Seminario por el reagrupamiento de la izquierda y los luchadores |
Documento de Soberanía Popular DOCUMENTO PARA LAS JORNADAS DE REAGRUPAMIENTO DE LA IZQUIERDA Y LOS LUCHADORES Cuestión de previa consideración: mirarnos hacia dentro. Una cuestión de previa consideración es analizar las responsabilidades que nos caben en la actual coyuntura de profunda fragmentación de las fuerzas políticas y sociales que enfrentan al imperialismo, a sus instrumentos y a sus personeros. Luego de desatarse la crisis del 2001, ha ido quedando claro que la mayoría del pueblo y de los trabajadores argentinos no fueron optando por el salto o cambio profundo que nosotros aspirábamos y proponíamos. Por el contrario, optaron por un “paso a paso”, por “que se doble, pero que no se rompa”, como si se pudiera doblar el rumbo sin romper las cadenas. Las propuestas de un cambio profundo, que se expresaban en aquel “que se vayan todos”, fueron debilitándose y apareciendo como un anárquico “salto al vacío”. Los sectores populares prefirieron apostar a políticas donde se administrara la crisis y no a aprovechar la crisis para un cambio de fondo. Las últimas elecciones son una prueba de este actual estado de ánimo de una gran parte de los sectores populares. Sabemos que el imperialismo y sus socios internos controlan los grandes medios de comunicación. Que luego de la crisis del 2001 ese control se ha ejercido férreamente, para que la Argentina no se saliera de la trampa de la “globalización”, esta nueva forma del colonialismo. Que ha habido una fuerte manipulación para ahogar los reclamos y disciplinar a la sociedad. Que han usado ingentes recursos y también habilidad para instalar falsas opciones políticas y electorales. Pero a pesar de todo ello, no podemos atribuir que este estadio de conciencia popular sea solo producto del despliegue mediático o comunicacional, nosotros tenemos también responsabilidades en este retroceso. Nuestras responsabilidades: Lo cierto es que esta situación también en parte ha sido producto de nuestra incapacidad e impericia, de la que debemos hacernos cargo. No pudimos construir un espacio común que diera cabida y permitiera la convivencia de diversas corrientes. No pudimos comprender que eran tiempos de privilegiar la construcción en la diversidad, antes que la autoproclamación. Que las vanguardias políticas surgen después y no antes, de ganar la batalla para que las ideas revolucionarias se hagan carne en el pueblo. Que hasta a veces no nos expresamos en un lenguaje que sea comprensible para el hombre común. Pero nuestro gran error ha sido en el plano de la ética de las convicciones. Nuestra desunión y fragmentación le ha mostrado al conjunto de la sociedad que en nuestro espacio, que se autoproclama como portador de nuevos valores como la solidaridad y la igualdad, en realidad también se ha impuesto el egoísmo y se ha privilegiado el interés del grupo por sobre el interés general. No somos creíbles si pretendemos construir el socialismo mientras en nuestra propia casa reina el egoísmo, valor intrínseco del capitalismo. Menos aún si, por la competitividad de aparatos políticos, convertimos a potenciales aliados en nuestros principales enemigos. Tal vez por todo ello, nuestra palabra no ha sabido despertar el espíritu de rebeldía, ni ha logrado sacudir el estado de sumisión y resignación. Creímos que nuestro mensaje de cambio se había instalado, pero el sistema se cayó en el 2001 más por su propia avaricia y por la ineptitud para resolver las contradicciones entre sectores de poder, que por el triunfo de la lucha y conciencia popular. Así como la democracia en el 83, fue más la resultante inevitable del fin de una dictadura (que había sido derrotada en Malvinas), que el producto del accionar triunfante de una conciencia “ciudadana”. Pero en esa caída del 2001, se produjo una pérdida temporaria del control social por parte del sistema y se erigía una oportunidad histórica para avanzar. Ya no porque había una crisis mundial. Ahora la novedad era que la crisis mundial se daba por la Argentina y en la Argentina, porque se derrumbaba estrepitosamente el alumno modelo del neoliberalismo. Argentina hizo temblar al poder mundial, no por su peso propio, sino por el efecto del contagio que podía provocar. Un contagio que podía darse tanto en las finanzas globales como en el plano social, por las formas de protesta que agigantaban lo que era una ola antiglobalizadora. Al no estar maduras las condiciones para un cambio profundo y sumado a ello nuestra incapacidad para construir un reagrupamiento de fuerzas