INTRODUCCIÓN
Al recordar al camarada Manuel Marulanda, a quien siempre admiré y valoré como
uno de los luchadores y conductores revolucionarios más firme, persistente,
sagaz, inteligente y abnegado de las insurgencias modernas, pienso siempre en
la necesidad de volver sobre el debate de las formas de lucha y de los caminos
de la revolución en nuestra América.
La guerra sucia contra el pueblo colombiano se inició a raíz del asesinato de
Gaitán y del Bogotazo en el año 1948, y desde entonces se ha tornado cada vez
más cruel y destructiva. Ha sido impuesta y asumida con una ferocidad record
por la implacable y voraz oligarquía de ese hermano país, por el imperialismo
estadounidense y por las altas jerarquías militares colombianas.
El régimen narco-para-terrorista de Uribe, subordinado a las Administraciones
de George Bush y de Barack Obama, ha reforzado el terrorismo de Estado y la
intervención militar de EEUU
La pertinencia de la heroica y no siempre bien comprendida insurgencia
colombiana, justamente iniciada y asombrosamente sostenida durante largos años
por sus diversos componentes político-militares; la continuidad de ese combate
multifacético, que en 1964 dio inicio a las hoy poderosas FARC, la explica
consistentemente esa realidad maliciosamente ocultada o minimizada, así como
la imperiosa necesidad de enfrentarla desde su origen hasta la fecha.
Creo, por tanto, sumamente inconsistente poner en discusión la validez de la
lucha armada en la Colombia actual, en la Colombia que ha devenido en una
plataforma de bases militares estadounidenses y en teatro de crueles
operaciones militares y paramilitares.
Pero como esa inconsistencia se expresa desde una visión política- ideológica
que a su vez, quizás con ciertas razones aparentes y superficiales, exhorta a
descartar totalmente a escala continental la violencia revolucionaria, la
insurgencia popular, la lucha armada… es preciso que nos dediquemos a hacer un
esfuerzo serio por debatir aquí no simplemente el valor de determinadas
victorias electorales progresistas o de izquierda, el valor de lo procesos de
reformas avanzadas que tienen lugar en una serie de países del continente,
sino también –y sobre todo- los caminos de la revolución en nuestra América.
Los caminos… Esta reflexión resulta más pertinente en la medida existe una
lectura interesada, unilateral y reduccionista de los procesos de cambio que
se desarrollan en la región dirigida a descartar todo lo que no sea el acceso
al gobierno por elecciones y a reeditar el viejo dilema “Vía armada” vs. “Vía
pacífica” o “Violencia vs. Elecciones”; potenciando el simplismo aquel que
tanto contribuyó a la división de las izquierdas en los años ´60 y ´70 del
pasado siglo XX.
Y en verdad no se trata de eso. La realidad actual es mucho más rica y
compleja que esa supuesta disyuntiva.
Ruptura de esa trampa mentalHace ya mucho tiempo que no pocos dirigentes y
militantes de la izquierda latino- caribeña nos zafamos de esa trampa mental.
Años antes de que el camarada Jorge Schafik Handal escribiera el artículo
titulado: “El Debate de la Izquierda en América Latina”, en el que se analizan
básicamente las diferentes conductas de las izquierdas del continente respecto
al tema de la participación electoral y de los posicionamientos dentro del
sistema dominante, se desplegó un gran esfuerzo para aclarar ciertas
confusiones, con énfasis en la necesidad de diferenciar y precisar los
vínculos entre:
La vía de la revolución y la vía de la toma del poder.Gobierno y
poder.Reformas y revolución.
También se insistió en lo relativo a las formas y métodos de lucha, a la
sucesión de una y otras en tiempos distintos, a las condiciones para su
desarrollo, a su relación con el sujeto o los sujetos sociales de la
revolución, a su eventual combinación y despliegue, a su desarrollo desigual
por países y al valor de la creatividad popular en todo esto.
En esas reflexiones ocupó entonces un lugar importante el tema de la
violencia, sus formas y expresiones, sus modalidades y vertientes.
