Tolstoy no tuvo apenas relación con el marxismo, una concepción del mundo que
consideraba materialista, en tanto que los marxistas tachaban su ideario de
“idealista” y contradictorio, cuando no reaccionario. Tolstoy no leyó a ningún
marxista, y el más cercano que tuvo fue sin duda Máximo Gorki, más “cómplice”
que propiamente militante. En alguna ocasión se refirió duramente hacia ellos,
y en plena revolución de 1905, Chertkov le rogó que limará sus referencias
hacia ellos. Aún y así, como novelista los trató con mayor objetividad, y ahí
está Resurrección. Tampoco por parte dos marxista hubo ninguna voluntad de
aproximación, estaban, por decirlo así, en otra guerra.
Esto no excluye el hecho de que el agudo George Steiner hiciera notar el
novelista fue muy popular entre los bolcheviques, una conexión “maldita” sobre
la que Isaiah Berlin, en su obra El erizo y la zorra, introduce
despectivamente una nota a pie de página, en la que llega a decir: “En cuanto
a los inevitables esfuerzos por relacionar las opiniones históricas de Tolstoy
con la de los distintos marxistas posteriores –Kautsky, Lenin, Stalin, etc-,
es algo que entra más en el terreno de las curiosidades de la política o la
teología que en el de la literatura”. Como el lector podrá comprobar en la
bibliografía final, fueron Plejanov, Lenin, Trotsky, así como Rosa Luxemburgo
y Lukács, mostraron un considerable interés por Tolstoy y su obra, y a tal
efecto, escribieron ensayos que, al margen de las simpatías o antipatías
ideológicas, representaron aportes de envergadura; a Stalin empero, no se le
conoce ni una sola línea al respecto, lo contrario habría sido bastante
extraño. Berlin no puede ocultar un reaccionarismo que le lleva, entre otras
cosas, a atribuir Marx una opción “reservada” una sola clase, mientras que
Tolstoy la hacía por lo “común para casi toda la humanidad” (1998; 91). En
realidad, Marx veía la clase obrera como protagonista de un bloque social
anticapitalismo, y aunque Tolstoy no ofreció reflexiones específicas al
respecto, otorga al campesinado liberado, un papel central, incluso como
modelo de vida.
Los dos principales líderes del bolchevismo entre 1917 y 1924, escribieron
ensayos que han sido reconocidos, así, por ejemplo, León Trotsky, escribió un
subyugante artículo en 1908, con ocasión del 80 aniversario del escritor, y en
que decía: “¡Pero qué milagros de transformación no crea el genio! De la forma
bruta de esta vida gris y sin color, él saca a la luz del día toda su belleza
oculta. Con una calma olímpica, con un verdadero amor homérico por los hijos
de su espíritu, consagra a todos y a todo su atención: El general en jefe, los
servidores del terreno señorial, el caballo del simple soldado, la hija
pequeña del conde, el mujik, el zar, la pulga en la camisa del soldado, el
viejo francmasón, ninguno tiene privilegio ante él y cada uno recibe su parte.
Paso a paso, rasgo a rasgo, pinta un inmenso fresco, cuyas partes todas están
vinculadas por un lazo interior, indisoluble. Tolstoy crea, sin apresurarse,
como la vida misma que desarrolla ante nuestros ojos. Rehace el libro
enteramente siete veces. Lo que asombra más en este trabajo de creación
titánica es, quizá, el hecho de que el artista no se otorga a sí mismo, y no
permite tampoco al lector conceder su simpatía a tal o cual personaje. Jamás
nos muestra, como hace Turguéniev, a sus héroes -a los que, por otra parte, no
ama-, iluminados por luces de bengala o por el resplandor del magnesio, jamás
busca para ellos una pose ventajosa. No oculta nada y nada pasa en silencio.
Al inquieto buscador de verdad, Pierre, nos le muestra al fin de la obra bajo
el aspecto de un padre de familia tranquilo y satisfecho. A la pequeña Natacha
Rostov, tan conmovedora en su delicadeza casi infantil, la transforma, con una
ausencia de piedad completa, en una mujercita limitada con las manos llenas de
pañales sucios. Es precisamente esta atención apasionada por todas las partes
aisladas la que crea el poderoso patetismo del conjunto. Puede decirse de esta
obra que toda ella está penetrada de panteísmo estético, que no conoce ni
belleza, ni fealdad, ni grandeza, ni pequeñez porque para él sólo la vida en
general es grande y bella, en la eterna sucesión de sus diversas
manifestaciones. Es la verdadera estética rural, impiadosamente conservadora,
según su naturaleza, y lo que acerca la obra épica de Tolstoy al Pentateuco y
a la Ilíada”.
