TEMAS PARA EL
DEBATE
APRECIACIONES SOBRE EL
SUJETO POLITICO DE LA REVOLUCION SEGÚN LA VISION LENINISTA
por Horacio Rovito
Lenin destacó repetidamente dos aspectos fundamentales de la lucha
por una correlación de fuerzas favorable, en el camino hacia el objetivo de
transformaciones revolucionarias:
1) La unidad de la clase obrera, sin lo cual será muy difícil transitar dicho
rumbo con posibilidades de éxito. En países como el nuestro, con altos índices
de desempleo, debemos plantearnos la unidad de los trabajadores ocupados y
desocupados.
2) Teniendo en cuenta la envergadura del enemigo, la clase obrera por si sola no
puede triunfar. Por lo tanto necesita el apoyo de toda la masa de trabajadores,
explotados y oprimidos de una sociedad dada, a través de aquellas organizaciones
que los representen; Por ejemplo, hoy día, las organizaciones políticas,
sociales, sindicales, estudiantiles, campesinado pobre, de derechos humanos, de
género, etc.
Definió así Lenin en su momento y con toda claridad, el sujeto de la revolución
y la política de alianzas necesaria. Esto último se refiere a la construcción
del bloque histórico, del que luego nos hablará Antonio Gramsci, ubicando el
problema en la situación de un capitalismo y un Estado mas avanzado, como el de
Italia y del resto de Europa.
Pero hay también que considerar que la burguesía ha formado su propio bloque
histórico, a fin de mantener y consolidar su hegemonía sobre la sociedad. En
consecuencia, el proceso de la lucha revolucionaria tiene dos caras:
a) Derrotar ideológica y políticamente al bloque de fuerzas de la burguesía.
b) Creación de una nueva confluencias de fuerzas antisistema, haciendo centro en
la clase obrera y sus organizaciones.
La hegemonía de la clase obrera es el eslabón central en esta contienda unitaria
por una favorable correlación de fuerzas y por el logro del objetivo final del
socialismo, y junto con ello, el papel esencial de la organización
revolucionaria, como representante de los intereses cardinales de la clase.
Todos estos conceptos, en mi opinión, son de una gran ayuda porque nos demarca
en la actualidad las tareas fundamentales a emprender en nuestro país, por
supuesto creativamente, sin fotocopias, de acuerdo a nuestras particularidades:
construir una auténtica y sólida organización revolucionaria, con amplio apoyo
de masas, en especial entre los trabajadores, y la batalla por la unidad
prioritaria de la izquierda y los honestos luchadores antiimperialistas.
Sintetizando: desarrollo de un partido revolucionario, más un bloque obrero y
popular, en el intento de construcción de un nuevo poder (dualidad de poderes),
para así destruir y reemplazar al Estado burgués por un nuevo tipo de Estado, la
Democracia Proletaria, a imagen de la Comuna de París como solía indicar Lenin.
Esta referencia a la Comuna no era casualidad, sino es considerar que en
definitiva la revolución la hacen los pueblos, lo cual requiere garantizar la
constante participación de fuertes organizaciones populares de base, cimientos
del nuevo poder como los soviets en la URSS, los CDR en Cuba, y actualmente hay
que seguir observando la rica experiencia del pueblo venezolano, a través de las
llamadas “Misiones” o los “Círculos Bolivarianos”. Demás está decir que todo
este proceso debe ir acompañado por una formidable labor educativa, porque, como
sostenía el Che, el gran motor es la conciencia.
Además, la constitución de este bloque popular permitirá generar hechos de tal
dimensión social y política que nos colocaría a la cabeza de la iniciativa
histórica y no ir a la cola de los acontecimientos, donde el gobierno de turno
nos marca la agenda. Un innegable muestrario fueron las recientes elecciones en
la Capital Federal, donde la izquierda nuevamente muy dividida desempeñó un
triste papel, convirtiéndose sólo en coro de fondo del triunfo de los partidos
burgueses. Desde ya que con una mentalidad mezquina y cortoplacista, sin
perspectiva de futuro, son capaces algunos de ellos de festejar con bombos y
platillos el haber sacado unos votos más que otros, o haber alcanzado la gloria
de meter algún candidato. Será difícil que reconozcan que estas maravillosas
conquistas ya se lograron varias veces en el pasado y por cierto no significaron
mucho en el avance hacia el objetivo transformador de fondo. Como siempre hay
que diferenciar a las cúpulas de dichos partidos de sus militantes de base, con
los que nos hemos encontrado y nos seguiremos encontrando codo a codo en las
luchas de nuestro pueblo.