Recuerdo todo lo que contribuyó al esclarecimiento de estos temas la
experiencia vietnamita, especialmente creativa en cuanto la combinación de
formas de lucha: política, económica, diplomática legal, ilegal, armada y no
armada.
Ayudó mucho, además, el examen crítico y auto-crítico de las experiencias
latino-caribeñas de la lucha armada y no armada, de la lucha política y
social, de la lucha electoral y no electoral, de las acciones violentas y no
violentas, así como la emergencia de nuevos actores sociales y nuevas
modalidades de combate.
Nuevas reflexiones sobre la revolución necesariaPor esos vericuetos de la
reflexión y del pensamiento fuimos arribando a una visión mucho más integral,
abarcadora y profunda; tomando siempre como eje irrenunciable la necesidad de
la revolución, en tanto cambio radical en la hegemonía de clase, de género,
ideológica, cultural… en tanto cambio de los sujetos sociales en materia de
poder y no solo de poder estatal.
Así se fue abordando lo relativo al nuevo poder en cuanto Estado y en cuanto a
sociedad, en cuanto a las relaciones de propiedad y a naturaleza del Estado,
partidos y movimientos sociales, en cuanto al sistema jurídico político, a la
participación y decisión democrática, a la institucionalidad, a las bases
constitucionales del sistema y al proyecto estratégico del “no poder” y de la
sociedad sin Estado.
Así fueron fluyendo las ideas (volviendo a Marx, a Engels, a Lenin, a Gramsci,
a Mariategui, al Che, a Trosky, a Rosa Luxemburgo…; recuperando las
cosmovisiones indígenas y el feminismo revolucionario) y los nuevos aportes
sobre el tema de poder; enriqueciéndolo todo desde las experiencias vividas y
sufridas, capaces de nutrir una estrategia de creación y de ruptura destinada
a dar al traste con el viejo orden y a construir el nuevo poder transitorio y
la nueva sociedad.
De esta manera de pensar resultó necesario valorar que no era equivalente la
vía de la revolución a la vía de la toma del poder central del Estado, ni
tampoco era igual hablar de vía de la revolución, o de vía de la toma del
poder, o de las vías de aproximación a esos objetivos.
Dentro de esta lógica fue necesario entender que el poder no simplemente se
“toma”, sino que se crea, se construye en todos los órdenes, se desarrolla
paralelamente, pero que también “se toma” y se reemplaza el aparato estatal
con la participación y decisión del pueblo; concebida fundamentalmente la
cuestión del poder en relación con todos los pilares de la dominación (clase,
género, generaciones, relación con el ambiente…) como liberación y hegemonía,
como autoridad bien ganada, como influencia político-cultural decisiva en el
tejido social y en las nuevas instituciones, como proyecto transformador de la
sociedad, como poder popular. Esto es, no como simple control del Estado y
ejercicio de sus capacidades de coerción, pero si como emancipación de todas
las opresiones y transición a una sociedad basada en la asociación o comunidad
de seres humanos absolutamente libres que requiere de la extinción del Estado.
Vía de la revolución, toma del poder, aproximación a ella y formas de lucha.La
vía de la revolución en nuestras sociedades capitalistas-neoliberales y
dependientes, es realmente la suma, combinación, articulación y sucesión de
formas y métodos de lucha que posibiliten en un cierto periodo histórico el
cambio revolucionario y la construcción del nuevo poder hacia una nueva
sociedad socialista.
Me refiero tanto a los llamados medios pacíficos como a los violentos, a los
armados y no armados, a los institucionales y a los extra-institucionales, a
los electorales y no electorales, a los que se circunscriben a la batalla de
las ideas y a los que incursionan en el campo de lo militar.
En gran medida la variedad de métodos y formas de lucha empleados por los
sustentadores y beneficiarios del orden dominante, determina la necesidad de
la variedad de ellos en el camino hacia la liberación y la revolución. Siempre
ha sido así históricamente.