populares, el sistema de poder tuvo tiempo para rearmarse e ir reconduciendo la situación que se le había desbocado. El grito de las jornadas del 19 y 20 de diciembre se fue apagando y al contrario de nuestras expectativas fue ganando terreno la palabra y los argumentos del “amo”, que los grandes medios de comunicación amplificaron y machacaron hasta el hartazgo. El triunfo de la mentira y el miedo, hicieron posible el continuismo del modelo. El sistema rearmó su arsenal de argumentos, que rayando casi en el absurdo, recobraron nuevamente el status de verdades indiscutibles: Que no podíamos repudiar la deuda externa (aunque fuera ilegítima y fraudulenta) porque era “caernos de mundo”. Que no podíamos desandar las privatizaciones (aunque fueron corruptas) porque eso era violar la “seguridad jurídica”. Que la corrupción era solo responsabilidad de las conductas de los funcionarios y no también del sistema del que son parte. Que hay que seguir apostando y dependiendo de los ahorros de los extranjeros (inversiones externas) mientras seguimos sin tocar la escandalosa corrupción que representa los ahorros de los “argentinos” que se fugaron al exterior. Que frente a la devaluación de la moneda el Estado debía nuevamente ponerse al servicio de los sectores de privilegio (estatizando la deuda privada como en la dictadura, mediante la “compensación” a los bancos y la licuación de la deuda de los grupos económicos), mientras que con clientelismo se repartían migajas a los sectores empobrecidos y pauperizados. Que frente al temor del creciente cuestionamiento al status quo se creó una instancia de mediación corporativa a través del “Dialogo argentino” donde en definitiva se legitimó el clientelismo de Estado para acallar la protesta social. Mientras esta lluvia de falaces argumentos caía, el gobierno de Duhalde se abocaba a que la transición fuera hacia el pasado y a reimplantar en el pueblo lo peor del pasado: la violencia y el miedo, con lo acontecido en el Puente Pueyrredon como hecho detonante. Un miedo que se extendió socialmente, debilitando la confianza en nuestras propias fuerzas como Pueblo y como Nación. El pueblo se replegó, renunció a ser “él” protagonista y volvió a “delegar”. Acalló sus protestas. Relegó sus legítimos reclamos. Aceptó la “devaluación” de sus ingresos. El gatopardismo del gobierno de Kirchner: En esas condiciones se realizó el proceso electoral y la llegada de Kirchner al gobierno. Cambió el discurso, pero con aquello de “miren lo que hago, no lo que digo” clarificó el mensaje a los poderosos y fue ganando espacio en la sociedad, que prefirió transferir a la figura de Kirchner y al viejo sistema del PJ la responsabilidad de sacar al país adelante. Una vez más como en la época del inicio de la gestión de Menem buena parte de la sociedad argentina “sueña despierta”: Que con un crecimiento de la economía (solo viable con bajos salarios) se va a resolver la inequitativa distribución de la riqueza, la explotación y el hambre Que lo de la deuda se arregló con la “quita” (quita que no es tal porque a la larga hay que seguir poniendo, al punto que hoy debemos lo mismo que cuando entramos en default) porque no se puede desafiar el colonialismo de los mercados financieros. Que pagando sin protesto al FMI compramos soberanía y que ahora nos desendeudamos (tomando nuevas deudas). Que con un boom de crecimiento de exportaciones (aunque sean sin valor agregado como petróleo, soja y minería) vamos a lograr el desarrollo económico. Que tenemos un escenario favorable para nuestra agricultura por el crecimiento de China (aunque tenemos una agricultura que produce sin agricultores, con la tenencia de tierra cada vez más concentrada que utiliza prácticas de monocultivo degradantes del recurso natural y con una enorme dependencia biotecnológica externa). Que con la creación y el accionar de ENARSA vamos a “combatir” el oligopolio de REPSOL (cuando a esta empresa se le ha cedido la exploración offshore mediante convenios que el gobierno todavía no quiere publicar). Que ahora hay que apostar al surgimiento de una burguesía nacional (aunque todos los sectores estratégicos de la economía están y seguirán estando en manos de extranjeros). Que era hora de reivindicar a los desaparecidos durante la dictadura (pero no la causa por la cual murieron). Que en la ESMA donde se violaron los derechos humanos había que construir un Museo de la Memoria (pero que había que olvidarse del Banco Central donde se violaron los derechos económicos del pueblo). Que se puede ser campeón de la batalla por los derechos