Pero tal entusiasmo no contradice una posición muy crítica en relación al
ideario que el propio Trotsky, resume así siguiendo los preceptos del conde-mujik:
“1. No son leyes sociológicas de una necesidad de bronce las que determinan la
esclavitud de los hombres, sino los reglamentos jurídicos establecidos
arbitrariamente por ellos; 2. La esclavitud moderna es la consecuencia de tres
reglamentaciones jurídicas que conciernen a la tierra, a los impuestos y a la
propiedad; 3. No sólo el gobierno ruso, sino cualquier gobierno, sea el que
sea, es una institución que tiene por objeto cometer impunemente los crímenes
más espantosos, con la ayuda del poder del Estado; 4. El verdadero
mejoramiento social se obtendrá únicamente mediante el perfeccionamiento moral
y religioso de los individuos; 5. Para librarse de los gobiernos no es
necesario combatirlos con medios exteriores, basta con no participar en ellos
y no apoyarlos. Especialmente no hay que: a) aceptar las obligaciones de un
soldado, de un general, de un ministro, de un estadista, de un diputado; b)
suministrar voluntariamente al gobierno impuestos directos o indirectos; c)
utilizar las instituciones gubernamentales o solicitar una ayuda financiera
cualquiera del gobierno; d) hacer proteger su propiedad privada por alguna
medida del poder del Estado”.
De una manera no muy diferente se expresan Rosa Luxemburgo y george Lukács.
Ella dice en su famoso texto sobre Vladimir Korolenko, refiriéndose a la par a
Tolstoy y a Dostoievski: ”Las doctrinas místicas de Tolstoy reflejan también
tendencias reaccionarias. Pero los escritos de ambos nos despiertan, inspiran
y liberan. Y eso es porque su punto de partida no es reaccionario, sus
pensamientos y emociones no obedecen al deseo de aferrarse al statu quo, ni
los inspiran el resentimiento social, la estrechez mental ni el egoísmo de
casta. Por el contrario, reflejan un gran amor por la humanidad, y una
profunda reacción ante la injusticia” Es la misma Rosa que efectuó un
fulgurante comentario cuando Kurt Korn, un mediocre intelectual y crítico
socialdemócrata alemán que declaró que lo de Tolstoy “no era arte”. Rosa
comentó entonces visiblemente airada: “…En cualquier pueblecito siberiano que
a uno se le antoja mencionar hay más humanidad que en toda la socialdemocracia
alemana”.
En cuanto a Lukács, que le dedicó trabaos importantes, proclama en uno de
ellos: “El mismo Tolstoy sintió de una manera muy viva lo que de
verdaderamente épico había en sus grandes novelas. Pero no sólo él mismo
comparó Guerra y paz con Homero; muchos lectores, conocidos y desconocidos, de
este libro han experimentado un sentimiento análogo...Las ilusiones de Tolstoy
de que aquí no se plantea un conflicto sin salida para los representantes
honorables de su clase, son los fundamentos básicos de la ejemplar grandeza
épica de esta novela. En Ana Karenina, estas ilusiones están ya más
esquilmadas que en Guerra y paz. Y estas limitaciones se manifiestan, por lo
que se refiere a la composición, en un laconismo más dramático, en un
desarrollo de la fórmula menos cómodo, menos sereno y más envarado. El
acercamiento temático a la novela europea del siglo XVIII muestra también de
manera evidente la aproximación de esta crisis. Ana Karenina tiene todavía las
dotes estilísticas del período de iniciación, pero señala ya con claridad la
época de crisis que se avecina y es por eso, exteriormente, mucho más
novelesca que Guerra y paz”.
Por su lado, Lenin, escribió media docena de estudios sobre el Tolstoy al que
trató como “espejo de la revolución rusa”. Su valoración de éste como
escritor, es igualmente entusiasta, y a partir de aquí trata de examinar su
obra tomando en cuenta su significado político primordial que, a sus ojos,
presenta en los últimos años de su vida, en el momento de su muerte y después
de ella, intenta desentrañar el tipo de ideas que defiende el escritor para
explicar sus contradicciones internas y su relación con contexto en que se
está forjando la revolución…En todos ellos, el rechazo de su ideario místico y
agrario resulta simple: escritor extraordinario e imprescindible, hay un
Tolstoy admirable que denuncia los atropellos del zarismo, y que denuncia el
capitalismo, pero no aceptan el que rechaza la violencia liberadora de las
masas. Aparte de algunos simplismos –toda religión es reaccionaria-, resulta
evidente el rechazo e los marxistas es e propio del de antes de la revolución.
Hay un optimismo y una fe revolucionaria, que el paso del tiempo nos obliga a
contextualizar…En los problemas que comporta la violencia, pero también en
cuanto a lo que ha comportado el industrialismo. La religión o es una
ideología, es una forma de vida, y no fueron pocos los que partiendo desde
Tolstoy llegaron en 1917 y después hasta Lenin.
Un buen ejemplo quizás sea el poeta Alexander Block (1880-1921), quien fue
sacudido en 1917 por la irrupción de las masas en la historia, y escribió uno
de los poemas más en consonancia con el momento, Los doce (1918, en el que
Jesús de Nazareth lidera un grupo de once revolucionarios dispuestos a
todo…También podríamos citar el caso del escritor griego Nikos Kazantakis, el
del pastor protestante suizo Jules Humbert-Droz, durante años cuadro de la
Internacional Comunista, de la que fue apartado en 1932, y que tituló el
primer volumen de su extensa y notable autobiografía, Mi evolución del
tolstoysmo al comunismo (1891-1921. Se podría decir que, al igual que en el
caso del anarquismo, esta relación y estos conflictos, adquieren su pleno
significado en el diálogo entre dichas corrientes socialistas y el
cristianismo entendido en su acepción originaria.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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