Ni le receta rígida, ni la exclusión de métodos y formas de lucha –mucho menos
la unilateralidad en su empleo- pueden conducir a procesos exitosos.
La vía de la toma del poder central del Estado está determinada por las formas
y métodos que predominen para producir la ruptura, reemplazo y superación del
viejo Estado y de sus instituciones decadentes, lo que incluye su poderoso
aparato militar-policial al servicio de la clase dominante (ya sea en su
expresión dentro del territorio nacional o como invasión, ocupación e
intervención de las fuerzas armadas imperialistas)
La vida nos indica que tampoco en este aspecto hay dogmas, aunque si es claro
que se precisa contar no solo con una acumulación política, social y cultural,
sino también militar; capaz de vencer la resistencia violenta del viejo orden
y de contrarrestar, con o sin confrontación sangrienta, todo el despliegue de
fuerza militar dirigido a impedir la transformación revolucionaria planteada.
Las vías de aproximación a la revolución y a la toma del poder central de
Estado son en realidad sumamente variadas y siempre previas al desplazamiento
total del poder de la clase gobernante dominante.
Ellas incluyen de manera sobresaliente las demandas económicas, sociales,
políticas y culturales y los métodos y formas de lucha aglutinadoras de los
sujetos del cambio, movilizadoras del pueblo, confrontadoras con los actores
políticos y sociales gubernamentales, propiciadoras de cambios sustanciales en
las correlaciones de fuerzas.
En unos casos, es la lucha anti-dictatorial o anti-despótica y la movilización
contra sus protagonistas.
En otros, las movilizaciones y rebeldías sociales contra las políticas
empobrecedoras, contra sus ejecutores y beneficiarios.
En algunas situaciones pueden servir de detonantes las sublevaciones militares
o cívico-militares por objetivos muy sentidos por el pueblo.
En otras, el factor dinámico puede ser una gran fuerza electoral capaz de
vencer los partidos de la oligarquía, la partidocracia tradicional.
A veces se suceden una y otras produciendo efectos variados de acumulación y
aproximación a cambios más trascendentes.
Una victoria electoral, sobre todo si es protagonizada por una fuerza política
transformadora, puede ser una vía de aproximación efectiva a la revolución o a
reformas profundas que la faciliten; siempre que logre poder en todos los
órdenes.
Otras formas no institucionales de conquista del gobierno -que no es sinónimo
de conquista del poder (aunque esto resulta ser palanca importante, pero no
decisiva)- pueden también servir de vías de aproximación a los cambios
propuestos.
Los procesos pueden ser muy variados, muy originales y hasta inéditos; aunque
ciertamente en determinados periodos a nivel continental pueden darse, en un
buen número de países, situaciones parecidas con caminos parecidos. Nunca,
claro está, procesos uniformes o idénticos. Nunca excluyente de diversidades y
de situaciones realmente “díscolas” o fuera de serie.
Algo clave es no contraponer métodos, formas de lucha, vías de aproximación,
tiempos en su desarrollo y variantes en la ruptura del viejo poder y la
construcción de la nueva institucionalidad.
No se trata por tanto de clausurar uno u otro camino, una u otra modalidad de
lucha.
Lo que ayer fue posible, hoy puede no serlo. Pero mañana bien podría volver a
tener vigencia. Un paso puede servir y hacer posible el otro.
No hay que ponerle camisa de fuerza a los procesos en materia de formas de
acción, métodos de lucha y expresiones por el cambio. Más cuando ellos, ellas,
brotan de realidades, actores, tendencias y procesos concretos.
El papel de la vanguardia transformadora, la misión del revolucionario(a) es
impulsarlo, articularlo, politizarlo, darle conducción y sentido de poder
transformador.
Experiencias que ilustran
En una fase de predominio de procesos violentos, Salvador Allende y la Unidad
Popular lograron acceder al gobierno por la “vía pacífica”, a través de un
proceso electoral.
No se trató, claro estaba, de un nuevo poder.
Lo fallido en ese caso no fue alcanzar esa victoria electoral, sino la
incapacidad para defenderla y avanzar; la incapacidad política y militar para
responder a la violencia y al poder militar de los enemigos de ese proceso.
