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Si no fuera suficiente con perder 2,3 millones de empleos en 2008, el mayor descenso desde 1945, el lunes 26 de enero se anunciaron 68.000 despidos. El "lunes sangriento" llenaba los titulares, pero la hemorragia de empleos de la economía norteamericana parece que no tiene final a la vista. Desde el lunes más empresas han anunciado despidos. La lista de empresas que han despedido a trabajadores son: 20.000 ce Caterpillar; 10.000 de Boeing; 8.000 de Pfizer; 8.000 de Sprint Nextel; 7.000 de Home Depot; 6.700 de Starbucks; 6.000 de Intel; 5.000 de Microsoft; 5.000 de Schlumberger; 2.000 más de General Motors; 1.200 de Ford; 1.000 de United Airlines; 700 de AOL; 600 de Target; 350 de Brooks Automation, y la lista continúa.
La tasa oficial de desempleo es la mayor en dieciséis años, un 7,2 por ciento, se espera que alcance el 10 por ciento en los próximos doce meses. El número de norteamericanos que se ha apuntado a las listas del desempleo ahora es de 4,78 millones, el nivel más elevado desde que comenzaron las estadísticas en 1967. Oficialmente 11 millones de estadounidenses está en el paro, un 48 por ciento más que hace un año, incluso antes de que comenzase la última oleada de despidos. Se espera que este año se pierdan unos dos millones de puestos de trabajo, aunque el plan de estímulo económico de Obama, de 819.000 millones de dólares, consiga crear empleos o por lo menos pare el despido de cientos de miles de trabajadores.
Todd Wilson, un vendedor de ordenadores de Kansas, plantea la cuestión de la siguiente manera: "Cualquiera que busque ahora un empleo siente este tsunami económico, lo siente como algo repentino, como algo que aparece de repente". Según Heidi Shierholz, economista del Economic Policy Institute, hay cuatro trabajadores parados compitiendo por cada empleo disponible. "Hay literalmente millones de trabajadores parados sin esperanza de encontrar un nuevo empleo. La cola es demasiado larga". Y según el economista jefe del Mid-America Regional Council, Frank Lenk, por cada empleo perdido, se perderán una media de otros dos.
El desempleo en EEUU ha aumentado constantemente desde principios de 2008 y había alcanzado los 11 millones a principios de este año. Fuente: Bureau of Labour Statistics.
Pero no 68.000 no sólo es un número. Son trabajadores individuales con familias, amigos, casas, sueños y esperanzas en el futuro. Con el recorte de puestos de trabajo, los pagos de hipoteca, la evaporación de los ahorros y las deudas de las tarjetas de crédito, el futuro para millones de trabajadores norteamericanos cada vez es más negro. La dura realidad de la vida bajo el capitalismo, la destrucción del "sueño americano" aplastado por una avalancha de deuda, ha llevado a muchos a la desesperación. En muchos casos se puede decir literalmente que el capitalismo mata.
Algunos han llegado a quemar sus casas para evitar los desahucios por impago de la hipoteca, otros han tomado medidas aún más drásticas. El martes 27 de enero, un día después del "lunes sangriento", el país quedó conmocionado, pero no sorprendido, al escuchar otro asesinato múltiple debido a la desesperación por la situación económica. Un californiano asesinó a su esposa, a sus cinco hijos y después se suicidó después de que él y su esposa perdieran sus empleos en un hospital. Según las noticias, la pareja planificó conjuntamente los asesinatos como un "escape" para la familia, no veían otra salida. Según decía la nota de suicidio: "¿por qué dejar a nuestros hijos en manos de otro?"
Por supuesto, no todos los despedidos tienen este trágico final. Pero ¿quién puede negar que las presiones de este sistema empujan a padres norteamericanos "normales" al abismo? ¿Y qué decir de Marvin Schur, un hombre de 93 años de edad de Michigan, que murió congelado en su propia casa después de que la compañía eléctrica le cortase la luz por no pagar la factura? Según un visitador médico del condado, el veterano de la Segunda Guerra Mundial sufrió una "muerte lenta y dolorosa".