humanos del pasado (mientras que se actúa como los verdugos de los derechos humanos del presente para ahogar los reclamos de los trabajadores). Que hemos recuperado la “gobernabilidad” democrática (aunque se ejerzan las peores prácticas de manejo de la caja del Estado con clientelismo y feudalismo político). Mientras la economía crezca a tasas “chinas” y no se toquen los privilegios de los sectores dominantes, el gobierno sabe que tiene un blindaje político que le asegura que se le escondan todas las basuras de su gestión debajo de la alfombra. Pero nosotros no comulgamos con estas mentiras ni tenemos miedo de decir nuestras verdades: hay una continuidad del modelo de dependencia, no va a haber distribución del ingreso porque no se sostiene un modelo basado en exportar capitales y recursos no renovables, porque un país que no sabe defender su trabajo y su ahorro está destinado a vivir de prestado y a seguir siendo expoliados. A diario vemos como van tomando fuerza reclamos salariales y luchas sindicales. La paciencia con el gobierno de algunos sectores de trabajadores empieza a tener un límite. En la medida que no se den respuesta a esas legítimas demandas; en la medida que (como estamos convencidos) este modelo de crecimiento solo va a distribuir pobreza, entonces se reavivarán las brasas del 2001. Pero este modelo de concentración de riqueza requiere de una mayor concentración de poder político, en eso el PJ es especialista, como así también en despertar la reacción de sectores medios, cansados del feudalismo político, del clientelismo y de la corrupción. Esta reacción también presente en el 2001, ha empezado a despertarse en algunos sectores medios de la sociedad argentina, que soñaban despiertos que Kirchner era un cambio. Una sociedad divida en tres tercios, que progresa cuando dos de abajo se unen: Un gran aliado en la legitimación de estos falaces argumentos ha sido la actitud de los sectores medios, siempre tensionada entre los que “sienten” argentinos y los que “viven” en la Argentina; entre los que se siente parte de una cultura europizante y los que asumen el ser argentino- latinoamericano. Al despuntar los primeros indicios de recuperación macroeconómica estos sectores medios dejaron las “cacerolas” y prefirieron esperar que un nuevo ciclo les devolviera lo que la crisis del 2001 le había llevado. Se ha roto una relación entre los sectores populares y los sectores medios. Estos han caído en el facilismo del chivo expiatorio. En estigmatizar a piqueteros, a huelguistas y a la “izquierda siniestra”, al punto de señalarlos casi como responsables de la crisis, tildarlos como los vagos, revoltosos y quilomberos de siempre, los que por su “ideología” se oponen al orden, al trabajo y al destino de una Argentina “condenada al éxito”. Por otro lado la historia demuestra que en nuestro país las oligarquías han preferido aliarse al poder extranjero (sea este militar como Urquiza en Caseros; comercial como la generación del 80 y imperio inglés; terrorismo de Estado como la Operación Cóndor o financiero con Martinez de Hoz y la banca internacional) para establecer condiciones de funcionamiento de la economía en las que se apropian de la renta de la tierra, del Estado, del trabajo y de los recursos naturales. Por el contrario nuestro país ha progresado cuando se han aliado los sectores medios (profesionales, agricultores, pequeños empresarios) y los sectores populares (trabajadores, desocupados) como en el peronismo de los 50, donde por circunstancias externas e internas se pudo romper con el modelo de dependencia. Este modelo político de dependencia, como inevitablemente impide la industrialización y la equidad social, siempre necesitó disciplinar a los sectores internos que lo rechazaban o que no los contenía. Y entre la razón y la fuerza, siempre han preferido esta última. Los recurrentes golpes militares y el terrorismo de Estado de la última dictadura es la prueba acabada de ello. Ahora esa política del “garrote” se aplica “focalmente”, mientras se ejerce un política de seducción universal de consumismo e individualismo. Como superar la torre de Babel en los sectores populares: La situación de fragmentación de los sectores populares obedece a razones de tipo político, como las que señalábamos anteriormente, pero también a diferencias de raíz ideológica y doctrinaria. Es necesario encontrar un camino de construcción de unidad sin pedir, ni mucho menos exigir, que cada sector renuncie a sus creencias ideológicas. Pero al mismo tiempo es necesario reclamar, que todos asumamos la tarea de revisar