Las limitaciones para producir el paso de ser gobierno al poder real del
pueblo.Desafíos similares pueden plantearse, por ejemplo, en procesos actuales
como el boliviano y el ecuatoriano, sobre todo si no se mediatizan y asumen
con firmeza el camino de profundizar las reformas en dirección a la
revolución, a partir de una activa movilización popular y de recreación de las
vanguardias transformadoras, hoy casi inexistentes.
No es lógico desde una óptica revolucionaria objetar esos avances logrados por
vía electoral (muchas veces precedidos de fuertes confrontaciones sociales),
como cualquier otro triunfo electoral de carácter progresista, avanzado,
inspirado en la idea de avanzar hacia un proceso revolucionario.Eso no es lo
que está en cuestión.
Lo que se discute es si ese logro basta o no basta, si se debe detener la
marcha en ese contexto institucional, si se debe o no ir más lejos, si en caso
de pretender avanzar hacia un nuevo poder y hacia las transformaciones
estructurales, se deben o no ignorar las respuestas necesarias a las
consabidas resistencias violentas que eso entraña, si se debe o no ceder
frente a las reacciones de bloqueos diversos, con variados grados de
violencia, de desestabilización y subversión reaccionaria, de parte de la
reacción oligárquica-imperialista.
Si de antemano se debe desistir de la contrapartida revolucionaria y de la
respuesta también violenta desde el pueblo en caso de esas obstrucciones
reaccionarias.
Si se debe proceder de manera tal que el monopolio de las armas sea
eternamente de las derechas y del imperialismo.
Lo que se cuestiona es si hay que declarar definitivamente clausurada la vía
violenta, la guerra de guerrillas, las insurrecciones populares armadas, los
levantamientos cívico-militares, los contragolpes revolucionarios, las guerras
patrióticas contra los invasores, las guerras de todo el pueblo, las guerras
asimétricas…Más cuando no estamos frente a oligarquías, derechas políticas e
imperialismos caracterizadas por su vocación precisamente pacifista. Eso no
esta en la naturaleza del sistema capitalista dominante.
Lo que se cuestiona es que anticipadamente líderes que actúen a nombre de las
izquierdas en sus respectivos países y que ganen elecciones con esas banderas,
resignen (por los riesgos que conlleva) la necesidad de cambios profundos y se
limiten a paliar algunos males, a hacer reformas intrascendentes, a ceder
frente a las contrarreformas neoliberales, a contemporizar en vertientes
importantes de la dominación oligárquica-imperialista, a moverse parcial y
limitadamente con cierta independencia en la política exterior y a plegarse en
otros aspectos significativos, o a administrar y moderar inteligentemente el
modelo neoliberal.
Lo que hay que debatir es si las izquierdas, después de las recientes
victorias electorales y sus ascensos al gobierno, deben limitarse a reformar
moderadamente lo existente o deben proponerse reemprender el camino
revolucionario comenzando por reformas y transformaciones avanzadas.
En el actual proceso de cambios a nivel continental nos encontramos con
actitudes diferenciadas entre sus protagonistas en relación con ese dilema.
La profundidad de las reformas es diferente en Ecuador y Bolivia, por ejemplo,
a las que se dan en Brasil, Uruguay y El Salvador. La distancia es mayor
respecto a Chile o Argentina.
La experiencia del proceso hacia la revolución en Venezuela es diferente en su
origen, como lo fue en mayor grado el camino cubano y el mismo nicaragüense en
su primera etapa.
La masacre militar a raíz del “Caracazo”, rompió en Venezuela la quietud del
dominio de la partidocracia, de la oligarquía, de las transnacionales y del
imperialismo estadounidense, generó como contrapartida del levantamiento
militar del MRB-200 encabezado por Chávez.
Se trató de una especie de insurrección militar impactante. Un acto de
rebeldía armada, nada pacífico, que posibilitó una original acumulación de
poder militar, garantía posterior de todas las victorias (electorales y no
electorales) y transformaciones en paz; paz precaria, amenazada, asechada, no
solo por el golpismo violento, sino por los proyectos de intervenciones
militares gringas.
