El crimen de Ricardo Barrenechea, en la zona norte del conurbano bonaerense, disparó otra vez el debate sobre endurecimiento de penas y la baja de edad para imputar a menores. Ya se demostró que eso no es solución.
Es notable cómo la vida pero también la muerte tiene distintos significados para los medios de comunicación, según la billetera del muerto. La muerte del ingeniero Ricardo Barrenechea, en la segunda quincena de octubre en Acassuso, conmovió a toda la provincia, con gran impacto nacional. Hizo que el gobernador Daniel Scioli sacara de la computadora su viejo proyecto, conversado con su amigo, el nunca recibido ingeniero Juan C. Blumberg, para penalizar a la niñez y adolescencia.
En cambio, el asesinato de un indigente en Caballito, baleado por una pareja bien vestida el domingo último, será noticia de un día o dos. Después se apagará como un fósforo. No interesará, como no interesa a la mayor parte de la clientela sanisidrense que en Argentina mueren diariamente 50 niños menores de cinco años, por enfermedades curables. ¿A quién le importa, si en el barrio La Horqueta de San Isidro son afiliados a empresas de medicina prepaga? Aunque lo digan los informes de la ONU, esos decesos infantiles no importan a ese público clasista, que marchó a la intendencia de San Isidro y luego hizo dos menguadas marchas del luto ante la Quinta presidencial de Olivos. Ya se sabe quién es el blanco predilecto para quejarse por lo que llaman falta de seguridad...
En San Isidro, el domingo 26 de octubre, concurrieron unas 12.000 personas. Un reflotado Blumberg aprovechó para lanzar una convocatoria para ir a Plaza de Mayo el 13 de noviembre. El público, donde se mezclaban los habitantes de countries y el medio pelo bonaerense, le dijo que iría. Mañana se sabrá pero hay muchas posibilidades de que ese llamado del apócrifo textil sea un fracaso total, como lo fue su candidatura a gobernador por el partido de Jorge Sobisch.
Buena parte de esa "gente como uno" clamaba por el "ojo por ojo" y " muerte a la muerte", apuntando sin muchos disimulos contra "los negros de las villas", en primer lugar, y contra "los políticos" que no hacen nada, en el segundo. Entre los denostados no figuran Blumberg ni Mauricio Macri al que quisieran tener de gobernador de "este" lado de la General Paz. En 2007 Macri les había propuesto el muleto, su primo Jorge, en yunta con Francisco de Narváez, pero los votos no alcanzaron.
A modo de premio consuelo, los buenos vecinos tuvieron como orador al rabino Sergio Bergman, que en las concentraciones de Blumberg de 2004 había reemplazado "libertad" por "seguridad" en la letra del Himno. Rabino de Córdoba y Libertad, en la Capital, el secuaz de Lilita Carrió se cruzó al conurbano para encontrarse con el ingeniero trucho y relanzar la campaña por la "mano dura" y la "seguridad", esta vez orientada contra los menores.
Aconsejado por expertos
Las críticas de aquellos vecinos de capas medias y altas contra los "políticos" en general son también injustas porque otro que busca complacerlos es Scioli. A la semana de la muerte de Barrenechea, en reunión con 30 intendentes del conurbano, anunció la entrega de 1.800 patrulleros. ¿Acaso no es eso lo que quieren? ¿No querían un policía en cada esquina y un patrullero cada tantas cuadras? En esa dirección policíaca está trabajando quien fuera ministro de Carlos Menem y Eduardo Duhalde, y vicepresidente de Néstor Kirchner.
Más aún, el ex empresario de electrodomésticos no se quedó en la ciudad de las diagonales sino que partió raudamente, como en sus tiempos de motonauta, rumbo a Colombia.
Allí se entrevistó con Álvaro Uribe en el Palacio de Nariño, pidiendo asesoramiento para la lucha contra la inseguridad. "A mi juego me llamaron", habrá dicho el colombiano, experto en apadrinar paramilitares y narcotraficantes, responsable de las mayores violaciones a los derechos humanos del continente en los últimos años.
Diez días después de la entrevista, Uribe debió aceptar la renuncia del jefe del Ejército, general Mario Montoya, luego que 27 oficiales fueran dados de baja por el asesinato de decenas de jóvenes de barrios pobres, secuestrados en esas barriadas y muertos posteriormente para ser presentados como supuestos guerrilleros abatidos. Es que en los marcos del "plan Colombia" financiado y respaldado por Estados Unidos, los 2 millones de dólares diarios de sustento requieren de resultados tangibles, a tanto por guerrillero abatido. Y cuando no hay muertos de las FARC, hay que inventarlos.