Esta es la verdadera cara del capitalismo. Por lo tanto, no nos puede sorprender que la rabia y el malestar con los banqueros, los ejecutivos y los ricos en general vaya en aumento. El mismo día que se anunciaban los 68.000 empleos perdidos, se informaba que Citigroup, uno de los mayores receptores del plan de rescate, iba a gastar 45 millones de dólares en un avión privado para sus ejecutivos. Los excesos empresariales han despertado los instintos de clase de los trabajadores, 45 millones de dólares del dinero público para un avión privado cuando millones de trabajadores están perdiendo sus empleos.
Citigroup va en cabeza con su compra planificada de un avión privado valorado en 45 millones de dólares. Increíblemente, nueve de cada 10 ejecutivos veteranos de los bancos que recibieron dinero público aún mantienen su empleo. En otras palabras, aquellos que capitanearon esta última crisis del capitalismo aún están al timón. Por ejemplo, JP Morgan Chase, que recibió miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes, aún está dirigido por James Dimon, que en 2007 consiguió 28 millones de dólares y después recibió muchos millones más.
El desempleo en la industria bancaria casi se ha triplicado y en estos últimos dos años unos 100.000 trabajadores del sector han perdido el empleo. Según Rebecca Trevino de Louisville, Kentucky, una madre de tres hijos recientemente despedida de su empleo de coordinadora de formación del Bank of America: "Las mismas personas siguen en la cúpula, las mismas que tomaron las decisiones que han provocado la suerte de nuestra crisis financiera. Eso es lo que ocurre en la dirección. La gente de arriba siempre sitúa la culpa en otro lugar. Es sorprendente que la dirección pueda tomar decisiones que llevaron a la ruina financiera a tantos y después reciban ayuda por ello".
Sin ningún tipo de vigilancia pública al dinero del rescate, simplemente se asume que los altos ejecutivos harán "la mejor elección" en esta ocasión. Pero como dice Jamie Court, presidente del grupo californiano Consumer Watchdog: "Cuando tratas con los mismos perros posiblemente termines con las mismas pulgas".
Con frecuencia se habla de los procesos subyacentes en la sociedad con listas interminables de hechos y cifras. El siguiente es un ejemplo de las conclusiones a las que están llegando muchos trabajadores sobre la base de su experiencia. Mientras viajaba al aeropuerto O'Hare de Chicago el "lunes sangriento", me dirige a un mostrador para confirmar mi hora de llegada. Tres trabajadores de la aerolínea, uno que trabajaba en el mostrador y dos miembros de la tripulación esperaban antes de montar en el avión, entonces vieron la noticia en la CNN de los 68.000 trabajadores que habían perdido su empleo en un solo día. Sus miradas mostraban preocupación e incredulidad, evidentemente pensaban en la seguridad de su propio puesto de trabajo. Después el trabajador del mostrador dijo: "Es una vergüenza, cuando todo lo que hace falta es despedir a cinco personas". Los otros miraban perplejos. "Sí, sólo a cinco personas, los altos ejecutivos de United Airlines, American Airlnies, Delta Airlines, etc., y el problema se solucionaría". Los otros rieron y uno añadió: "Que la lista sea de diez personas, también los jefes de los bancos". Después de más risas el tercero añadió: "Dejemos que cojan sus aviones privados y que vuelen a cualquier sitio para nunca regresar".
Estos son ejemplos aislados de una conversación que se puede escuchar por todo el país cuando millones de trabajadores experimentan un proceso molecular de discusión y análisis de la crisis y sus causas. Aquí tenemos unos cuantos más: "Cada día hay más malas noticias y más parados". "Yo pensaba que mi empleo estaba a salvo, pero comienzo a estar preocupado. El hacha podría caer en cualquier momento". "Necesitamos confiscar la propiedad de los ricos". "Construyeron demasiado durante el boom y ahora todos son despedidos".
Los trabajadores estadounidenses comienzan a "atar cabos". Instintivamente comprenden que sólo un puñado de personas por arriba son las que toman las decisiones que nos afectan a los demás. Sólo hace unos meses este tipo de discusión simplemente no se daban a una escala tan amplia: en el autobús, en la carnicería, en la oficina postal, en un partido de fútbol, en la iglesia, en el bar, en la mesa. Este es sólo el principio de un profundo giro de los trabajadores norteamericanos, los mismos trabajadores que en el pasado votaron a George W. Bush y apoyaron la guerra de Iraq, que comienzan a comprender la sociedad en la que viven. Las implicaciones revolucionarias para el futuro son evidentes.
John Peterson