Si vemos las revoluciones como procesos, ni tan pacífico ha sido el proceso
que ha tenido lugar en la Venezuela bolivariana de los últimos años. Su
esencia, pese al peso de la vía electoral después del levantamiento militar de
principio de los 90, no es el simple civilismo sino la alianza pueblo-fuerzas
armadas.
Se trata, además, de un proceso inconcluso y todavía cargado de las
incertidumbres que pueden generar planes funestos del imperialismo, peores que
las sediciones anteriores y que el golpe derrotado.
Un proceso constantemente amenazado por la violencia contrarrevolucionaria
imperialista y oligárquica, amenazado por el magnicidio, la penetración del
para-militarismo colombiano y la intervención directa d EEUU, tal y como lo
revelan las recientes denuncias.
Revolución pacífica pero armada, dice Chávez. Por lo que desde ella no es
correcto negar “persé” la pertinencia de la vía armada, sobre todo cuando la
actual dirección revolucionaria venezolana se ve precisada a diseñar un
proyecto de “guerra asimétrica”, de “guerra de todo el pueblo”, frente a las
claras intenciones de guerra e intervención del imperialismo estadounidense y
del “sub-imperialismo” colombiano.
Cuba tuvo que hacer dos años de revolución armada para vivir 50 años de paz,
independencia y conquistas sociales trascendentes, pero nunca jamás ha
desistido volver a la vía armada frente a la posible ejecución de los
designios violentos de la contrarrevolución imperial. Por el contrario, su
determinación ha llegado hasta el punto de darle cuerpo, como medio de
autodefensa de masas, a la tesis de la guerra de todo el pueblo de inspiración
vietnamita.
Y por eso a la Cuba actual no la han podido derribar, vigente todavía la
posibilidad de lograr su continuidad ascendente a través de un relevo
generacional y un modelo de orientación socialista más participativo y
eficiente.
En Colombia: menos aun
En Colombia existe una especie de engendro macabro en términos de Estado y de
poder. Es, seguido del modelo represivo y fascistoide hondureño, la nota más
discordante a escala continental.
Un Estado narco-paramilitar, terrorista, feroz.
Un gobierno sintonizado con la lógica guerrerista de los halcones de
Washington, decididos al re-despliegue de sus fuerzas militares en toda la
región
Una dominación violenta, corrupta, asquerosa, criminal, en todos planos y
vertientes, como la caracterizaron el comandante Marulanda y todos los
dirigentes e intelectuales revolucionarios de ese país.
Un país con grados elevados de presencia militar estadounidense (siete bases
militares) y arrastrado a jugar un papel puntero en los planes de agresión
estadounidenses y de conquista militar de la Amazonía; así como en los
programas contrarrevolucionarios contra Venezuela y Ecuador.
No hay que repetir aquí los datos que prueban su vocación persistente por el
genocidio y las masacres. Esto dura ya 60 años y cada día ese poder se torna
más violento y empobrecedor, más excluyente y saqueador. La era neoliberal y
el poder de los halcones ha potenciado todo esto en el peor de los sentidos.
La insurgencia, las FARC y el ELN, los movimientos sociales radicales, han
sido una necesaria contrapartida; independientemente de cualquier error
cometido en su largo y heroico batallar.
Ese mérito estará definitivamente vinculado a la historia, al pensamiento y al
accionar de esa leyenda viva y trascendente que el pueblo humilde de bautizó
cariñosamente con el sobrenombre de “Tiro Fijo”.
Se trata, por demás, de un importantísimo acumulado político-militar, no solo
para enfrentar lo que está cruel realidad depara, sino además lo que viene,
que todo indica podría ser peor.
