Opinión
El retorno del viejo topo socialista
Por: Carlos Rivera Lugo (CLARIDAD)
Fecha publicación: 27/12/2007La madrugada es la región más Che Guevara de los sueños.
Daniel Viglietti.A finales de noviembre, estuve en México para participar de la Segunda Conferencia Latinoamericana de Crítica Jurídica, efectuada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), bajo los auspicios de su Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades y la revista latinoamericana Crítica Jurídica. Tuve el honor de ofrecer la conferencia inaugural titulada “Democracia y lucha de clases en Nuestra América: La insurgencia de ese saber y ese Derecho muy otro”, en la que afirmé mi parecer de que el Estado moderno atraviesa por un periodo de reestructuración bajo el cual forcejean dos visiones estratégicas.
La primera, expresión del proyecto neoliberal, está asentada sobre una “democracia” elitista, donde lo democrático se devalúa para reducirse al gobierno de los políticos y empresarios, los protagonistas privilegiados del mercado, y donde el pueblo es reducido al papel de mero rebaño manipulable. Y en la medida en que el pueblo genera resistencias cada vez mayores frente a los propósitos hegemonistas del neoliberalismo, éste provoca una especie de “guerra civil legal” mediante el establecimiento de unos regímenes cada vez más autoritarios de control de la ciudadanía. El estado de excepción resultante va suspendiendo trozos enteros del Estado de Derecho moderno, para implantar un Estado de facto en defensa de los crecientemente asediados intereses del capital. Es el Estado a modo de dedo ordenador de Dios, imponiendo desde arriba su voluntad.
Frente a la visión neoliberal, se erige en la alternativa una propuesta de reestructuración radical del Estado, en la forma de una ampliación significativa del marco de lo que hasta hoy se ha conocido como democracia. Bajo ésta, el Estado debe refundarse, encarnarse en la gente y hacerse más fluido como las nuevas formas ampliadas y desbordantes que asumen en estos tiempos las resistencias sociales frente a los intentos del capital de subsumirlo todo bajo sus lógicas trituradoras. Retorna el sujeto político, transfigurado, consciente de su singularidad, lo que no es óbice para que lo común vuelva a constituir un espacio articulador de nuevas formas de organización de lo social, económico y político. Conforme a ello, se está viviendo en lo que va del nuevo siglo una nueva vuelta de tuerca histórica que empieza a instituir nuevas realidades que si bien aún contradictorias, no son por ello menos promisorias. El mundo se vira al revés, para reconstituirse desde abajo por los de abajo.
Luchas antisistémicas
México constituye un buen ejemplo del anterior marco de comprensión sobre la actual coyuntura política en Nuestra América. En estos instantes se denuncia el agresivo rumbo que lleva el gobierno de facto del presidente Felipe Calderón hacia un Estado policiaco, a modo de homologación del Estado de Derecho mexicano al estado de excepción impuesto en Estados Unidos por su aliado norteño George W. Bush. Incluso, en estos días el Subcomandante insurgente Marcos denunció, en el marco de un Coloquio sobre movimientos antisistémicos que se celebraba en San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, el arreciamiento de la represión del gobierno mexicano y grupos paramilitares contra el movimiento zapatista. “Como hace tiempo no ocurría, nuestras comunidades, nuestras compañeras y compañeros, están siendo agredidas”, dijo.
“Quienes hemos hecho la guerra sabemos reconocer los caminos por los que se prepara y acerca. Las señales de guerra en el horizonte son claras”, advirtió el líder zapatista. De paso se quejó de cierta izquierda institucional que se ha hecho cómplice de estas agresiones, sea por su silencio o su apoyo sin tapujos a éstas. Al respecto llamó la atención de que “en los últimos años ha cobrado fuerza, en el medio intelectual progresista de México, la idea de que se puede transformar las relaciones sociales sin luchar y sin tocar los privilegios de que disfrutan los poderosos. Sólo es necesario tachar una boleta electoral y ¡zaz!, el país se transforma”. Puntualiza que sólo se podrá derrotar al capitalismo y sus formas políticas esencialmente bélicas a partir de la articulación de una amplia constelación de luchas antisistémicas.
“No se puede entender y explicar el sistema capitalista sin el concepto de guerra. Su supervivencia y su crecimiento dependen primordialmente de la guerra y de todo lo que a ella se asocia e implica. Por medio de ella y en ella, el capitalismo despoja, explota, reprime y discrimina. En la etapa de globalización neoliberal, el capitalismo hace la guerra a la humanidad entera”, subrayó.
Señaló Marcos que no cree en las teorías de la autodestrucción del capitalismo: “Las versiones apocalípticas sobre que el sistema colapsará por sí mismo son erróneas. Como indígenas llevamos varios siglos escuchando profecías en ese sentido... La destrucción del sistema capitalista sólo se realizará si uno o muchos movimientos lo enfrentan y derrotan en su núcleo central, es decir, en la propiedad privada de los medios de producción y de cambio”.
