquistar el poder, al mejor estilo de un
secta aislada de la sociedad, parecían definir un imaginario del militante de
izquierda poco alentador. A las 19hs, Gustavo debía entregar un pedido,
quedaba poco tiempo, y la pregunta obligada acerca de algún germen de cambio
en el presente, no podía obviarse.
¿Ves el comienzo de algún cambio con respecto a estos vicios de la izquierda?
Si, por afuera de los partidos tradicionales. Estos se la pasan echando
valiosos militantes, algunos de ellos se van para los partidos del sistema,
los menos, y otros se van para la casa, esto es lo que generan las burocracias
de miércoles. Sin embargo, los más siguen militando, y lo hacen socialmente,
van para los clubes de barrio, generan movimientos sociales.
¿Dentro del mismo espectro ideológico, pero por afuera de los partidos?
Para pelear por los derechos legítimos de la clase trabajadora, de las
mayorías populares, de los desposeídos, y esos son miles y miles de compañeros
que están desparramados por todo el país. Una de las cosas que me gustaría
lograr es, pero que quede bien en claro, no yo aglutinarlos, porque ese es el
pensamiento de la vieja izquierda, sino que nos pudiéramos unificar y
organizar para cambiar en serio la sociedad.
Además, me imagino que al pasar a trabajar en sociedades de fomento, o
movimientos con una sola reivindicación específica, esos militantes pierden el
sentido de totalidad, ¿No es así?
Es muy loable irse a militar a una sociedad de fomento, pero en realidad las
cosas se cambian cuando se toma el poder, porque sino siempre vamos a estar en
manos de quienes nos explotan, y terminamos siendo testimoniales.
¿Cuales crees que tendrían que ser los pasos a seguir en una hipotética
aglutinación de militantes desparramados por el país, con el objetivo de
lograr una verdadera comunión con las masas?
Fundamentalmente, dejar todas las miserias atrás, de aquellos que se dicen
marxistas, y que se deben a que estamos atravesados por la cultura burguesa,
que tiende al individualismo, la autoproclamación, la intolerancia y el
sectarismo. Si nosotros cambiamos esos paradigmas al interior de las masas,
vamos a poder relacionarnos mucho mejor con ellas. Yo estoy seguro, y además
hay pruebas de esto, que si nosotros vamos humildemente donde haya movimientos
sociales, sindicales, territoriales, y aportamos, ponemos el hombro, opinamos
y acompañamos, en ese preciso instante se van a dar cuenta: “estos tipos son
de los nuestros, no son extraterrestres, pelean con nosotros”. Eso nos
permitiría referenciarnos y legitimarnos. A partir de ahí, puede que la masas
nos tomen en serio. Mientras tanto, no vamos a cambiar nada. Como digo
siempre, “para cambiar el mundo, primero tenemos que cambiar nosotros”.
José Manuel Oroña Pulleiro
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