Me refiero a lo que viene en Colombia dentro de la escalada militarista,
guerrerista e intervencionista del Pentágono-USA, y a lo que puede venir en
esa región, apuntando con fuerza contra los procesos avanzados de Venezuela,
Ecuador, Bolivia y Paraguay después de lo acontecido en Honduras; apuntando
hacia la conquista militar de la Amazonia por EEUU y hacia la revocación de
los avances políticos en la región.
En tales condiciones, pensar en el camino armado, en la resistencia
popular-militar, en la insurgencia armada de los pueblos, es una necesidad;
sin desmedro de otras formas de lucha, de una combinación de métodos de lucha
y movimientos políticos y sociales alternativos, sin de desistir de frustrar
por la vía política los contraataques del imperialismo, las oligarquías y las
mafias en el poder.
Así las cosas saltan a la vista lo infundado e inconsistente que es afirmar
que la lucha armada “pasó de moda”, o se quedó en la historia, o que en el
caso de Colombia es una “excusa” para agredir a otros.
Sugerirle a las FARC que se desmovilice y acceda a la vida pública y legal en
el contexto de un Estado con las características descritas y en una situación
como la que ha creado el régimen de Uribe y sus socios en Colombia -o lo que
podría ser su continuidad con otros rostros- es como pedirle que lo arriesgue
todo y se exponga al exterminio, que liquide de sopetón al patrimonio
político-militar construido en décadas de sacrificios y pase a ser víctima de
seguras retaliaciones sin posibilidad de responder.
Aceptar ahora esa sugerencia, o decidirla por cuenta propia en cualquier otra
oportunidad, es sencillamente suicida; porque es un paso hacia un abismo
mortal.
Esto equivale a disolver a cambio de nada, o de muy poco, el único ejército
popular, irregular antiimperialista, pro-socialista, de Colombia y de esa sub-región.
Y digo el único, porque esa misma receta es válida también para el ELN, que es
aunque diferenciado y en menor escala, es otro componente de ese ejército y de
la contrapartida popular-militar insurgente colombiana.
Más allá de Colombia
Pero tampoco es correcto decretar la clausura de la vía armada a escala
continental con los nubarrones de guerra e intervención gringa que se ciernen
sobre nuestros países y especialmente en esa zona de Suramérica, y en México
(donde existe el EZLN)
La creciente y perfeccionada cadena de bases militares estadounidenses no es
para jugar fútbol o pelota, ni la ascendente intervención militar gringa en
Haití responde a una vocación humanitaria o a propósitos de paz.
Tampoco lo es la activación de su IV Flota. Ni las operaciones “Nuevos
Horizontes” o “Confraternidad con las Américas”, mucho menos la vertiente de
la guerra global hacia la Amazonía
Nada de eso.
Cierto que en tiempos recientes, auque precedidas y/o combinadas con otras
formas de lucha, los mayores avances políticos se han concretados a través de
elecciones.
Pero cierto también es que esto tiene límites y fragilidades más que
evidentes, puesto que las amenazas de desestabilizaciones violentas y no
violentas, de conspiraciones internas y de intervenciones y guerras
imperialistas, son muy reales al trata, en algunos casos de procesos, que se
proponen tareas superiores a la contemporización con el status quo.
Por eso, no le veo el sentido revolucionario a los pronunciamientos y/o
iniciativas basadas en la negación, cara al presente y al futuro, de la
validez del recurso de las insurgencias armadas y en propuestas de
desmovilización de lo que se ha podido acumular, ya sea en Colombia (FARC Y
ELN), en México (EZLN y otros movimientos político-militares), o en cualquier
otro país del continente o del mundo.
Visto este panorama continental y sus perspectivas, la insurgencia armada, la
resistencia popular armada, la alianza pueblo y militares patriotas, podrían
tornarse cada vez más necesarias en no pocos casos y a escala de Patria
Grande. ¡Y en la situación colombiana ni hablar!
Esto es así independientemente de los resultados de las elecciones
estadounidenses, dado que el poder permanente, el complejo militar industrial,
las corporaciones transnacionales, la claque militar reaccionaria, la CIA y el
sistema de inteligencia, el sionismo y su poder interno real, los petroleros y
contratistas vinculados a la guerra, tienen en EEUU más poder decisorio que
cualquier presidente, ya liberal, ya conservador.