No se crea que es un método ajeno al que emplean muchas policías de la Argentina, que los fines de semana tienen que levantar equis cantidad de presos para rellenar las estadísticas. No importa que los detenidos no hayan cometido delitos. Los asesoramientos del Manhattan Institute del comisionado policial William Bratton y el ex alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani indican esos procedimientos. Blumberg fue su representante en Argentina; los entonces gobernadores Sobisch y José M. de la Sota, firmaron esos convenios. La mejor maldita policía del mundo no necesitaba de esos consejos; desde mediados de los ´50 acrecentó una bien ganada fama al punto que Rodolfo Walsh la definió como "la secta del gatillo alegre y los dedos en la lata".
Al fin de cuentas, que Scioli, que expresa a la derecha dentro del justicialismo, se haya asesorado con Uribe, que expresa a ese mismo extremo a nivel continental, era lógico. "Dos potencias se saludan", pudo decir el primero al entrar a Nariño, parafraseando al Mono Gatica frente al general Perón.
Menores en riesgo
La presión política de la zona norte fue importante luego del caso Barrenechea. No fue solo Scioli el que reaccionó con su proyecto de bajar la edad de imputabilidad de los menores, que ahora es de 16 años, hacia los 14 o menos aún, al recordar que Brasil lo tiene fijado en 12 años. Néstor Kirchner, que no sólo abrocha acuerdos electorales con los barones del PJ del conurbano sino que también comparte muchas políticas, se la agarró con los jueces garantistas, al conminar a los magistrados a que "se pongan los pantalones" para condenar a los delincuentes. La presidenta, en referencia al homicidio del ingeniero, lamentó que "la policía detiene y detiene pero la justicia libera y libera". Al disertar en el 44º Coloquio empresarial de IDEA en Mar del Plata, y a tono con esa platea que vive en barrios cerrados, el titular de la Corte pidió a los jueces que terminen con la "puerta giratoria" por la que entran y salen en un mismo giro los delincuentes.
La mesa de la "mano dura" estaba servida. La sazonó Clarín (2/11) titulando: "Son 14.000 los presos que están libres en la Capital y la Provincia". El toque de clarinete apuntaba contra la minoridad porque en otra cobertura arriesgó que había crecido 80 por ciento el número de delitos cometidos por menores.
Aunque no hacía falta, sumó su autorizada voz el jefe de la maldita policía, Daniel Salcedo, afirmando que "los menores en la provincia cometen un millón de delitos graves por año". Esto daría 2.739 delitos graves por día, lo que parece una estadística inflada como los "falsos positivos" del general colombiano. Con esa clase de estadística, manipulada, se consiguen rápido los 1.800 patrulleros informados por Scioli el 30 de octubre.
Afortunadamente se han escuchado varias voces saliendo al cruce de esa barbarie jurídica e ideológica que ya ha fracasado en el país y el mundo. En Argentina, porque el peronismo y los partidos de derecha compraron en 2004 el discurso de Blumberg y convirtieron el Código Penal en un zafarrancho de penas de 50 años para los delitos más diversos. ¿Cambió en algo? No parece, a estar por las quejas sobre el empinamiento de la delincuencia escuchadas en los reportajes a vecinos de Zona Norte.
En el mundo también hubo un fracaso similar. Estados Unidos, el espejo de los vecinos ricos y pobres que quieren serlo, endureció todas las penas y considera a los menores como carne de prisión perpetua. Tiene la población penal más numerosa del planeta, con 2,2 millones de presos, y además de las prisiones federales construye numerosísimas prisiones privadas, que a su vez demandan de más presos para justificar las inversiones. Ese puede ser el modelo de Scioli pero no debería ser el de los argentinos. Hay que probar por el lado del empleo decente, los ingresos suficientes, la inclusión social, la educación, la cultura y la solidaridad. Y si de modelos se trata, el gobernador y la presidenta, en vez de ir a Bogotá y Nueva York, tendrían que ir sin prejuicios a La Habana. Cuba es un modelo de sociedad con bajo índice de delitos, en particular bajísimo índice de delitos violentos y aberrantes. ¿Por qué será?
Emilio Marín (LA ARENA)