“Las transformaciones reales de una sociedad, es decir, de las relaciones sociales en un momento histórico, como bien lo señala Wallerstein en algunos de sus textos, son las que van dirigidas contra el sistema en su conjunto. Actualmente no son posibles los parches o las reformas. En cambio son posibles y necesarios los movimientos antisistémicos”, abundó el líder zapatista.
“Las grandes transformaciones no empiezan arriba ni con hechos monumentales y épicos, sino con movimientos pequeños en su forma y que aparecen como irrelevantes para el político y el analista de arriba. La historia no se transforma a partir de plazas llenas o muchedumbres indignadas sino, como lo señala Carlos Aguirre Rojas, a partir de la conciencia organizada de grupos y colectivos que se conocen y reconocen mutuamente, abajo y a la izquierda, y construyen otra política”, siguió exponiendo el Subcomandante insurgente para luego concluir: “Habría, creemos nosotros, nosotras, que desalambrar la teoría, y hacerlo con la práctica”.
Un campo de batalla
Leo a Marcos y me confirma la extraordinaria contribución –por no decir paradigmática- del filósofo francés Michel Foucault, a nuestra comprensión contemporánea del fenómeno del poder. Para Foucault, el poder político es una guerra silenciosa que se reinscribe en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje y en los cuerpos. La sociedad civil toda es, en esencia, un campo de batalla, a través de la cual se despliegan unas relaciones de fuerza dadas que se constituyen, reproducen o transforman localmente.
Superando el ilusionismo jurídico, Foucault nos advierte que como tal el poder se construye, no se toma, es decir, se construye por donde se implanta y produce sus efectos reales, al nivel de los individuos de carne y hueso. Es el poder de la gente para apalabrar y protagonizar su propia historia.
En fin, el poder anida más allá del Estado y del gobierno. Anida en el centro pero también en los márgenes, es decir, en cada parte de la totalidad social. Sólo a partir de la más cabal comprensión de este hecho es que podemos construir sujetos políticos emancipados y articular luchas que sirvan de líneas de fuga hacia la constitución de una hegemonía alternativa. Es a partir de las experiencias vividas que vamos descifrando el verdadero sentido de la historicidad de nuestros actos y entendiendo los rumbos específicos para la realización de nuestros sueños. Y esas experiencias, remachadas por las vividas durante el presente año 2007, nos revelan, como ya dije, una vuelta de tuerca histórica en la América nuestra.
“Hoy recomienza el tiempo de una narración del proceso de liberación”, sentenció recientemente desde Buenos Aires el filósofo político italiano Antonio Negri, proceso de liberación bajo el cual han entrado en escena una multiplicidad de nuevos sujetos y circunstancias que construyen “ese mosaico sobre cuya base se puede volver a contar una historia de liberación que es absolutamente necesaria”.
El viejo topo de la revolución
Dentro del recomienzo que se vive de esa historia de liberación, se transparenta como motor una lucha de clases, igualmente transfigurada, entre una clase dominante inmensamente rica, globalmente potenciada, y un proletariado integrado por todos aquellos y aquellas que trabajan y son explotados o excluidos y marginados por el orden civilizatorio capitalista. Y dentro de esos forcejeos vuelve a asomar la cabeza ese viejo topo del que nos habló Carlos Marx, “que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno zapador que se llama Revolución”.
Eso es lo que nos enseñan los actuales procesos de cambios que se viven en Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde se da con mayor claridad el retorno del viejo topo del socialismo, aunque igualmente transfigurado al calor de las nuevas circunstancias históricas que nos han tocado vivir en este Siglo XXI. Ahora bien, estos mismos procesos atestiguan el imperativo insoslayable de que si de refundar sociedades se trata, ello se tiene que potenciar en última instancia desde abajo.
El poder desde las cimas del Estado actual es limitado, como se ha comprobado en este año en los casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Haber alcanzado ser poder constituido, no se traduce automáticamente en poder constituyente. La naturaleza de la gobernabilidad en esta era revolucionaria es la de una red viva de sujetos democráticamente potenciados que condiciona la capacidad de refundación o de reconstituir. El poder constituyente es difluyente, es decir, se ha desbordado a través de toda la sociedad. Allí está el poder constituyente, materialmente hablando, y es desde ese conjunto de relaciones de fuerzas que se refunda. Para ello, hay que identificar y agrupar el más amplio bloque alternativo de fuerzas sociales y políticas que pueda oponerse al bloque de fuerzas que apuntalan el orden civilizatorio capitalista aún vigente.