Esto explica el porqué Barack Obama -que logró despertar, captar sentimientos
anti-guerreristas y pro-paz y generar ilusiones posiblemente más allá de sus
límites y compromisos sistémicos soterrados- le ha dado continuidad a la
política de guerra de EEUU.
Las presiones imperiales han sido y seguirán siendo inmensas en todos los
planos, como igual su determinación de aplastarnos por la fuerza. Pero
“quitarse presiones” abandonando ejes esenciales del nuevo proyecto
revolucionario, haciendo concesiones a costa de la profundización y ampliación
de los procesos, podría conducir a una incontenible mediatización, camino a la
liquidación, de esta promisoria ola transformadora.
Recordemos lo que nos enseñó el querido Che: al imperialismo no lo podemos
ceder “ni un tantito así”. Por eso en lugar de desarmarse, los movimientos
populares y los procesos avanzados en marcha, deben pensar en armarse más y
mejor. Y esto es válido tanto desde el punto de vista teórico-político, como
desde el punto de vista militar.
En lugar de desmovilizarse, las FARC, el ELN, el EZLN, el EP y otras
organizaciones insurgentes, deben pensar en armarse y fortalecerse en todas
las vertientes del quehacer revolucionario. Igual los componentes y las
estructuras más avanzadas dentro de los procesos que procuran avanzar hacia
nuevas revoluciones.
El estigma contra las rebeldías armadas, promovida por la dictadura mediática
estadounidense, ha logrado una gravitación sumamente negativa…Esto hace
extremadamente difícil la pelea por su reivindicación, pese al rol de las
armas en la gesta de Bolívar y los próceres de América y en todos los
episodios y gestas heroicas de nuestros pueblos.
Pero por difícil que sea, es preciso rechazar el chantaje y poner cada cosa en
su lugar; más cuando se avecinan momentos en que desarmarse conceptualmente en
ese aspecto podría resultar fatal.
Y para terminar debo decir algo que me sale del alma:
Cuando leo y oigo todo lo que la mafia uribista le atribuye a las computadoras
de Reyes y de Iván Ríos, cuando escucho todos esos planes para adquirir
cohetes y elevar la capacidad de combate de las FARC-EP, cuando oigo decir del
traspaso de altas tecnologías militares a los movimientos subversivos, cuando
leo sobre los portentosos planes de expansión de la insurgencia armada
–sabiendo que no es cierto, y aun conociendo la perversidad y los fines
nefastos que lleva a esos señores a verter tantas y tan grandes mentiras-
desearía de todo corazón que todo eso -y mucho más- fuera absolutamente cierto
y se estuviera ejecutando.
Porque en verdad-verdad, no hay nada tan desgraciado, tan fatal para la
humanidad, como un imperio con tantas armas, con tan alta tecnología militar,
con tanta vocación destructiva, con tanta capacidad genocida… sin la
contrapartida política-militar necesaria para detener sus fechorías y derrotar
sus pretensiones totalitarias.
Eso lo tuvo siempre presente el Che desde su aguda visión continental y
mundial del proceso liberador. Lo llevó también en la mente y en el corazón de
manera muy persistente el comandante Marulanda que nos legó así en ese plano
una construcción político-militar admirable.
Ambos fueron ejemplares continuadores de Bolívar, que amó la paz sin renunciar
a la insurgencia necesaria para liberar la Patria Grande.
Ese gran objetivo está pendiente y sospecho que va a requerir de las más
diversas y consistentes formas de lucha, resistencias y ofensiva.
Que en días recientes la espada de combate del Libertador haya sido rescatada
por las FARC-EP y traspasada a nuestro naciente Movimiento Continental
Bolivariano (MCB) es un hecho premonitorio de un porvenir pleno de combates
inevitables y liberaciones necesarias.
¡BOLÍVAR VIVE, LA LUCHA SIGUE!
26 marzo 2010, Caracas
Narciso Isa Conde
volver