Por otra parte, hay quienes dicen que todo esto ya no es así, que la visión
leninista es cosa del pasado, por cuanto la clase obrera está en vías de
desaparición, y quienes seguimos sosteniendo lo contrario, aunque pienso que hay
que ver, como nos enseña el método dialéctico, a la sociedad en permanente
movimiento y cambio, no estática e inmutable. Es decir, para no caer en esquemas
dogmáticos, analizar como se ha modificado la estructura interna de la clase
obrera, en especial a tono con la revolución científico tecnológica producida
desde fines de la segunda guerra mundial. Me permito recomendar un interesante
escrito del economista y profesor universitario Hugo Azcurra, titulado
“Imperialismo y Socialismo”, donde incorpora la categoría de trabajador
asalariado, que me parece cercana a la de “obrero total”, genial anticipación de
Marx, como todo aquel trabajador que contribuye de alguna manera a la producción
y realización de plusvalía.
Todas estas cuestiones son de suma importancia, puesto que Lenin en “Reformismo
y Socialdemocracia” vincula directamente la misión histórica de la clase obrera
con la hegemonía:
“ El proletariado, como la única clase revolucionaria hasta el fin en la
sociedad contemporánea, debe ser el dirigente, mantener la hegemonía en la lucha
de todo el pueblo por la revolución democrática completa, en la lucha de todos
los trabajadores y explotados contra los opresores y explotadores. El
proletariado es revolucionario sólo en tanto que tenga conciencia de esta idea
de hegemonía y la realice.”
En vísperas de la Revolución de Octubre y en el medio de serias discusiones,
examinó aún más a fondo el carácter hegemónico de la clase obrera, considerando
que hegemonía y política de alianzas son categorías inseparables, saliendo así
al paso a todo obrerismo simplista y a todo sectarismo soberbio y estrecho,
seudoizquierdista, muy cercano al anarquismo. Como ya lo he planteado en
trabajos anteriores, entiendo que en la época actual ser auténticamente clasista
es ser unitario. Esta es, entre otras, la invalorable enseñanza que nos dejó la
Revolución Cubana.
Asimismo, en el artículo “Balance de la discusión sobre la autodeterminación”,
refiriéndose a otras realidades, expresa: “La revolución socialista en Europa no
puede ser otra cosa que la explosión de una lucha de masas de todos y cada uno
de los oprimidos y descontentos. En ella participaran inevitablemente parte de
la pequeña burguesía y de los obreros más atrasados – sin esta participación no
es posible una lucha de masas, no es posible ninguna revolución – que aportaran
al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías
reaccionarias, sus debilidades y errores.”
Se deduce así que por supuesto, la hegemonía no se adjudica por decreto. Se gana
en la lucha, con coherencia ideológica, política y práctica. En sus “Tesis sobre
las tareas fundamentales del II Congreso de la Internacional Comunista”, Lenin
señaló las tareas principales a realizar:
“… Atraer y llevar tras la vanguardia revolucionaria del proletariado, no solo a
todo el proletariado o a la inmensa y aplastante mayoría del mismo, sino a todas
las masas de trabajadores y explotados por el Capital. Todos los partidos
adheridos a la III Internacional deben poner en práctica, cueste lo que cueste,
las siguientes consignas: ¡Calar más hondo entre las masas! ¡Establecer lazos
más estrechos con las masas!”
Por tal razón, en una interrelación constante entre la teoría y la práctica, las
organizaciones y los militantes de un partido que se considere revolucionario,
deben estar vinculados permanentemente a las luchas de su pueblo, entendiendo
que estudiamos, que nos capacitamos políticamente para pelear mejor y no como
divertimiento seudointelectual.
A esta altura es ineludible volver a Gramsci, que también le dio un lugar
central al problema de la hegemonía, siempre en correlación con Lenin, a quien
admiraba, y apuntando a un mayor desarrollo de este concepto, bebiendo de la
rica experiencia de las luchas de su pueblo.