Las lecciones de la realidad
Esa es la lección del reciente proceso de reforma constitucional en Venezuela. Las circunstancias no se dejan apurar ni se pueden ignorar. “El problema con la realidad, es que no sabe nada de teoría”, es la sabia admonición de Don Durito de La Lacandona. Pero, indudablemente, de cosas malas se pueden sacar cosas buenas, lo que significa que el proceso revolucionario venezolano se apresta a inaugurar un nuevo ciclo, con una clara conciencia de sus virtudes pero una aún mayor conciencia de sus limitaciones y defectos. Ante éstos últimos, sólo cabe la más decidida acción correctiva para potenciar el bloque de fuerzas que le posibilite relanzar su deseado salto hacia delante para la construcción del socialismo.
En el caso de Bolivia, la derecha pretende obstruir su refundación democrática, mediante el rechazo al nuevo proyecto de Constitución que establecería un Estado y una sociedad plurales desde el punto de vista político, económico, jurídico, cultural y lingüístico. El presidente Evo Morales ha llamado a la oposición a un diálogo, pero ésta le riposta con la puesta en marcha de unos procesos de secesión y desintegración territorial, particularmente en los departamentos de Santa Cruz, Pando, Beni, Tarija y Cochabamba, que pretenden retar la autoridad de su gobierno. Los motivos del lobo son claros: rechazar la inclusión de los indígenas en el nuevo proyecto de país que se forja y obstaculizar la redistribución de las riquezas nacionales hacia los sectores históricamente excluidos.
Como cabeza del poder constituido, Evo Morales reafirma su apuesta por la refundación democrática del país y por someter el diferendo a evaluación del poder constituyente. La lucha que se libra entre el poder constituido y las fuerzas oligárquicas ha sido valorado como un “empate catastrófico”, que sólo puede ser ganada si efectivamente logra el gobierno apuntalarse finalmente en el poder constituyente, es decir, en un bloque amplio de fuerzas populares e indígenas, para seguir avanzando. Parece haberle llegado a Bolivia “la hora de los hornos”, ante la cual se habrá de ver finalmente la luz o le vuelve a arropar las tinieblas.
En Ecuador, ya inició sus trabajos la Asamblea Constituyente que tiene la encomienda de producir el texto de una nueva constitución refundadora del país para mayo del 2008. El presidente Rafael Correa sostiene la iniciativa en torno al proceso y está consciente de que debe mantener a raya a la oposición de derecha si quiere que dicho proceso constituyente culmine exitosamente.
En Nicaragua, luego de un año, el gobierno del presidente Daniel Ortega enfrenta una oposición, desde la derecha, a su decisión de reestructurar radicalmente el Poder Ejecutivo con la creación, por decreto, de los Consejos del Poder Ciudadano (CPC). Para el mandatario nicaragüense y el Frente Sandinista, los CPC constituyen estructuras territoriales de participación ciudadana que aspiran a encaminar el país hacia la “democracia directa” y el “poder popular”. Responden a la idea de que, en última instancia, el pueblo, como soberano, es el presidente, a lo que el Sandinismo se refiere como el “Pueblo Presidente”.
La actual confrontación entre el gobierno de Ortega y la oposición está íntimamente relacionada con la próxima coyuntura electoral de 2008. Según el director de Radio La Primerísima, William Grigsby la batalla electoral que se avecina tiene que ver con mucho más que decidir sobre cabeceras municipales y departamentales: “¡Es mucho más que eso! Va a ser un referéndum sobre la manera de hacer el gobierno. Va a ser una posibilidad de avanzar en la conciencia revolucionaria de la gente. Va a ser la oportunidad de colocar en el debate público los dos grandes proyectos que hay en este país: capitalismo o revolución”.
Según Grigsby, el Sandinismo sólo saldrá triunfante del presente reto en la medida en que se apuntale más y más en la gente: “Incorporando, sometiendo a debate todo, sin importar lo que ocurra. Confiando en la conciencia de la gente. Confiando en la fuerza de la gente. Desatando la creatividad de la gente”.
En los casos de los gobiernos de centro-izquierda en Uruguay, Brasil y Argentina se presenta el reto de articular la deseada profundización de los cambios desde abajo, desde la movilización y articulación cada vez mayor de los movimientos y las organizaciones representativas de las múltiples singularidades contenidas en el nuevo sujeto proletario. El gobierno, aún el que es progresista, es como los frijoles, me dijo recientemente Frei Betto, “solamente funcionan en la cazuela de presión”. Y refiriéndose a la democracia radical y participativa, añade: “solamente la vamos a tener si reforzamos cada vez más un empoderamiento popular, la organización y la movilización de la sociedad civil. Para mi ese es el desafío número uno: organizar, reforzar y movilizar la sociedad civil”.
En fin, si hay algo que ha centrado la atención internacional hacia los procesos de cambio que se escenifican actualmente en Nuestra América, es la esperanza motivada por las múltiples expresiones de un proyecto político y social alternativo cada vez más amplio, que se está forjando en nuestra región. Y éstas, tanto con sus virtudes como con sus imperfecciones, demuestran una vitalidad y autenticidad contundente. El viejo topo ha vuelto a las suyas.
Carlos Rivera Lugo es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, colaborador permanente del semanario puertorriqueño Claridad.
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