y actualizar el propio andamiaje ideológico a la luz de la realidad. No alcanza con decir que hay que construir la unidad de los que luchan contra el imperialismo y la oligarquía local. Debemos ahondar con mayor profundidad y precisión estos conceptos, en base a nuestra realidad nacional y latinoamericana, en momentos en que resquebrajan las políticas del imperialismo globalizado. No se trata de asumir una actitud de tolerancia, sino de dar un salto y crear un espíritu de convivencia política, buscando ligar posiciones escindidas y reconociendo en cada uno parte de la verdad de un todo que debemos re-crear. Eso es lo que dará solidez a la construcción de una herramienta capaz de dar respuesta a los tremendos desafíos que tenemos por delante. Una tarea compleja, pero absolutamente necesaria para superar esta suerte de torre de Babel en que nos encontramos los sectores populares, donde las diferencias semánticas (las contra-dicciones del lenguaje) muchas veces son motivo de luchas despiadadas entre potenciales aliados. Esta es otra definición básica de orientación política que suele olvidarse: la de diferenciar la política hacia los sectores amigos, los aliados y los enemigos. Y de la enorme necesidad y potencialidad de una construcción política y social común. Necesitamos interpretar en conjunto la realidad, por ello consideramos positivo este primer intercambio de opiniones y analizar cuales son las corrientes de pensamiento existentes, que entendemos pueden confluir en este espacio. Desde nuestro punto de vista estas son las que tienen origen en el nacionalismo revolucionario, la izquierda y los sectores dispuestos a profundizar una democracia política, económica y social. Nuestra agrupación Soberanía Popular se identifica con el peronismo y el nacionalismo revolucionario. El peronismo nació como una fuerza política antiimperialista (recordemos el Braden o Perón) y como una genuina expresión de los trabajadores (recordemos el 17 de octubre), pero todos sabemos que a lo largo del tiempo ha sido cooptado y vaciado de contenido nacional y revolucionario. Hoy solo quedan las cenizas del peronismo “verdadero” o histórico, aquel que institucionalizó en la olvidada Constitución de 1949 cuestiones estratégicas como la de preservar para el Estado Nacional las riquezas naturales (petróleo, gas, minerales) y donde también se establecía que la propiedad tenía una función social, que el capital debía estar al servicio de la economía nacional y que el Estado podía intervenir en la actividad económica. El peronismo “fáctico” o sea el PJ se ha convertido en una corporación de dirigentes feudales, que garantizan “votos” y “gobernabilidad”. Una “gobernabilidad” entendida como un pacto con el poder, cuya imagen es Menem como alumno del Consenso de Washington o la palmadita de Kirchner en la rodilla de Bush diciéndole “quédese tranquilo que soy peronista”. Bajo la excusa que “la única verdad es la realidad” sus dirigentes han renunciado a todo desafío de cambio y son un staff gerencial que -por su propia corrupción- garantiza la impunidad y la continuidad del “modelo neocolonial”. Parafraseando a Cooke que decía que “el peronismo es un hecho maldito en un país burgués” hoy habría que decir “que el PJ es un hecho burgués en un país maldito”. Pero así como los dirigentes del peronismo lo han privado de verdad, sus bases -al seguir votándolo- no lo han privado hasta ahora de poder político. Esta vigencia electoral ha sido ayudada también por la incapacidad genética de la UCR para gobernar, luego de los fracasos de los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa. La paradoja es que el PJ ha quedado como el único partido que garantiza la “gobernabilidad” o sea la continuidad de un sistema de dependencia y pobreza, al mismo tiempo que garantiza el “ocaso” de sus principios doctrinarios. Pero la fidelidad hacia el PJ se romperá en el momento que las bases peronistas retomen la conciencia de si mismas y recuperen su matriz doctrinaria histórica, que se expresaba en las tres banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social. Una receta doctrinaria que solo funciona en ese orden: primero una definición de posicionamiento nacional y antiimperialista, luego en recuperar los resortes de la economía nacional, para solo así poder distribuir la riqueza. Dentro de la izquierda el tema de la “cuestión nacional” ha sido motivo de profundo debate, en el marxismo se establece diferentes principios estratégicos para los países centrales y para los países coloniales o semi coloniales. La herramienta política es