Según este pensador, el proletariado puede devenir en clase dirigente y
dominante, en la medida que logre crear un sistema de alianzas de clase que le
permita movilizar a la mayoría de la población contra el Capital y el Estado
burgués.
Complementando a los clásicos, para Gramsci la hegemonía consta entonces de dos
elementos: el de dominio y el de dirección. La hegemonía, en el sentido de la
dirección de las fuerzas aliadas del proletariado, no se apoya en el dominio,
sino que exige coincidencia de intereses y objetivos.
Explica en forma muy precisa este concepto en sus conocidos “Cuadernos de la
cárcel”: “Un grupo social es dominante sobre grupos enemigos, los que él mismo
intenta “liquidar” (como clase), o someter por la fuerza armada, y es dirigente
respecto a grupos afines o aliados.
Insiste siempre que la clase obrera debe ser dirigente antes de conquistar el
poder (incluso es una de las condiciones fundamentales para tomar el poder),
pero también debe serlo luego de asumir el mismo. Recomienda una y otra vez no
olvidar ni por un instante que la dictadura se ejerce contra las clases
enemigas, contra los explotadores, y la hegemonía (el consenso, el
convencimiento), hacia los aliados. Por lo tanto, la dirección se basa en la
labor ideológica, política y moral, o ética como diría el Che.
Por último, es muy necesario reafirmar, ante tanta confusión o actitudes “non
santas”, que la organización revolucionaria, el Partido, se desarrolle como se
desarrolle de acuerdo a las especificidades de cada país, es la forma suprema y
mas importante de la organización política de la clase obrera. Es aquella parte
de la clase que contribuye decididamente a liberar al conjunto de la misma de
las ataduras político ideológicas del sistema burgués, para lograr así su papel
clasista independiente a los efectos de transformar de raíz la sociedad, a
través del salto cualitativo de clase en sí en clase para sí. De esta manera,
permite el paso de la lucha económica, espontánea, defensista, a la lucha de
ofensiva , político revolucionaria.
En resumen, es la organización política del Trabajo, para luchar contra la
organización política del Capital, a nivel nacional e internacional
(Internacionalismo proletario). Llevar a la clase obrera a esta lucha contra el
sistema, sin ideología y sin organización propia, capaz de batallar en todo
terreno, es llevarla al fracaso y a un suicidio político. Tener siempre en mente
que no hay revolución sin revolucionarios, y no hay revolucionarios sin ideas
revolucionarias.
Es conveniente destacar también que ninguna clase pudo y puede realizar cambios
radicales en un país, sino asume en sus manos las palancas fundamentales del
mismo, económicas, políticas, militares, culturales, para lo cual es
imprescindible tener el poder, ya que es imposible efectivizar semejantes
transformaciones desde el llano. Por eso, las usinas ideológicas del sistema
ponen el acento en negar dicha necesidad o en diluir el objetivo, con el
argumento que el poder está en todos lados, dejando hábilmente a entender que no
está en ningún lado.
De todo ello deviene que una de las principales formas de medir la eficacia y
correcta orientación política de una organización que pretende ser
revolucionaria, es cómo trabaja concreta y constantemente, bajo las
circunstancias más difíciles y complicadas, incluido un proceso electoral, por
la unidad de la izquierda y todas las organizaciones sociales en lucha que
apunten de una u otra manera sus cañones contra el régimen y la dominación
imperialista.
Corresponde también tener muy presente que tampoco se puede caer en esquemas
cerrados, partiendo de que si ya desde un comienzo no se da la hegemonía de la
clase obrera, no se puede dar ningún tipo de alianzas, ningún movimiento
unitario. La lucha por la hegemonía proletaria es todo un sinuoso camino a
recorrer, con marchas y contramarchas, jalonado por acciones unitarias
temporales o coyunturales por objetivos inmediatos, que van educando a los
pueblos para el paso de la unidad en la acción a la unidad programática por
objetivos superiores que hacen a la liberación nacional y social de nuestro
país.
Sólo así, con una firme organización revolucionaria, en estrecho vínculo con las
masas, y un fuerte poder obrero y popular, puede convertirse la clase obrera (no
el partido!), en el sujeto político de la revolución y de la edificación del
socialismo.
volver