el Frente Único Proletario en los primeros y el Frente Único Antiimperialista en los segundos o sea un frente único donde converjan junto a la clase obrera industrial y de servicios, los trabajadores precarios, cuentapropistas y en negro, los jubilados pauperizados, la juventud sin trabajo ni posibilidad de estudiar, las pequeñas empresas que viven exclusivamente del mercado interno, los pequeños propietarios rurales que cada vez caen más en la subproletarización por la voracidad de las grandes compañías y los grandes terratenientes que las conforman, los estudiantes que luchan por lo elemental, que no se pisoteen los fundamentos de la Reforma Universitaria de 1918, los pueblos originarios de América que resisten a la voracidad terrateniente e imperialista, y que aún conservan en muchos casos, formas de trabajo comunal en sus tierras y en fin, la enorme masa de desocupados de las ciudades y el campo. Reivindicamos la experiencia de unidad que recientemente hemos forjado entre sectores que tienen origen en el peronismo y la izquierda. Es un intento de unir algo que ha estado históricamente divorciado: la cuestión nacional y la cuestión social. De apuntar en la dirección de los verdaderos escollos y de pensar que la cuestión nacional es un ámbito inseparable de la cuestión social. Por eso estamos juntos en contra de la deuda externa y la fuga de capitales porque es la desnacionalización del ahorro; estamos en contra del ALCA y de los acuerdos con la Unión Europea porque es la desnacionalización de la producción y el trabajo; estamos juntos por la nacionalización de los recursos energéticos y su renta en contra de los oligopolios petroleros, estamos juntos por la re-estatización de los servicios públicos, por una reforma agraria que distribuya la propiedad y la renta de la tierra, etc. Y debemos seguir avanzando en esta unidad repensando nuestras ideas y banderas. Porque la historia demuestra que no hay soberanía nacional, sin soberanía popular. Que el Estado “Nacional” ha sido cooptado y colonizado para el servicio de los intereses del poder económico transnacional. Que para recuperar el Estado para la Nación, es necesario que se garantice que el Pueblo sea su Gobierno. Por ello no alcanzan las tres banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social, sin el complemento de una cuarta bandera: un gobierno obrero y popular, una profunda transformación democrática del Estado para garantizar que la voluntad popular no sea desnaturalizada. También debemos tener en cuenta que los sectores de la sociedad argentina que se oponen con mayor o menor profundidad al modelo neoliberal no se agotan en el nacionalismo revolucionario y en la izquierda. Hay sectores dispuestos a profundizar la democracia, en recuperar un sistema institucional que contenga en lugar de excluir las demandas insatisfechas de un modelo de exclusión. Hay puntos de coincidencia para explorar y debatir con grupos y espacios dispuestos a terminar con la impunidad, la violación a los derechos humanos, la degradación social y ambiental, etc. Por la Segunda Independencia: Así como tuvieron que pasar varios años desde la Revolución de Mayo de 1810 hasta la Independencia Nacional en 1816, el grito del 2001 todavía no ha cristalizado en una definitiva gesta por una Segunda Independencia. La debacle de la Argentina como Estado y como Nación es el resultado de, hasta el presente, haber sido derrotados los movimientos populares, como fue derrotado el peronismo en el 55, el radicalismo en el 30 y los movimientos populares del siglo XIX. Como resultado de esas derrotas hemos descendido del status de Colonia informal y próspera del imperio inglés a Factoría del imperio financiero, y hoy a seudo-Estado esclavo de la globalización financiera y de las transnacionales. Y desde este estado de cosas es que estamos convencidos que la rearticulación de un movimiento político y social debe darse a partir de la discusión y reformulación de un programa antiimperialista y popular. La unidad se construye a partir de la actitud de rebeldía y rechazo a la sumisión a un poder político y económico que ahoga la potencialidad y la prosperidad de los pueblos argentino y latinoamericanos. La experiencia de la Cuba socialista, del movimiento bolivariano en una Venezuela antiimperialista y del proceso de nacionalización en Bolivia, nos señalan que también ha llegado la hora que la Argentina sea protagonista de la construcción pendiente de esa Patria Grande de San Martín, Bolívar, O’Higgins, Artigas y Martí.
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